jueves, 26 de enero de 2017

"Los huevos fatídicos", de Mijaíl Bulgákov




BULGÁKOV, Mijaíl, Los huevos fatídicos, Editorial Nevsky Prospects, 2016 (1ª ed.); 154 páginas. Traducción de Marta Sánchez-Nieves.

            Novela corta, demasiado —la acabas en un rato, y luego la echas de menos—, de lectura muy amena. Fue escrita con el gran sentido del humor que tenía Bulgákov, condenado a estar toda su vida en un país al que amaba profundamente y del que, a pesar de ello —y debido al panorama político-social de la rusa estalinista—, quiso salir sin conseguirlo, muriendo en él sin haber cumplido los cincuenta años. Como señal de su fortaleza, (casi todas) las novelas que escribió te hacen sonreír, ver la realidad con otros ojos, a veces con el ramalazo de lúcida demencia propio de los grandes creadores. No podemos saber cómo hubiera sido su carrera literaria fuera de la URSS, si su genio se hubiese visto avivado de la misma manera, pero sí sabemos que llevó una vida desgraciada, aislado en aquel régimen provinciano y corto de miras, una persona como él, que estaba encaminado a brillar en los foros culturales más importantes. En cierto sentido, sin embargo, tuvo más suerte que otros autores, como Victor Kibalchich (Victor Serge) o Alexandr Solzhenitsyn, pues no fue enviado a  ningún gulag, aunque ellos, al menos, pudieron salir de la URSS, y el segundo, incluso, recibir un Nobel.
            Aunque pueda parecer imposible, Los huevos fatídicos (1924), novela futurista y luminosa, aunque pesimista, fue escrita en el mismo periodo de tiempo que La guardia blanca, obra esta última realista, oscura, a veces muy desagradable por describir fielmente las atrocidades de las que son capaces los hombres durante las guerras. En Los huevos fatídicos el protagonista es un científico que ve cómo el estado se adueña del gran descubrimiento que ha efectuado y hace un uso catastrófico de él, todo contado con un gran sentido del humor y dejando caer continuamente críticas a la situación del país. El protagonista, el profesor de zoología Vladímir Ipátievich Pérsikov, es un personaje del que nos enamoramos desde el primer momento, un hombre de ciencia, despistado y clarividente, que intenta luchar contra la inepcia de los gobernantes. Esta novela debe tener muchos puntos de contacto, similitudes, con Corazón de perro (1925), novela de Bulgákov que espero leer pronto.

            Los huevos fatídicos posee un narrador en tercera persona y omnisciente, clásico. El desarrollo de la acción es lineal. A veces se intercalan capítulos, o largos pasajes, que podríamos llamar situacionales o panorámicos. En ellos se describe el estado de la ciudad, la región o el país sin tener en cuenta la presencia o no de personajes del relato. Tal es el caso por ejemplo del capítulo sexto, titulado “Moscú en junio de 1928”. Por necesidades de la trama, la acción transcurre en verano.   

lunes, 23 de enero de 2017

En la calle



(Imagen tomada de 
blocdejavier.wordpress.com)

En los países de cultura anglosajona, y demás países que, acomplejados, otorgan un papel predominante a la cultura anglosajona, solo llaman Street Art a las pinturas realizadas en suelos y paredes que pueden contemplarse desde la calle o en la calle, a menudo, aunque no siempre, de gran formato. Aquí las llamamos también "arte urbano". Sus defensores las alaban por ser manifestaciones de la rebeldía y la independencia de artistas que intentan transformar, a veces de manera vandálica, un entorno visual que no les gusta. ¿Y qué ocurre con los artistas urbanos que no son pintores? ¿No existen?
Quizá haríamos bien en considerar artista urbano a cualquiera que intenta mejorar, con sus realizaciones artísticas, la vida de los viandantes de las grises ciudades, no de las ciudades grises, que todas lo son. Ya sean músicos, bailarines, recitadores, actores, titiriteros, mimos o cualquier otra modalidad de artista, si practican su arte en la calle son artistas callejeros, y el suyo arte en la calle. Han existido siempre.
Son talentosos, valientes, dispuestos, independientes, fuertes, generosos. Por unas pocas monedas, calderilla, hacen mucho más grato nuestro paso por la calle. No te agobian, no te acosan, no invaden tu espacio. Permanecen quietos, en su sitio, respetuosos, abstraídos en la realización de su obra. A algunos, grandes tímidos en realidad, apenas se les escucha, el débil sonido de su flauta oculto por el ruido del tráfico. Frente a ellos, a nivel del suelo, un gorro o la funda del instrumento para recoger esa dádiva voluntaria, algo suelto, lo justo para comer cualquier cosa y dormir bajo techo, que hasta en Sevilla hace frío, y llueve.

            Son como gorriones, que alegran la vida, entretienen y no hacen daño a nadie. Debían estar protegidos.

sábado, 21 de enero de 2017

"El crimen de lord Arthur Savile y otros relatos", de Óscar Wilde



WILDE, Óscar, El crimen de Lord Arthur Savile y otros relatos, Madrid, Aguilar, 1995; 80 págs. No se menciona al traductor. [Lord Arthur Savile's Crime. The Happy Prince. The Devoted Friend].

            Libro compuesto por tres narraciones, las tres muy distintas. Ahora iremos con ellas.
           Antes de eso quiero llamar la atención sobre el hecho de que no aparezca el nombre del traductor por ningún lado. ¿Por qué? ¿Es que los traductores no tienen derecho a la memoria de su trabajo? En el mundo editorial, a menudo de una mezquindad y una crueldad insospechada, ese negocio, puro negocio donde es corriente aprovecharse del talento y la falta de apetitos materiales de muchos escritores no pagándoles nada, o muy poco, parece que el traductor no tiene derecho a la vida. Ni siquiera se le nombra. Dicen que representantes como Carmen Balcells (q.e.p.d.) mejoraron mucho la situación de sus representados. Puede ser, ojalá, pero ese negocio sigue pareciendo la jungla. Y ahora, con internet, no les digo nada: piratería y robo de ideas y sudor intelectual ajeno de la forma más descarada. Buscando por ahí, precisamente en esta página, he encontrado datos para suponer que los traductores de algunos de los tres relatos, si no de todos, fueron Julio Gómez de la Serna y E. P. Garduño, pero no puedo asegurarlo. En fin, lector: cuando compre usted un libro acuérdese de la persona que lo escribió o lo tradujo, porque es muy posible que muriera en la más absoluta indigencia y ahora hasta se le niegue el derecho a la memoria. Por otra parte, el título del libro resulta engañoso porque no consiste en la traducción del original inglés de 1891, Lord Arthur Savile's Crime and Others Stories, sino en la traducción de tres narraciones publicadas originariamente en dos libros distintos, el mencionado y uno anterior, de 1888, escrito para niños: The Happy Prince and Other Stories. Si ha llegado leyendo hasta aquí quizá se preguntará por qué he comprado y leído un libro con tantas carencias. La respuesta, como casi siempre, y para casi todo, está en las relaciones humanas. Unos conocidos cerraban su librería y liquidaban las existencias y yo, por ayudarles, como un amigo fiel, pero en este caso de verdad, acudí para echarles una mano. El autor además me ha atraído siempre.
A pesar de todo, y ahora que me he desahogado, debo decirles que el balance de la lectura ha sido positivo. No saben lo que me he reído con el primero de los relatos, el más extenso, escrito con el mismo humor que algunas obras de teatro suyas que leí hace años, sobre todo La importancia de llamarse Ernesto. Degusten la descripción que hace en El crimen de lord Arthur Savile del carácter de lady Windermere, un personaje recurrente en su obra:

“Desde muy joven descubrió en la vida la importante verdad de que nada se parece tanto a la ingenuidad como el atrevimiento; y, por medio de una serie de aventuras despreocupadas, inocentes por completo en su mayoría, logró todos los privilegios de una personalidad. Había cambiado varias veces de marido. En el Debrett o Guía nobiliaria, aparecía con tres matrimonios en su haber; pero nunca cambió de amante y el mundo había dejado de chismorrear a cuenta suya desde hacía tiempo. En la actualidad contaba cuarenta años, no tenía hijos y poseía esa pasión desordenada por el placer que constituye el secreto de la eterna juventud”. (Págs. 8 y 9).


            En el contenido de la cita llama la atención la alusión a una de las obsesiones recurrentes del autor, la eterna juventud, motor importante de la acción en El retrato de Dorian Gray.
            Del último relato, El amigo fiel, poco tengo que decir: una fábula sobre los falsos amigos y la necesidad de esa necesaria dosis de sano egoísmo que todos necesitamos para sobrevivir a las trampas que, a veces, se nos tienden.
            El príncipe feliz es una delicia. Reencontrármelo después de varias décadas de haberlo leído, allá en mi infancia, ha sido muy emocionante. Es un relato inspirado por los mejores sentimientos que pueden albergar las personas. Contiene una fuerte crítica social, y es muy aconsejable para despertar esa conciencia en los niños, que no crezcan como personas prepotentes e insolidarias. Durante su lectura, además, me he contemplado con muchísimos años menos, y eso siempre es un placer. Posee una estética modernista, de gusto orientalizante, evocadora tanto de poemas de Rubén Darío como de cuadros de Gustav Klimt.
            En fin: un libro de contenido muy especial en una edición muy poco aconsejable.


El autor fotografiado durante su viaje a Nueva 
York (Napoleón Sarony, 1882)

miércoles, 18 de enero de 2017

"Los indiferentes", de Alberto Moravia



MORAVIA, Alberto, Los indiferentes, Barcelona, Debolsillo, 2010; 315 págs. Traducción  de R. Coll Robert Pruna [Gli indifferenti, 1929].

            Enamorado de las ficciones de Moravia desde que hace años leí sus Cuentos romanos, vuelvo a ellas siempre que puedo. En este caso se trata de la primera de sus novelas, publicada con apenas veintidós años. Fue un caso de autoedición, como ha ocurrido con tantas primeras obras de grandes escritores. En este caso, además, el dinero fue puesto por el padre:

“A proposito di libri pagati con i soldi di papà, è questo il caso di un libro che fa da pietra miliare della riscossa del romanzo italiano moderno e che oggi è rarissimo da trovare nella sua edizione originale. Gli indifferenti che l’editore milanese Alpes pubblicò in mille copie nel 1929 e che Alberto Moravia aveva cominciato a scrivere diciassettenne (era nato nel 1907), appena uscito da un sanatorio. Era successo che il giovane Moravia, che dell’editoria italiana non conosceva nulla e nessuno, s’era presentato con il suo manoscritto da Cesare Giardini, un fine letterato che fungeva da capintesta della casa editrice Alpes. Dopo un’attesa durata tre mesi gli risposero che era un gran bel romanzo e che lo avrebbero pubblicato. Arrivati alle prime bozze, gli fecero sapere che le cinquemila lire di che stamparlo loro non le avevano e che le doveva tirare fuori lui. Moravia andò dal padre, e quello le cinquemila lire gliele diede sull’unghia facendosi dare una ricevuta”.
(Tomado de umbertocantone.it, y este, a su vez, de La collezione
de Giampiero Mughini, Torino, Einaudi, 2009).


            Centrándonos ya en la obra en sí, se trata de una novela que hace especial hincapié en la sicología y el estado de ánimo de los personajes, cinco en total, todos ellos muy bien caracterizados desde su primera aparición. El narrador es clásico omnisciente. La acción transcurre en una gran ciudad, no sé si Roma o Milán, en el momento de escritura. Los personajes pertenecen a una clase muy acomodada —sus amistades tienen automóvil, un auténtico lujo entonces—, pero algunos de ellos están viviendo momentos de gran zozobra económica. Los cinco están analizados en profundidad, pero sobre todo lo están los dos jóvenes hermanos, Carla y Michele, siendo este último el que lleva el peso de la acción-no acción en los momentos cruciales. Puede ayudar a fijar el momento de la ficción la alusión que se hace al estreno de Seis personajes en busca de autor, de Pirandello (pág. 20). En cualquier caso, la novela parece ambientada en los tiempos de escritura, es decir, entre 1925 y 1928, época de prosperidad y alocadas y derrochadoras fiestas de la burguesía.
            El gran valor de la novela, dando por supuestas las preocupaciones sociales del autor —presentes en su toda se producción—, está en la descripción que hace de las personas “sin atributos”, sin voluntad, indiferentes a todo lo que venga, aunque sean acontecimientos que supongan una renuncia a sus ideas y a sus principios morales. Es en Michele, el muchacho, donde mejor se advierte lo que intento explicar. El joven, y él lo sabe desde el primer momento, es una persona conformista pero atormentada por su mismo conformismo, a pesar de lo cual se deja ganar por él.
            Una vez acabada la lectura, uno no puede dejar de admirar el talento de su autor, capaz de escribir una obra como esta con apenas veinte años, muchos de los cuales, además, pasados en su casa o en un sanatorio de montaña aquejado de una grave enfermedad. El final, inesperado, viene a confirmar, como algo fatalmente inevitable, la sensación que el lector ha tenido durante toda la novela. La obra tuvo un gran éxito desde el momento de su publicación. Moravia, siempre modesto, explica algunas claves de su éxito:

“Per capire il successo degli Indifferenti, bisogna pensare prima di tutto che gli ultimi romanzi di vero successo erano stati quelli di D’Annunzio, quarant’anni prima. Tutti i movimenti letterari che erano venuti dopo D’Annunzio, da quello della Voce a quello della Ronda, erano stati contrari alla narrativa. D’altra parte però il grande successo della collezione dei classici russi della casa editrice Slavia aveva creato un’attesa quasi maniaca per un romanzo finalmente italiano. Gli indifferenti a molti sembrò che riempisse un vuoto e questo spiega perché piacque a critici di scuole assai diverse. Non mancarono del resto voci contrarie; l’Italia è ancora oggi un paese di mentalità moralistica e cattolica. Figuriamoci allora! Gli indifferenti è un libro assolutamente casto e fu attaccato invece, come se fosse stato un libro pornografico. Poi ci fu la reazione politica da parte del fascismo e questa, in qualche modo, era più giustificata di quella del moralismo tradizionale. Perché il fascismo affermava e proclamava di aver rinnovato la società italiana. Invece, ecco, il tanto atteso romanzo italiano smentiva le sue affermazioni. Il succo di questa affermazione fascista si può trovare in un discorso pubblico pronunziato dal fratello di Mussolini, Arnaldo, che era uno dei proprietari della casa editrice Alpes che aveva pubblicato il romanzo. Disse: “Vorremmo sapere se la gioventù italiana deve legger i libri di Dekobra, inventore di facili avventure decadenti, di Remarque, distruttore della grandezza della guerra, e di Moravia, negatore di ogni valore umano.” Le parole di quest’uomo che, armato di tutto il fascismo, se la prendeva con un ragazzino di vent’anni dimostrano, se non altro, che la letteratura, anche la più aliena dalla critica sociale, va sempre molto oltre le vere intenzioni degli scrittori. Io avevo voluto semplicemente scrivere un romanzo contro l’indifferenza e invece ci videro una critica del regime fascista che non era stata nelle mie intenzioni. Ci fu anche una recensione di Montini, che diventò papa Paolo VI, su Civiltà cattolica, molto ragionevole e misurata”.
(Tomado de umbertocantone.it, y este de la conversación mantenida entre Moravia y
 Alain Elkann, en Vita di Moravia, Milano, Bompiani, settembre 1990).  



Moravia sobre 1935
(lastampa.it)

domingo, 15 de enero de 2017

Pedro Téllez-Girón, príncipe de Anglona (41)


Aunque no disponemos de pruebas documentales que nos ayuden a establecer la fecha exacta de la vuelta de Anglona a España, sí podemos afirmar que esta se llevó a cabo entre abril de 1843 y diciembre de 1845, fechas, respectivamente, de su testamento, otorgado en París, y de la sesión del Senado celebrada en Madrid el 11 de diciembre del último año mencionado. Podemos suponer que su vuelta fue alrededor de abril de 1844, mes en el que regresa del exilio María Cristina, la Reina Madre, miembro de la familia real muy querida y respetada por los Téllez Girón contemporáneos suyos y por el resto de la alta nobleza española, que se sentiría arropada en su cercanía. Al respecto, llama la atención la numerosa correspondencia mantenida por Mariano (XII duque de Osuna) y el matrimonio formado por María Cristina y su segundo esposo, Fernando Muñoz. Son alrededor de 110 cartas conservadas en el Archivo Histórico Nacional y remitidas entre 1844 y 1877 desde lugares tan variados como Aranjuez, Baden Baden, Beauraing (Bélgica), Bruselas, Cannes, París, Londres, Madrid, Moscú, Roma, San Petersburgo, Wiesbaden, etc. que nos indican el tren de vida tan extraordinario que llevaban las clases privilegiadas de la época. Esas cartas, por cierto, serán objeto más delante de nuestra atención, pues son una muestra de la red de contactos que existía entre sus miembros. En ellas, como veremos, existen evidentes pruebas de cómo Muñoz se sirvió de Mariano en ciertos negocios suyos de ferrocarriles. El duque de Osuna, en su ingenuidad y sus deseos de “servir a la patria”, fue un simple instrumento del avispado Muñoz, que ya podemos imaginar a qué patria servía.
            Por otro lado, 1844 es un año fundamental en la historia de la casa de Osuna. En su transcurso tiene lugar el fallecimiento del XI Duque, Pedro de Alcántara Téllez Girón y Beaufort, hecho crucial que condicionará de forma negativa el futuro de los Téllez Girón. De dicho fallecimiento, al que nos hemos referido en distintas ocasiones, especialmente en la entrega décimo tercera, quedaron numerosos testimonios en la prensa de la época. A continuación les copio íntegro uno de ellos, el firmado por el crítico de arte Pedro de Madrazo en el número de “El Laberinto” correspondiente al 1 de noviembre de 1844, en concreto en su página 8. Es de suponer que el príncipe de Anglona se encontrara entre los asistentes a las solemnes exequias de su sobrino.  

Fotografía de pantalla de la web de la BNE

“El martes 29 de octubre, desde las 8 de la mañana hasta después del mediodía, se vieron pasar continuamente por todas las calles que conducen al suntuoso templo de Santo Tomás, personas de las clases más distinguidas de la sociedad, todas en atavío de ceremonia; –cubiertas la unas con ricos uniformes, revestidas las más de triste luto;– muchas en elegantes carruajes, cuyas libreas anunciaban a los mas ilustres títulos de la grandeza y la nobleza españolas; familias esclarecidas; altos funcionarios y dignidades; diplomáticos extranjeros.– Iban todas a tributar un último homenaje a la memoria del malogrado duque de Osuna, grata a todo corazón bien nacido, y a unir con las sagradas plegarias del ritual católico que pronuncia la Iglesia como la última en separarse de los difuntos, un voto postrero, una plegaria muda é íntima por la paz de aquella ánima tan noble y egregia en su paso por el  mundo.
            El magnífico aunque lúgubre aparato del interior del templo, la suntuosa capelardente que alzándose en medio del crucero llenaba todo su espacio y le inundaba de vapor luminoso,  los fúnebres paños que pendientes de la gran bóveda hacían reverberar sus franjas de oro con siniestro brillo, aquella multitud de voces y de instrumentos que desde lo alto del coro enviaban con sentidos acentos, oleadas y ráfagas de armonía, que bajando en nubes llegaban al corazón en lágrimas; aquel inmenso gentío entre el cual apenas se distinguía una sola fisonomía plebeya, aquella inmensa reunión de cuanto encierra la corte de mas selecto en ambos sexos, en capacidad y en alcurnia, todo aquel conjunto en fin de pomposa y funeral solemnidad, indicaba que el objeto de aquel piadoso sufragio era un personaje, tan importante que debió a su cuna un puesto en la escala social inmediatamente después del trono y de los príncipes. Y sin embargo, al recordar que ese ilustre difunto era ayer el mancebo más gallardo, elegante y apuesto de la corte; al pensar en él como no ha mucho le contemplaba la capital, luciendo con todo el fasto noble y natural de quien es grande y poderoso desde que vio la luz, lleno de vida y lozanía, ya entregado a los inocentes ocios de la juventud y caballero en su yegua alazana triunfando en la carrera, ya presidiendo a [sic] un instituto literario al cual hizo generosos donativos (el Liceo de Madrid), ya amparando a multitud de seres desgraciados, y siendo la Providencia de las familias indigentes que hoy sin tregua le lloran; al reflexionar que aquel joven personaje parecía destinado a ser uno de los más robustos sostenes del trono, uno de los mas generosos campeones de la libertad racional, un Villena para las letras, un Médicis para las artes, y que toda esa esperanza, ya floreciente, quedó deshecha y muerta bajo una losa en el mezquino espacio de una huesa de pocos pies, no podíamos persuadirnos de que fuesen las exequias del duque de Osuna las que estábamos contemplando, ni acabábamos de creer que a la salida del templo fuese imposible volver a verle aun, a la luz del día, entre el gentío del paseo, atravesando en un rápido carruaje las calles y el salón del Prado por donde andábamos.
            Creemos, poniendo nuestra confianza en la Providencia, que todos los hombres mueren oportunamente; pero el sentimiento se resiste a considerar como oportuna la muerte de un personaje notable, cuando es arrebatado en la más florida época de la vida.
Dignas fueron en verdad aquellas suntuosas exequias del mortal por quien se hacían; no porque lo requiriese la vanidad mundana en nombre de ese malogrado mancebo que hoy es sólo un puñado de ceniza, sino porque es justo que a la gran pérdida corresponda grande duelo. Le ofreció nuestra consoladora madre la Iglesia sus poderosas preces: lágrimas la amistad: votos el inmenso gentío: y un tributo acomodado al espíritu del cristianismo el genio del arte en el elegante catafalco ideado por D. Valentín Carderera.



(Museo del Romanticismo, Madrid)


Sobre un basamento octágono [sic] de gran diámetro, y de unos seis pies de altura, se elevaba un cuerpo de arquitectura de veinte faces, formando un mausoleo o panteón de exquisito gusto gótico de principios del décimo quinto siglo. Cada una de estas veinte faces ó lados tenía su pórtico de arcos ojivales, sostenido por sendas columnas de alabastro, esbeltas y coronadas de lindos capiteles de relieve. A excepción de las tres arcadas que miraban a la puerta del templo, y las otras tres correspondientes al altar mayor, todas las demás estaban cerradas con grandes lápidas de jaspe negro; y en estas se leían con grandes letras de oro cubitales y de forma borgoñona los principales títulos que poseía el ilustre difunto: Osuna, Benavente, Béjar, Gandía, Arcos, Belalcázar, Infantado, Lerma, Pastrana, Medina de Rioseco, Tábara, Ureña, Peñafiel y Lombai; sobre cada uno de estos títulos había una corona ducal dorada que guarnecía graciosamente los adornos que decoraban los tímpanos de todos estos arcos ojivales. Las tres arcadas abiertas de los dos frentes daban entrada a una espaciosa cámara sepulcral de regular elevación. Las paredes de esta estaban subdivididas en espacios imitando pórticos del mismo carácter que su arquitectura exterior, y en ellos lucían con augusta sencillez estas inscripciones, figurando letras de bronce sobre lápidas de mármol:
Al lado derecho: DON PEDRO ALCÁNTARA TÉLLEZ GIRÓN / DESCENDIENTE DE SAN FRANCISCO DE BORJA / Y DEL GRAN DUQUE DE OSUNA / DE ALMA TIERNA Y CORAZÓN RECTO
            Y en el lado opuesto: SIEMPRE LEAL a SU REINA Y a SU PATRIA / BENÉFICO CON LOS POBRES / NACIÓ EN CADIZ / MURIÓ EN MADRID
            En el centro de este recinto se hallaba el arca sepulcral de alabastro, con adornos góticos de purísimo gusto que encerraban los blasones del difunto: estaba sostenida por cuatro hermosos leones de bronce tristemente tendidos sobre sus zarpas, y cubierta en parte con un amplio manto de Santiago, sobre el cual brillaba la corona ducal. Daban a esta cámara sepulcral un aspecto sagrado y venerando su escasa luz, la riqueza severa de su ornamento, y el incierto brillo de los cuatro trofeos de completa armadura que ocupaban sus cuatro ángulos, y que se representaban a la imaginación como cuatro celosos vigilantes de aquel sepulcro, ó como cuatro antiguos héroes de la casa de Osuna, velando el eterno sueño de su caro descendiente.
            Sobre este primer cuerpo se elevaba otro de igual número de arcadas, de menor dimensión, formando frontones angulares, separados por esbeltas columnas pareadas de muy agradable efecto. En sus centros se veían los escudos de armas de todas las ilustres familias cuyos títulos heredó el duque de Osuna; los Mendoza, los La Cerdas [sic], los Ponces de León, los Silvas, los Toledos, los Borjas, los Zúñigas, etc. El tercer cuerpo se elevaba majestuosamente en forma de pináculo piramidal de veinte lados, cuyas aristas estaban guarnecidas de crestería de relieve, correspondiente a la que ornaba los arcos del primero y segundo cuerpo. Y por último, sobre una peana octágona de alabastro, coronaba toda esta rica capelardente la estatua  de la Religión.
            Por la ligera descripción que acabamos de hacer podrán nuestros lectores formarse una idea aproximada de la forma del monumento; pero sólo habiéndole visto iluminado es posible apreciar el grande efecto ideado por el señor Carderera al tomar por modelos los elegantes cenotafios de la cristiandad erigidos en los siglos XIV y XV. La forma gótica de esos tiempos, es la que en realidad cuadra mejor al carácter de un monumento arquitectónico erigido a la memoria de un esclarecido mancebo, en quienes las dotes de la naturaleza rivalizaban con los favores de la fortuna; porque es preciso que la obra del artista revele el espíritu que preside a su ejecución. Cenotafios ofrece la historia del arte en otros siglos de carácter más severo y robusto, que sin embargo no dejan de ser bellos en su forma; pero en esbeltez, en riqueza, en elegancia, no hay construcciones funerarias comparables a las que nos dejaron los arquitectos alemanes de la escuelas de Colonia y Estrasburgo, en las cuales va siempre unida a la delicada y fantástica ligereza del conjunto, el pensamiento profundamente cristiano de espiritualizar y aniquilar en cierto modo la materia para levantarla como en ofrenda hacia la morada del Criador. Además, como hemos indicado, siendo destinado el cenotafio al difunto duque, era más filosófico darle las cualidades de esbelto, rico y elegante, que las de severo y robusto; así como fue filosófico hacer lo contrario con el monumento erigido en la catedral de Delft a Guillermo el Taciturno.
            Producía la iluminación en el catafalco un cuadro verdaderamente mágico. En los ocho ángulos del basamento había unos grandes candelabros en forma de obeliscos, que sostenían considerable número de hachas formando como un cerco de cipreses inflamados; las cresterías del primero y segundo cuerpo, llenas también de hachas de menor llama, producían el efecto de dos coronas, la una mas grande que la otra, de luz tranquila, y como suspensas en aquel vaporoso ambiente que sin pertenecer a la tierra ni al cielo parece mas bien emanado de la memoria triste pero transitoria adonde van nuestros sufragios. En la parte superior la luz era todavía más quieta y escasa, y el ambiente aparecía sereno, ligeramente teñido por el vapor que ascendía, y por la claridad crepuscular que bajaba de la alta cúpula del templo interceptada por el negro pabellón. Contrastaban singularmente la dos zonas extremas; en la inferior, convertida en un bosque incendiado, descollaba sobre cada uno de los cuatro lados oblicuos del basamento un heraldo de armas, apoyado en su lanza con marcial continente, como velando el reposo de su señor cercado en su tienda por los peligros y los fuegos del combate (que tal es la vida!); en la superior, se destacaba en un tibio crepúsculo la Religión consoladora, que recibió en su seno el último suspiro del que yacía en aquella tumba!
            En la obra de que hemos hablado son muy dignas de elogio, además de la idea debida exclusivamente al señor Carderera, la ejecución y la ornamentación. La ejecución ha sido dirigida en gran parte por el arquitecto D. Martín López Aguado: en cuanto a la ornamentación, constituyen su parte principal las bellas estatuas de los cuatro heraldos de armas ejecutadas por el distinguido escultor D. José Tomás”.

Al menos dos de los artistas que cita Madrazo al final de su artículo habían trabajado para la familia real y la misma casa de Osuna. Martín López Aguado fue responsable, entre otros, de distintos trabajos en el edificio del Museo del Prado y en la construcción de la residencia principal de “El Capricho” de la Alameda de Osuna. Valentín Carderera, por su parte, y como vimos en la entrega treinta y nueve de esta serie, recibió en París, de María Cristina, el encargo de retratar a sus más fieles seguidores, entre los que se encontraban Anglona y su esposa.

(Procedencia indeterminable)

Los signos de opulencia de la casa ducal se encuentran en todo el artículo, incluso en la misma elección del tema por parte de Pedro de Madrazo. Tanto él como su hermano Federico, este último uno de los pintores mejor dotados de la época en España, necesitaban de la cercanía y la aprobación de las clases altas, las que les proporcionaban los encargos e integraban, de manera casi exclusiva, la nómina de suscriptores de las publicaciones especializadas de la época, El Laberinto, por ejemplo. De ahí ese desprecio hacia las clases bajas que se advierte en la primera parte del artículo, hoy día impensable en España, pero generalizado en el contexto de la época.


El XI duque de Osuna, (Federico de 
Madrazo, 1844). Colección del
Banco de España.



            Federico había pintado al Duque recién fallecido ese mismo año, poniendo de fondo el patio del Infantado de Guadalajara. Fecha y firma pueden apreciarse en el ángulo inferior izquierdo, junto al bastón. La pintura forma parte de la colección del Banco de España, donde quizá llegó como forma de cobro de parte de la deuda de la Casa a la muerte de Mariano. Ese extremo, como muchos otros, está por investigar.
Como ya indicamos en la entrega número treinta, los restos de este duque fueron trasladados al panteón ducal de la Colegiata de Osuna en abril de 1849.

(Continuará).


miércoles, 11 de enero de 2017

"La lucha por la desigualdad", de Gonzalo Pontón




PONTÓN, Gonzalo, La lucha por la desigualdad. Una historia del mundo occidental en el siglo XVIII, Barcelona, Ediciones de Pasado & Presente, 2016; 781 págs. Prólogo de Josep Fontana.

            Llegué a este libro de oídas, gracias a una entrevista que le hacían al autor en la radio. Lo presentaron como una persona que había dedicado su vida a la edición al más alto nivel, había fundado las editoriales Crítica y Pasado & Presente, y ahora, llegada la jubilación, se había dedicado a escribir. Nada parecía más prometedor. Además, el tema, la historia de Europa durante la fase previa a la Revolución Industrial, o durante los momentos iniciales de esta, siempre me había atraído, así que tomé nota de la obra. A los pocos días la tenía en mi casa. He necesitado un mes para leerla, y aún necesitaría años para digerirla por completo.
            Debido a su complejidad y a la minuciosidad con la que relata, analiza y describe hechos y procesos, resulta muy complicado escribir una reseña sobre ella. No soy ningún especialista, así que me voy a limitar a reflejar aquí un resumen de mis notas de lectura, personales y ahora compartidas.
            La introducción contiene una declaración de intenciones:

“Lo que persigo con este libro es llegar a entender la naturaleza de la desigualdad actual, es decir, escribir ‹‹una genealogía del presente›› (Fontana), como hace cualquier historiador preocupado por su tiempo. Para ello trato de averiguar cuándo, dónde, cómo y por qué se dieron los procesos materiales e intelectuales que llevaron a las sociedades occidentales a experimentar un salto cualitativo en los niveles de su desigualdad interna tan firme y poderoso que iba a mantenerse, cuando no a cobrar nuevas fuerzas, hasta nuestros días”. (Pág. 18)

            Esas averiguaciones configuran el libro. En él aparecen bien diferenciados los procesos materiales, que se tratan en la primera parte, titulada “Trama”, y los intelectuales, descritos en la segunda parte, llamada “Urdimbre”, ambos términos, además, muy relacionados con el mundo del textil, cuya industria, como sabemos, fue uno de los pilares de la Revolución Industrial. Llama la atención, desde luego, cómo hoy día se está dando exactamente el mismo proceso de búsqueda de mano de obra barata para ampliar los márgenes de beneficio en la industria textil, que ha cambiado las mujeres y los niños de Manchester o Birmingham del siglo XVIII por personas en régimen de semiesclavitud en países subdesarrollados o en vías de desarrollo y con un exceso de mano de obra no cualificada. Una de las vías de la acumulación de capital ha sido, desde siempre, el pagar salarios de miseria, y así fue también durante el siglo XVIII.

            “El gran paleoantropólogo norteamericano Stephen Jay Gould acuñó hace cuarenta años el término ‹‹equilibrio interrumpido›› (o ‹‹puntuado››) para denotar el fenómeno que tiene lugar ‹‹cuando parte de la población de un linaje se escinde del resto, en un entorno diferente al cual se adapta, y evoluciona hacia una nueva especie››. Pues bien, si algún paso en la historia de las sociedades humanas modernas pudiera asimilarse al ‹‹equilibrio interrumpido›› de Gould, es el que deberíamos situar en el siglo XVIII y, concretamente, en su último tercio. (Págs. 18 y 19).

            El libro, de una riqueza de datos y reflexiones extraordinaria, relata la manera en la que las antiguas clases privilegiadas (nobleza y clero) tuvieron que luchar para impedir que una nueva clase, la burguesía, consiguiera “transformar en poder político su poder económico”. Esas antiguas clases privilegiadas lucharon, infructuosamente, por conservar la desigualdad, lucha más o menos violenta según el país analizado. Pero no fue esa la única lucha por la desigualdad. Existió otra, mucho más exitosa, que consistió en marcar unas claras diferencias entre esos burgueses, plebeyos enriquecidos, y la plebe misma, los millones de personas pertenecientes al pueblo llano que constituyeron el ejército laboral necesario para que funcionaran las manufacturas. Quizá el mayor atractivo del libro de Pontón sea ese, dejar claro que existió el propósito de afianzar la desigualdad entre las personas enriquecidas, gracias al comercio y las manufacturas de la protoindustria, y los pobres asalariados en los cuales se apoyaba ese enriquecimiento.

“Pero ‹‹la nueva especie›› emprendió a su vez una lucha por la desigualdad más duradera, y al cabo más triunfal, que la de los viejos estamentos del Antiguo Régimen: la que la enfrentó a las clases subalternas de las que se había escindido”. (Pág. 19).

“Esos burgueses industriales se hicieron inmensamente ricos y aseguraron, vía herencia, el mantenimiento de la desigualdad que habían conseguido, es decir, el  ‹‹el éxito diferencial de la nueva especie››”. (Pág 21).

            Los procesos necesarios para que se lograra este “equilibrio punteado”, y la subsiguiente industrialización, se dieron sobre todo, y en un principio, en lo que Pontón llama “círculo de Flandes” (pág. 19): Provincias Unidas (Holanda), Países Bajos Austriacos (Bélgica), zonas de Renania, Hamburgo, el norte de Francia e Inglaterra. Más adelante afina la extensión del ese territorio:

“Es cierto que desde casi principios de siglo estos niveles de industrialización fueron mayores en un círculo imaginario —que podríamos llamar “círculo de Flandes”— con centro en Amberes y de unos 500 kilómetros de radio, que abarcaba las regiones situadas a ambos lados del Canal de la Mancha y junto al Mar del Norte: Inglaterra, el nordeste de Francia, la región de Sambre-Mosa y Renania”. (Pág. 156).

Pero fue Inglaterra el lugar donde se dieron las condiciones ideales para que se iniciara el proceso:

“Concretamente en Gran Bretaña, una élite de la tierra, del comercio y de los negocios, que controlaba el gobierno desde la revolución ‹‹Gloriosa›› (1688), introdujo una serie de cambios técnicos y jurídicos en la propiedad rústica que supuso la recuperación del control de la tierra por los terratenientes que, mediante leyes del Parlamento, concentraron las propiedades, las vallaron, las convirtieron en pastos o en granjas especializadas orientadas a producir para el mercado y desahuciaron a los campesinos que las habían trabajado desde hacía generaciones. Mediante leyes ad hoc y coerciones de todo tipo, la élite terrateniente inglesa logró quebrantar la vieja economía moral campesina y expulsar de la tierra quizá un millón y medio de familias que se quedaron sin medios de producción y de vida y se vieron abocadas a emigrar a unas ciudades que durante la segunda mitad del siglo habían crecido con fuerza. En ellas, se procedió a barrer las pocas restricciones gremiales que quedaban y se declaró la ‹‹libertad de trabajo››, con lo que centenares de miles de hombres, mujeres y niños tuvieron que emplearse en lo que se ofrecía en Londres, Manchester, Liverpool, Birmingham y otras ciudades. Todo este ‹‹ejército de la miseria››, al que se sumó el excedente poblacional —los pobres— producto del auge demográfico, fue la carne de cañón para el crecimiento y desarrollo de las manufacturas”. (Págs. 19 y 20).

            Ya ven que la introducción no tiene desperdicio. Obviamente es un enfoque humanitario de la historia, quizá el más justo y necesario. Desde entonces, desde aquel siglo XVIII que hasta ahora solíamos considerar el siglo de la Razón, de la Ilustración, el mundo occidental, u occidentalizado —Europa, Estados Unidos, Corea del Sur, Japón, etc…—, vive inmerso en el mismo sistema económico, basado en la generación de unas necesidades de consumo creadas artificialmente y sin las cuales el sistema ya no se sostiene.
            ¿Y dónde quedó España en aquel movimiento general de replanteamiento de la sociedad, sus creencias y sus costumbres? Allí, en aquella esquina del mapa de Europa, aislada, bien protegida de las ideas revolucionarias por un estado y una intelectualidad dominados por una Iglesia omnipresente y plenipotenciaria que luchó con éxito para evitar la “contaminación” de las conciencias de sus habitantes. Ahí estaban, para evitarlo, personajes como el beato Diego José de Cádiz, autor de El soldado católico en guerra de religión. A un sobrino suyo en la guerra contra la infiel, sediciosa y regicida Asamblea de la Francia (1794) donde “se despacha a gusto contra la libertad, que ha sido siempre ‹‹la raíz y el origen de todas las herejías y aun de todos los pecados›› y contra los philosophes ‹‹libertinos o filósofos materialistas … hijos de Lucifer y miembros perniciosos de tan infame cabeza››” (pág. 645).
¿Manufacturas? ¿Para qué? No las necesitábamos, nos bastaba con comprar lo que precisáramos con el oro y la plata americanos, obtenido en minas como “Potosí o Huancavelica, donde los mitayos morían como chinches” (pág. 65), un trato similar, mal que les pese a los ingleses y demás creadores de la leyenda negra española, al que recibían los siervos-esclavos de los yacimientos carboníferos de Escocia, que “eran vendidos y comprados con las minas exactamente como se hacía con los siervos de la gleba” (pág. 64). Por supuesto, y en las páginas correspondientes, Pontón hace ilusión al comercio de esclavos negros, “uno de los grandes negocios de los comerciantes ingleses” (pág. 252), propiciatorio del auge de las empresas financieras y las casas de seguros, pues tanto unas como otras eran necesarias para este innoble negocio. Dedica un emotivo párrafo al asesinato de 132 esclavos del barco esclavista inglés Zong, muy ilustrativo de hasta dónde puede llegar la codicia de los hombres. Este inhumano episodio, que llegó a juicio (pág. 253), fue inmortalizado por el gran William Turner.
            España, dormida a la sombra de iglesias y campanarios, no vivió el desarrollo de la burguesía, la más dinámica de las clases, salvo en lugares muy concretos, ciudades como Cádiz o Barcelona, donde, además, estaba integrada en parte por comerciantes extranjeros. Quizá el caso de Barcelona sea singular, pues en ella sí se dio el nacimiento de manufacturas textiles que acabarían por desarrollarse en el siglo XIX y dar lugar a una pujante y dinámica burguesía. Se quiera o no, la situación de Cataluña, mejor comunicada con el resto de Europa que las demás regiones españolas, ha jugado siempre a favor de esa singularidad.

“El éxito de la industria textil catalana se aceleró con la adopción de las máquinas de hilar hacia fines de siglo y principios del XIX. […] A principios del nuevo siglo, la industria algodonera catalana era ya una industria moderna de producción masiva, concentración obrera y mecanización del proceso productivo, al estilo de la británica”. (Pág. 191).

El proceso se había iniciado en Cataluña con “los excedentes del comercio de derivados vinícolas que hacían con el norte de Europa, con el Báltico y con América” (pág. 189).

            En general, puede afirmase que la iniciativa manufacturera que existió en el conjunto del país, incluso en Cataluña en algunos casos —“en 1772 los fabricantes catalanes crearon la Real Compañía de Hilados de Algodón de América” (pág. 191)—, fue básicamente de la realeza, necesitada de objetos de lujo —lámparas, tapices, etc.— para adornar sus palacios y los de la alta nobleza (los Alba, Osuna, etc.). Pontón pasa revista a estas “reales fábricas” en las páginas 185 y siguientes. Hubo, por supuesto, algunas iniciativas privadas, pero casi siempre con capital extranjero y corta vida, como la fábrica de hojalata que con capital suizo y técnicos alemanes se estableció en 1725 a orillas del río Genal, cerca de Ronda (págs. 193 y 194).
            Por otra parte, y para ir terminando, decir que en España, además de los “obstáculos mentales” para el desarrollo y la modernización —basada en la defensa de la desigualdad, como defiende el señor Pontón en esta su admirable obra—,  existieron otros muchos obstáculos estructurales, algunos de ellos insalvables: la accidentada orografía, la ausencia de vías de comunicación, la existencia de un sistema de impuestos hipertrofiado, de aduanas interiores, consumos, etc. etc.
Pero sobre todas, la idea que prevalece tras la lectura de este libro consiste en la existencia de una corriente de desprecio hacia los pobres, hacia los simples operarios y obreros, sin los cuales el sistema capitalista y la industrialización no hubieran sido posibles, personas consideradas de tercera, a los que había que mantener en la indigencia tanto material como intelectual. Ese desprecio resulta patente hasta en los escritos íntimos, y no tan íntimos, de los que conocemos como Ilustrados. Gracias a Gonzalo Pontón nunca volveré a verlos de la misma manera:

“La Enciclopedia era una operación comercial de editores entusiasmados con el éxito que en Gran Bretaña había tenido la Cyclopaedia de Chambers, que ya iba por su quinta edición, pero los philosophes la convirtieron en depositaria de sus ideas y de su concepción, burguesa, del mundo”. (Pág. 562).

“A lo largo de sus escritos [de Voltaire], su ignorancia de los pobres o, cuando repara en ellos, su desprecio es sonrojante: ‹‹No me interesa la canalla; seguirá siendo canalla›› (carta a D’Alambert de 1767), porque ‹‹el común ha de ser dirigido, no educado; no merece serlo. No es al campesino al que hay que educar, sino al buen burgués, al comerciante››”. (Pág 576)


            A veces uno se alegra de vivir los tiempos que vive. La mejoría es indudable. 

lunes, 9 de enero de 2017

Nuevos datos sobre la historia del tren en Osuna


Como recordará el lector, el pasado mes de noviembre publicamos un texto de la serie dedicada al príncipe de Anglona, el número cuarenta, cuyo contenido principal consistía en el pliego de condiciones bajo las cuales se había autorizado a la compañía representada por Emilio l’Isle de Sales, “vecino de Paris”, a construir un “camino de hierro desde Sevilla a Osuna”. La concesión llevaba fecha de 22 de marzo de 1846. En los primeros artículos de dicha concesión se especificaban unas cantidades, no pequeñas, que debían pagarse al Estado en unos plazos de tiempo muy limitados. Las arcas públicas debían recibir 600.000 reales antes de sesenta días a contar desde la fecha mencionada, “con aplicación a las carreteras generales de España” (art. 2º), y 4.800.000 de reales antes de año y medio (art. 1º). Como vemos, el industrial que en aquella época se atrevía a intentar contribuir a la riqueza nacional con su esfuerzo y trabajo recibía aún menos apoyos de los que recibe hoy día. España, su clase dirigente, vivía bien entregada a una siesta de siglos y no quería que la industrialización, ni ninguna monserga similar, viviera a alterar su economía, basada en el cobro de rentas agrarias. Generalidades históricas aparte, el caso era que emprendedores como este señor francés se veían obligados a conseguir una suma casi inalcanzable en un espacio de tiempo muy breve. Gracias a la aportación de mi colega Javier de Soto, gran amante y defensor del patrimonio histórico-documental, he obtenido una prueba del expediente al que monsieur De l’Isle de Sales recurrió para lograr esa financiación: la suscripción de acciones. Se trata de un folleto de cuatro páginas tamaño holandesa impreso en Osuna, en la “Imp. y obrador de D. F. Moreti”. En él, De L’Isle y Francisco Albert, un socio, se extienden sobre las bondades económicas del proyecto, que basa su rentabilidad en el trasporte de mercancías. El folleto iba destinado a captar accionistas entre los ursaonenses y los habitantes de poblaciones cercanas más adinerados, precisamente los privilegiados por el sistema que la industrialización y la revolución de las comunicaciones venían a alterar; de ahí el poco éxito de la oferta. También habría que tener en cuenta la desconfianza que la oferta de un producto desconocido podría despertar entre los posibles inversores, aún más conservadores de lo habitual si se encontraban en zonas rurales del sur de España.
El documento, como se verá, aporta una preciosa información sobre la economía de la comarca, y aun de las provincias limítrofes. He respetado su ortografía, a veces chocante, y las denominaciones históricas de localidades, como “Puente de D. Gonzalo” por Puente Genil. Algunos términos necesitados de aclaración llevan una nota al pie. Les dejo ya con él.





“CAMINO DE HIERRO
DE
OSUNA A SEVILLA
CAPITAL: Rs. Vn.[1] 48.000,000.
Núm. de acciones: 24,000 de rs. de vn. 2,000
PRIMER PAGO: RS. VN. 200, QUE NO SE EXIGIRÁN ANTES DE CON-
CLUIDOS LOS PLANOS DE LA OBRA


Notoria es la falta de comunicaciones interiores en España, y cuán difíciles y costosas son las existentes, ora por no haberse construido caminos, ora porque la falta de arrecifes hace más costosos los transportes. Ya es sabido que abrir comunicaciones en España, ó mejorar las que existen, son los únicos medios de dar impulso á la prosperidad del país, que permanecerá en un estado relativo de inferioridad en cuanto á su riqueza, de los demás de Europa, mientras no se realice tan grande objeto. También es sabido que no hay medios de comunicaciones preferibles a los ferros-carriles, y que estos son tanto más fáciles de construir, cuanto que la línea que han de atravesar es en un país[2] llano, y tanto más productivo á la Compañía que lo emprenda, cuanto sea más fértil el territorio por donde pasen.
            Todas estas condiciones las reunirá un ferro carril desde Osuna á Sevilla, pasando por Marchena, Paradas, Arahal y Utrera, además de la de la corta distancia, reuniendo todas ellas la gran ventaja de hacer menos costoso ese camino que cualquier otro que se proyecte en España. Estas poderosas consideraciones han movido á los promovedores de la Compañía para solicitar la concesión de un camino de hierro de Osuna á Sevilla, y acaso no les hubieran bastado si los pueblos del tránsito no hubiesen dirigido ardientes solicitudes para que faciliten las comunicaciones entre ambos puntos. Esta empresa es de un inmenso interés para un país[3] cuyo principal producto consiste en las cosechas de cereales, que no podrán concurrir con las de Odessa en los mercados de Europa mientras no se reduzca considerablemente el precio de los transportes hasta su embarque. Es también muy lucrativa para los capitalistas, así por las importantes consideraciones que ya hemos expuesto, como por las ventajosas condiciones de la concesión.
            Deseando los promovedores de la empresa no ser tachados con la más mínima sospecha de que los anime el espíritu de agiotaje[4], que por desgracia ha precedido en España á iguales proyectos, han resuelto no exigir la décima parte del capital hasta que concluidos los planos de la obra, y calculados con la exactitud posible sus gastos, puedan ofrecer a los accionistas una demostración clara de la relación de los gastos y productos, de los cuales, como verán, resultan utilidades[5] mayores que las de otro camino de hierro emprendido en Europa. Este es el primer ejemplo ofrecido en España de verdad y sinceridad en las concesiones que se han impetrado y obtenido, y que por falta de ellas mucho tememos que se desacrediten dentro y fuera del reino todos los proyectos de ferro carriles. A la verdad no puede concebirse cómo el gobierno haya podido otorgar esas concesiones, y cómo hayan podido estas hallar suscritores que realicen su obligación sin esos estudios preliminares, pues hasta ahora sólo se han presentado conjeturas más ó menos fundadas sobre los productos de las empresas proyectadas. No se ha procedido así en Francia ni Inglaterra, donde siempre han procedido a las concesiones largos y prolijos estudios de las líneas proyectadas. Sin mas advertencias pasamos á exponer las condiciones de la concesión y el cálculo de gastos y productos.


Condiciones de la concesión
1.ª La propiedad de la línea por 99 años.
2.ª La conservación de las tarifas primitivas durante 40 años, sin ninguna modificación de parte del gobierno.
3.ª La concesión gratuita de todos los terrenos necesarios para el establecimiento del camino, siempre que sean correspondientes a bienes de la nación, ó de los llamados valdíos, realengos, mostrencos, comunales de dueños desconocidos[6] ó de cualquier de que pudiese disponer el gobierno.
4.ª Aprovechamiento de las maderas de los montes del Estado que fuesen necesarias para las obras del ferro carril y sus dependencias.
5.ª Facultades de introducir desde el extranjero libre de todo derecho durante diez años las primeras materias[7], los objetos fabricados, utensilios, materiales, máquinas y demás que sea necesario para la construcción y explotación del camino de hierro.
6.ª Exención de toda contribución, subsidio, gabela ó tributo ordinario ó extraordinario á favor del camino y todas sus dependencias, y á favor de los capitales que emplea la Compañía en la construcción y explotación del camino, como de las utilidades que este produzca.
7.ª Facultad de espropiación por causa de utilidad pública de los terrenos necesarios para el camino.
8.ª Diez y ocho meses para depositar el 10 por 100 en efectivo de las acciones.


Cálculos de gastos y productos del camino
            Según los datos que ofrecen los estudios practicados hasta ahora por el Ingeniero de la empresa, se ha calculado como suficiente un capital de 48 millones de rs., divididos en 24,000 acciones de rs. vn. 2,000.
            El costo de las excavaciones, terraplenes y obras de mampostería no llegará á 20 millones de rs.: quedarán pues 28 millones de rs., que son más que suficientes para cubrir el resto los demás gastos.
            Además de los productos de los partidos de Utrera, Marchena y Osuna, cuyo tránsito se hará por el camino de Osuna a Sevilla, se puede contar que la mayor parte de los productos de los partidos de Moron, Olvera, Ronda, Estepa, Ecija et. et., seguirán la misma dirección.
            Según los datos suministrados por los alcaldes de esos pueblos se sabe que las exportaciones de los principales de ellos son como sigue:

Pueblos
Población
Fanegas de granos
Precio del transporte por fanega.
Rs. vn.
Total de los transportes.
Rs. vn.
Arrobas de líquido.
Precio del transporte.
Rs. vn.
Total de los transportes.
Rs. vn.
Osuna (Corrales, Jara, Saucejo, Rubio y Lantejuela)





17,000





325,000





á 6





1.950,000





50,000





á 3





150,000
Marchena
10,000
142,800
á 4
571,200
35,000
á 2
70,000
Arahal
8,000
100,000
á 4
400,000
30,000
á 2
60,000
Ecija
28,000
363,500
á 4
1.474,000
133,000
á 2
266,000
Estepa (Aguadulce, Jilena y Pedrera)



8,000



100,000



á 6



600,000



103,560



á 3



310,680
Puebla de Cazalla

6,000

42,000

á 6

252,000

15,000

á 3

45,000
Paradas, Utrera, Moron, et.


24,000
              

     300,000


á 4


1.200,000


150,000


á 2


300,000
Herrera, Aguilar, Montilla, Puente de D. Gonzalo, Fernan Nuñez,
La Rambla, Santaella, Campillos, Cañete, Pruna, Teba, et.












45,000












400,000












á 6












2.400,000












200,000












á 3












600,000
[Totales]
146,000
1.778,300

8.847,200
716,560

1.801,680

            Siendo el total de las fanegas de 1.778,300, y el costo de transporte de las mismas de 8.847,200 rs. vn., el precio medio de transporte de una fanega es de 5 rs. Igualmente siendo el total de las arrobas de 716,560, y el costo de su transporte de 1.801,680 rs. vn., el precio medio del transporte de una arroba es de 2 y medio rs.
            Se han omitido los transportes de todos los otros productos de esos pueblos y los de otros partidos, como los de Cordoba, Fuentes, Antequera, Olvera, Ronda, Lucena, Rute, et. et. que se traerán á Osuna luego que esté concluido el camino de hierro.
            Por este motivo, y por el de haberse siempre duplicado los productos por el establecimiento de caminos de hierro, podríamos triplicar esas exportaciones, pero nos contentaremos con duplicarlas.
            Tendremos pues un total de 3.556,600 fanegas y de 1.433,120 arrobas.
            Como hemos dicho, los transportes, que son actualmente tan lentos y tan difíciles, cuestan término medio 5 rs. por fanega de grano, y 2 y medio rs. por arroba de líquido, y reducidos á 3 rs. por fanega, y á 1 y medio por arroba por el ferro carril, resultará un total de 12.819,480 rs. vn. Los gastos calculados en un 40 por ciento, siendo de 5.127,792 rs., quedarán líquidos 7.691,688 rs. Ascendiendo el capital empleado á 48 millones de rs. las utilidades serian de más de 16 por ciento del capital (1), sin contar el transporte de los viajeros, de los productos manufacturados, del ganado (2), et., et., como tampoco todos los transportes de Sevilla á cada uno de los puntos del camino. Se puede pues contar sin exageración con un 20 por ciento.
            Es indudable que así que este en actividad el camino de hierro se establecerán fábricas y se explotarán minas en las cercanías de dicho camino, lo cual aumentará los ingresos.
            Este camino presenta dos condiciones muy favorables que se hallan rara vez reunidas:
1.ª economía en su construcción; 2.ª productos abundantes que transportar.
No se debe pues estrañar que sus utilidades deban ser tan crecidas, pues aun en la suposición de que los productos de este pais no fuesen mayores que los de otros (y ya se sabe cuan abundantes son), la circunstancia de gastar solamente en la construcción la mitad de lo que se gastaría en otra parte menos favorecida, por ser este camino llano en toda su extensión, basta para asegurar utilidades dobles de las que obtendrían en otra empresa en que, las exportaciones aun siendo las mismas, se hubiese empleado un capital doble para oradar montañas ó construir puentes sobre rios importantes.


Condiciones de las suscripciones
            El pago de las acciones se verificará por décimas partes, ó á razon de 200 rs. vn. cada una, según lo exija en su progreso la construcción del camino.
            Se anunciarán sucesivamente con un mes de antelación: ya se ha dicho que la primera anticipación de 200 rs. por cada acción no se exigirá hasta que concluidos los planos de la obra se vayan a empezar los trabajos del camino.
            Constituida la Sociedad se reunirá la junta general de Socios para nombrar los vocales de la junta de Gobierno. Los Socios que se interesen por 200 acciones ó más serán fundadores de la empresa, y tendrán una parte proporcional al núm. de sus acciones en una vigésima parte de las utilidades del camino.
            Esperamos pues [que] las personas ilustradas se apresurarán á suscribirse á una empresa que ademas de ser muy útil al pais, no lo será menos a los accionistas.

            Las acciones se pedirán segun [sic] la fórmula adjunta, dirijiéndose [sic] á D. Francisco Albert, Banquero, calle del Carmen 47, Madrid, ó á D. Emilio de L’Isle de Sales[8], en Madrid, calle del Colmillo, número 9, esquina á la de Hortaleza, cuarto bajo de la derecha.


—:—:—::—:—:—
(1) Es de reparar que se calculan los gastos en 40 por 100, pero que en realidad no excederán de 30 por 100 [dadas] las circunstancias favorables que presenta el camino. En esta suposicion quedarian 70 por ciento liquidos, ó sean rs. vn. 8.973,636 y cerca del 19 por capital empleado.
(2) En este camino hay anualmente un tránsito de millares de cabezas de ganados.

—:—:—
Osuna Imp. y obrador de D. F. Moreti[9].”







[1] Reales de vellón.

[2] Terreno, territorio.

[3] Comarca.

[4] En general, cualquier tipo de arquitectura financiera encaminada a engañar al inversor.

[5] Rentabilidades.

[6] La frase “comunales de dueños desconocidos” da idea del punto de desorganización al que había llegado el sistema de propiedad de la tierra tras las sucesivas desamortizaciones, tanto eclesiásticas como civiles.

[7] Materias primas.

[8] Mi intento de lograr más información sobre “D. Emilio de L’Isle de Sales” y su socio ha sido muy poco fructífero. De Francisco Albert no he hallado absolutamente nada (por ahora). A “D. Emilio” puede emparentársele con Jean-Baptiste-Claude Delisle de Sales, escritor francés fallecido en 1816. Es conocido por su fecundidad y la falta de rigor de algunos de sus escritos históricos y filosóficos. Conoció la cárcel en la Francia prerrevolucionaria, de donde salió con ayuda de Voltaire. Según alguna fuente (Gallardo y Blanco), estuvo casado con María Asunción Badía, hija del célebre Domingo Badía, el aventurero y arabista conocido como Alí Bey. “D. Emilio” podía ser un hijo de esta señora.  

[9] Agradecería cualquier comentario o información sobre este impresor por parte de lectores mejor informados. Con una simple búsqueda en Internet he podido determinar la existencia por los mismos años en Ronda de un autor-impresor llamado Juan José Moreti, posiblemente familiar directo suyo. En 1857 tenía su Imprenta en el número 20 de la calle de los Remedios. No he localizado ninguna información sobre el Moreti afincado en la localidad ursaonense.