martes, 15 de agosto de 2017

«Desciende, Moisés», de William Faulkner





FAULKNER, William, Desciende, Moisés, Madrid, Alianza, 2017; 422 páginas. [Go Down, Moses, 1942]. Traducción de María Coy.

            Conjunto de relatos muy unidos por la temática, la presencia de personajes comunes, el escenario y la época, tan unidos que algunos consideran el libro una novela. En realidad, y como demuestra la publicación de sus siete partes por separado con anterioridad a 1942, parece tratarse más bien de lo primero; (sobre esta cuestión pueden verse las págs. 657 y ss. de W. Faulkner, Relatos, Barcelona, Anagrama, 2012; edición de Joseph Blotner, traducción de Jesús Zulaika Goicoechea). De todas formas, este es un problema arduo al que han dedicado años de su vida sesudos y muy respetables críticos, así que no voy a ser yo el que le enmiende la plana a ninguno de ellos.
            El libro cuenta las peripecias vitales de los miembros de una familia en la que las sangres negra y blanca se confunden desde generaciones atrás. Dado que hoy día sigue habiendo terrorismo racial en los Estados Unidos, no viene mal recordar que las uniones amorosas son la única manera de acabar con las diferencias raciales y de clase, de manera que desde aquí nos permitimos aconsejar al señor Donald Trump que, si alguna vez llega a divociarse, se case con una mujer negra —le va a costar trabajo encontrar alguna que quiera, dicho sea de paso—, a ver si así se le oscurece un poco la piel y se le endulza el alma.

            Desciende, Moisés comienza con esta dedicatoria:

«A Mami
Caroline Barr
Mississippi
1840-1940

que nació en la esclavitud y
que dio a mi familia una fidelidad
sin límite ni cálculo de recompensa
y a mi niñez inconmensurables
devoción y amor».

            Esa, precisamente, va a ser la tónica general del libro, una visión de los esclavos y empleados negros que intenta ser humana e igualitaria. El punto de vista de Faulkner es el de un blanco del sur de clase acomodada, en su caso venida a menos, pero, por una especial fortuna, provisto de una buena dosis de empatía. Además, Faulkner nos regala pasajes inolvidables sobre la transformación de la naturaleza de la mano del hombre, que talaba bosques vírgenes para dejar paso al ferrocarril; esto último principalmente en Otoño en el Delta, la parte sexta. En cualquier caso, y perdonen mi desorden, es necesario empezar diciendo que Desciende, Moisés cuenta los avatares sufridos por los miembros de la familia McCaslin desde principios del siglo XIX hasta bien avanzado el siglo XX. Los McCaslin tienen una plantación cerca de la ficticia población de Jefferson, estado de Misisipi. El árbol genealógico de la familia, bastante enrevesado, para alegría del lector se sirve ya hecho (pág. 10), de manera que no hay que partirse la cabeza intentando recordar quién era quién en la familia. De todas formas, hay momentos de la lectura en los que la prosa de Faulkner se vuelve tan deliciosa o tan ininteligible, por la longitud de los periodos sintácticos, que uno no sabe realmente, ni le importa, de qué McCaslin está hablando.
            Desciende, Moisés, como ya he dicho, está dividido en siete partes. Las siete pueden leerse de forma autónoma de manera inteligible pero solo leyéndolas todas se puede entender la grandeza y la miseria de los personajes. El «tío Ike», Isaac McCaslin (1867-ca. 1947), protagoniza muchas de ellas. No puedo asegurarlo, pero es muy posible que Jim Harrison, el autor de Leyendas de pasión, novela muy conocida en su adaptación cinematográfica, tomara gran parte de su argumento de la quinta parte de Desciende, Moisés, titulada «El oso», a su vez una fusión y recreación de los relatos «Lion» (1935) y «El Oso» (1942), aparecidos respectivamente en las revistas semanales Harper’s y The Saturday Evening Post. En «El Oso» Ike acaba de cumplir diez años y por fin consigue que se le admita en las salidas de caza de los mayores, formando parte dicha acción de uno de los principales ritos de iniciación a la edad adulta, prueba de virilidad, que ha existido desde siempre en las poblaciones rurales. Sus conocimientos cinegéticos han sido adquiridos junto a Sam Fathers, un medio indio medio negro, que le pone en el rastro de «Old Ben», un viejo oso al que le falta una de las uñas y deja una huella muy peculiar. La lucha final con el oso acarreará desgracias humanas que no voy a seguir contándoles, pero las similitudes con el guión de la famosa película son claras. La historia del oso y los aprendizajes de Ike se inician en la parte cuarta, «Los viejos del lugar», y terminan en la sexta, «Otoño en el Delta», cuando Ike tiene ya ochenta años. En general, el libro no está indicado para personas excesivamente urbanas. La comprensión y el disfrute de algunos pasajes requieren el recuerdo de la caza como una actividad nutritiva y, por lo tanto, necesaria.
La primera de las partes, «Fue», sobre la defensa de la soltería de dos hermanos ya maduritos, es muy divertida, en la línea de algunos relatos descacharrantes de Faulkner, como «Caballos pintados» o «La tarde de una vaca».
Para casi acabar —podría estar escribiendo un rato más pero no quiero cansar a nadie—, recordarles que «Go Down, Moses» es una especie de himno eucarístico con evidentes connotaciones abolicionistas basado en la salida de los israelitas de Egipto. La repetición de algunas de sus estrofas vertebra «Desciende, Moisés», la última de las partes, un precioso relato sobre la humanidad de unos blancos que ayudan a una abuela negra a enterrar a su nieto con honores que no recibiría mucha gente. Y por último, destacar el relato «”Pantaloon” de negro», basado en la nobleza de un negro gigantesco al que todos temen y nadie es capaz de comprender, tema que, a su vez, asoma en otras novelas y películas. En este relato, o parte a secas, destaca el cambio de punto de vista narrativo de las páginas finales, muy efectivo.

Hasta pronto. A seguir leyendo.

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