domingo, 27 de agosto de 2017

«Auto; Sentido del deber; Naces consumes mueres», de Ernesto Caballero






CABALLERO, Ernesto, Auto; Sentido del deber; Naces consumes mueres, Madrid, Cátedra, 2014; 324 págs. Edición de Fernando Doménech Rico.


            Teatro. Por razones que no vienen al caso, he leído mucho más teatro del que he podido contemplar en directo. Por eso, jamás me atrevería a hacer de crítico de representaciones teatrales. Sin embargo, aquí estoy, escribiendo sobre teatro. En realidad sólo comparto mis notas de lectura.
            Hoy lo hago sobre una edición de tres obras escritas por Ernesto Caballero (Madrid, 1958), actual director del Centro Dramático Nacional. Todas, se supone a la vista de la introducción del señor Doménech, están directamente inspiradas, o muy relacionadas, o quizá tocadas por el espíritu, de don Pedro Calderón de la Barca. Ciertamente, esa inspiración, homenaje más o menos explícito a Calderón, está muy presente en Sentido del deber y en Naces consumes mueres, pero no tanto en Auto. Paso a dejar mis impresiones sobre cada una de ellas.

Auto. Estrenada en el Teatro Alfil de Madrid en 1992. De las tres es la que más me ha gustado, en especial por su economía expresiva y lo ingenioso del argumento. Se trata de una conversación que mantienen cuatro personas, un hombre y tres mujeres, que se hallan en una »sala de espera», sin especificar la naturaleza ni el aspecto de esta. Las acotaciones, como las características del decorado que se pueda deducir de ellas, son extraordinariamente escasas y minimalistas. Se reducen a las imprescindibles para que el lector sepa, cuando es pertinente, a quién se dirigen unas palabras, un gesto. Nada más. Los personajes son LA ESPOSA, EL MARIDO, LA AUTOESTOPISTA y LA CUÑADA.
En cuanto a la estructura, sólo existe un acto, como en los autos sacramentales, y todos los diálogos van referidos a un hecho violento que ocurrió en un momento del pasado de cronología vaga pero reciente, un accidente de tráfico. Poco a poco, y gracias a intervenciones muy cortas, agiles, el lector va descubriendo qué pasó el día del accidente, cómo pudo ocurrir este y las consecuencias que tuvo, extremo este que sólo se desvela en la última línea y da un sentido nuevo a todo el texto. Son evidentes las críticas al hábito del consumo en sí mismo, más evidentes quizá que en Naces consumes mueres, y más sutiles las dirigidas a la televisión como un modelo de conducta zafio y embrutecedor.

Sentido del deber. (Estrenada en la Sala Ítaca de Madrid en 2005). Se trata de una adaptación, versión o reescritura —no sé cómo llamarlo, de El médico de su honra, de Calderón. La acción trascurre en un cuartel de la Guardia Civil. Los nombres de los personajes, MENCÍA, JACINTA, ENRÍQUEZ, GUTIÉRREZ y SARGENTO REYES están, casi todos, tomados de la obra calderoniana, al igual que las líneas principales del argumento. Se da la circunstancia de que en su estreno en Madrid la obra fue representada sólo por mujeres, quizá para eliminar de la escena algo de la brutalidad masculina, tan presente en el drama.
En esta obra las acotaciones tienen mucha importancia y están escritas bajo la atenta mirada de don Ramón del Valle-Inclán, por lo que la obra es una descendiente directa de dos padres insignes.  

Naces consumes mueres. (Estrenada en el Teatro Calderón de Valladolid en 2012). Los personajes son cuatro mujeres jóvenes, KARINA, JULIA, PAULA y SANDRA. Forman parte de la llamada «generación mejor preparada de la historia de España», la que más estudios y menos oportunidades laborales tiene debido a la crisis económica iniciada en 2007. Obra inspirada directamente en la calderoniana El gran mercado del mundo, el autor sitúa a las jóvenes como candidatas a interpretar los papeles de dicha obra aunque, como en Auto, al final se hace evidente una circunstancia que ha sido sólo sugerida y transforma la interpretación de todo el texto. Naces consumes mueres contiene intercalados pasajes de la obra de Calderón, que debió entender como muy pocos autores el funcionamiento del mundo, y un pasaje memorable sobre la explicación filológica de la palabra ‘culpa’ en alemán, Schuld, procedente del verbo schulden, que significa tener deudas (parlamento de JULIA en la página 257). En general, debo decir que Naces consumes mueres contiene demasiados parlamentos alusivos a las causas de la crisis económica, es quizá demasiado seria. La situación por la que atraviesan esos jóvenes, desde luego, es seria, pero uno no espera encontrar en una obra de teatro observaciones y análisis propios de sesudos tratados de economía. Y que me perdone don Ernesto Caballero.  
            En cuanto a su estructura, se trata de una sola y larga escena, que imagino requiere un gran esfuerzo actoral, como el mismísimo combate contra la crisis.

            Por último, desaconsejar la lectura seguida de las tres obras, precisamente lo que yo he hecho. Nadie sale de una función en un teatro y se va a otro inmediatamente para asistir a otra distinta, aunque sea del mismo autor y se suponga del mismo espíritu. Si hubiera leído las obras por separado tendría de ellas un juicio más certero.  

sábado, 26 de agosto de 2017

«La hija del sepulturero», de Joyce Carol Oates




OATES, Joyce Carol, La hija del sepulturero, Barcelona, Debolsillo, 2015; 682 págs. [The Gravedigger’s Daugther, 2007; traducción de José Luis López Muñoz].

            Vuelvo a la realidad y a la plaza pública después de una lectura fascinante.
           La hija del sepulturero recrea la vida de un personaje de ficción pero muy real. Este personaje, Rebecca Schwart, lucha desde que tiene uso de razón por lograr encontrar el sitio y la dignidad que tanto su infancia como su primera juventud le robaron. Víctima de malos tratos por parte de su padre —un alcohólico traumatizado por la persecución nazi y la emigración a un país que no entiende—, y también por parte del padre de su hijo, Rebecca conseguirá levantarse, protegerse de los hombres y hacer de su hijo una persona de mérito muy reconocido.
El punto de vista narrativo predominante es el de Rebecca. Quizá lo mejor de esta novela sea la creación de este personaje, una mujer resultante del mundo de abusos masculinos en los que se han movido las mujeres desde el principio de los tiempos. Rebecca es tan fuerte que sobrevive a todo y renace para dar al mundo una lección de inteligencia, resistencia e integridad moral.
            La acción transcurre en Estados Unidos y entre los años 1936 y 1998. La cronología del relato no es lineal. Paso a copiarles el esquemita que he confeccionado siguiendo los títulos de los capítulos:

I.               EN EL VALLE DEL CHAUTAUQUA
Prólogo (1959); págs. 11 y 12.
Chautauqua Falls, Nueva York (1959); págs. 13 a 71.
Milburn, Nueva York (1936-1959); págs. 71 a 401.

II.                EN EL MUNDO (1959-1971); págs. 401 a 611.

III.               MÁS ALLÁ (1971-1975); págs.. 611 a 653.

IV.               EPÍLOGO (1998-1999); págs.. 653 a 682.

Como puede verse, existen un salto hacia el pasado (analepsis) y un aparente vacío (elipsis) al final, ambas secuencias, salto y vacío, con la misma duración, veintitrés años, lo que no deja de ser curioso. El epílogo, por cierto, está escrito en formato epistolar.
Este tratamiento del tiempo resulta muy efectivo desde el punto de vista narrativo, sobre todo la analepsis: nos presenta de inicio a Rebecca con veintitrés años y sometida a una gran presión, en una situación de gran peligro, quizá una agresión inminente, y lo deja ahí para explicar, partiendo de su nacimiento, cómo ha podido llegar esa situación. El lector, totalmente intrigado, se bebe las páginas.
 El relato de la vida de Rebecca resulta tan atractivo que, una vez superadas las décadas más desgraciadas de la vida de la protagonista, el lector se mueve dócilmente en brazos de Oates hacia un futuro que espera sea mucho mejor que el pasado que ha tenido de niña y de jovencita.
     La novela, de lectura muy recomendable, recrea en varios de sus personajes principales el mundo de la música clásica y de los concertistas de piano, páginas que vienen a resarcir al lector de las sordideces pasadas. Todos los personajes, da igual el sexo, la edad o la extracción social, están admirablemente construidos.



martes, 15 de agosto de 2017

«Desciende, Moisés», de William Faulkner





FAULKNER, William, Desciende, Moisés, Madrid, Alianza, 2017; 422 páginas. [Go Down, Moses, 1942]. Traducción de María Coy.

            Conjunto de relatos muy unidos por la temática, la presencia de personajes comunes, el escenario y la época, tan unidos que algunos consideran el libro una novela. En realidad, y como demuestra la publicación de sus siete partes por separado con anterioridad a 1942, parece tratarse más bien de lo primero; (sobre esta cuestión pueden verse las págs. 657 y ss. de W. Faulkner, Relatos, Barcelona, Anagrama, 2012; edición de Joseph Blotner, traducción de Jesús Zulaika Goicoechea). De todas formas, este es un problema arduo al que han dedicado años de su vida sesudos y muy respetables críticos, así que no voy a ser yo el que le enmiende la plana a ninguno de ellos.
            El libro cuenta las peripecias vitales de los miembros de una familia en la que las sangres negra y blanca se confunden desde generaciones atrás. Dado que hoy día sigue habiendo terrorismo racial en los Estados Unidos, no viene mal recordar que las uniones amorosas son la única manera de acabar con las diferencias raciales y de clase, de manera que desde aquí nos permitimos aconsejar al señor Donald Trump que, si alguna vez llega a divociarse, se case con una mujer negra —le va a costar trabajo encontrar alguna que quiera, dicho sea de paso—, a ver si así se le oscurece un poco la piel y se le endulza el alma.

            Desciende, Moisés comienza con esta dedicatoria:

«A Mami
Caroline Barr
Mississippi
1840-1940

que nació en la esclavitud y
que dio a mi familia una fidelidad
sin límite ni cálculo de recompensa
y a mi niñez inconmensurables
devoción y amor».

            Esa, precisamente, va a ser la tónica general del libro, una visión de los esclavos y empleados negros que intenta ser humana e igualitaria. El punto de vista de Faulkner es el de un blanco del sur de clase acomodada, en su caso venida a menos, pero, por una especial fortuna, provisto de una buena dosis de empatía. Además, Faulkner nos regala pasajes inolvidables sobre la transformación de la naturaleza de la mano del hombre, que talaba bosques vírgenes para dejar paso al ferrocarril; esto último principalmente en Otoño en el Delta, la parte sexta. En cualquier caso, y perdonen mi desorden, es necesario empezar diciendo que Desciende, Moisés cuenta los avatares sufridos por los miembros de la familia McCaslin desde principios del siglo XIX hasta bien avanzado el siglo XX. Los McCaslin tienen una plantación cerca de la ficticia población de Jefferson, estado de Misisipi. El árbol genealógico de la familia, bastante enrevesado, para alegría del lector se sirve ya hecho (pág. 10), de manera que no hay que partirse la cabeza intentando recordar quién era quién en la familia. De todas formas, hay momentos de la lectura en los que la prosa de Faulkner se vuelve tan deliciosa o tan ininteligible, por la longitud de los periodos sintácticos, que uno no sabe realmente, ni le importa, de qué McCaslin está hablando.
            Desciende, Moisés, como ya he dicho, está dividido en siete partes. Las siete pueden leerse de forma autónoma de manera inteligible pero solo leyéndolas todas se puede entender la grandeza y la miseria de los personajes. El «tío Ike», Isaac McCaslin (1867-ca. 1947), protagoniza muchas de ellas. No puedo asegurarlo, pero es muy posible que Jim Harrison, el autor de Leyendas de pasión, novela muy conocida en su adaptación cinematográfica, tomara gran parte de su argumento de la quinta parte de Desciende, Moisés, titulada «El oso», a su vez una fusión y recreación de los relatos «Lion» (1935) y «El Oso» (1942), aparecidos respectivamente en las revistas semanales Harper’s y The Saturday Evening Post. En «El Oso» Ike acaba de cumplir diez años y por fin consigue que se le admita en las salidas de caza de los mayores, formando parte dicha acción de uno de los principales ritos de iniciación a la edad adulta, prueba de virilidad, que ha existido desde siempre en las poblaciones rurales. Sus conocimientos cinegéticos han sido adquiridos junto a Sam Fathers, un medio indio medio negro, que le pone en el rastro de «Old Ben», un viejo oso al que le falta una de las uñas y deja una huella muy peculiar. La lucha final con el oso acarreará desgracias humanas que no voy a seguir contándoles, pero las similitudes con el guión de la famosa película son claras. La historia del oso y los aprendizajes de Ike se inician en la parte cuarta, «Los viejos del lugar», y terminan en la sexta, «Otoño en el Delta», cuando Ike tiene ya ochenta años. En general, el libro no está indicado para personas excesivamente urbanas. La comprensión y el disfrute de algunos pasajes requieren el recuerdo de la caza como una actividad nutritiva y, por lo tanto, necesaria.
La primera de las partes, «Fue», sobre la defensa de la soltería de dos hermanos ya maduritos, es muy divertida, en la línea de algunos relatos descacharrantes de Faulkner, como «Caballos pintados» o «La tarde de una vaca».
Para casi acabar —podría estar escribiendo un rato más pero no quiero cansar a nadie—, recordarles que «Go Down, Moses» es una especie de himno eucarístico con evidentes connotaciones abolicionistas basado en la salida de los israelitas de Egipto. La repetición de algunas de sus estrofas vertebra «Desciende, Moisés», la última de las partes, un precioso relato sobre la humanidad de unos blancos que ayudan a una abuela negra a enterrar a su nieto con honores que no recibiría mucha gente. Y por último, destacar el relato «”Pantaloon” de negro», basado en la nobleza de un negro gigantesco al que todos temen y nadie es capaz de comprender, tema que, a su vez, asoma en otras novelas y películas. En este relato, o parte a secas, destaca el cambio de punto de vista narrativo de las páginas finales, muy efectivo.

Hasta pronto. A seguir leyendo.

viernes, 4 de agosto de 2017

«Tierra de rastrojos», de Antonio García Cano





GARCÍA CANO, Antonio, Tierra de rastrojos, Dos Hermanas, Imprenta Sevillana , S. A., 1976 (2ª ed.; la 1ª es de 1975); 303 páginas. Prólogo de Antonio Burgos. Ilustraciones y portada de Francisco Cuadrado.

            Novela de realismo social, en este caso centrada en la vida de una familia de colonos pobres, arrendatarios de pequeñas parcelas, durante el periodo comprendido aproximadamente entre los últimos años de la dictadura de Primo de Rivera y los años finales de la década de los cuarenta. El lugar, sin definir con exactitud, puede situarse en el territorio comprendido entre las poblaciones sevillanas de Osuna, Lantejuela, Marchena y la Puebla de Cazalla. El protagonista, un hombre joven y saludable que sólo posee sus manos y el deseo de sacar adelante su familia, verá como todos sus esfuerzos de progreso resultan inútiles ante las barreras levantadas por un sistema injusto. En esta línea, la novela recuerda obras inspiradas por el mismo espíritu de lucha y reivindicación, como Las uvas de la ira, de Steinbeck, pero con la peculiaridad de estar escrita por alguien que conoció la explotación laboral y la injusticia desde la misma infancia y en carne propia.
            Muchos de los libros que uno lee acaban con el nombre del lugar donde fueron escritos y el periodo de tiempo que llevó redactarlos. Así, es muy corriente encontrar finales como «Toledo, primavera - verano de 2009» o, por decir algo, «Vilanova i la Geltrú, 2000 - 2001». Esos finales son normales y no impresionan demasiado. Lo que ya no es tan normal es encontrarse un final como el de Tierra de rastrojos:

«Jaén, Prisión Provincial.
Segunda Galería, celda 21. 
Años 1.970 - 1971».

            Y uno se pregunta qué pudo llevar a la cárcel al autor e investiga su biografía. La tienen ahí, en internet, en muchos lugares.
García Cano es un autor muy admirado por las personas que sienten la Andalucía señorial, que conocen su historia. El primero en admirar su obra es el prologuista, que da la bienvenida a la novela como la “primera novela estrictamente campesina del Sur” (pág. 10), esto es: la primera novela sobre el campesino andaluz, sobre la vida en las gañanías de los cortijos, en los tajos de siega a mano, en las chozas de los colonos, incluso en las tabernas, las iglesias y los casinos de los pueblos escrita por un trabajador, por una persona que en su infancia cuidaba cabras y cerdos, que apenas fue a la escuela, pero era poseedor de una gran inteligencia natural. De hecho, este servidor, que conoce la zona donde transcurre la novela y los hechos que relata, no puede dejar de admirar la manera que tiene de contar todo sin señalar a nadie directamente y de disfrazar los lugares de manera que sólo resulten identificables por algunos y de manera indirecta. En las biografías de García Cano se cuenta que perteneció al PCE, que vivió la infancia en Lantejuela, que trabajó de dependiente en El Saucejo, de camarero en Osuna, que hizo la mili en Sevilla y otras circunstancias vitales más que le dieron un bagaje cultural tremendo, pues la sabiduría de García Cano no era de la que se aprende en la Universidad. Era sabiduría práctica. De todas formas, y a la vista del estilo que posee escribiendo, estoy seguro de que en algún momento de su vida alguien con medios supo ver en él unas capacidades que debían fomentarse y le abrió su biblioteca. Ahí tuvo que conocer la gran literatura. García Cano escribe bien, sin abusar de adjetivos ni de cultismos, y además realiza un homenaje, con su uso, al habla de la zona, pues no es normal encontrar en las novelas que uno lee palabras como chiquichanca (persona, normalmente un niño, que está para los trabajos más humildes) o sardinel, que en la zona de Osuna pronunciamos sardiné.
La Andalucía de los grandes latifundios ha evolucionado mucho desde que se escribió esta novela. La vida en general ha mejorado de manera notable en estos pueblos. Por mi edad aún puedo reconocer muchas de las situaciones que se describen en la novela, pero estoy seguro de que los más jóvenes, sobre todo si viven en ciudades, ya no podrán hacerlo. Afortunadamente para ellos. No han conocido el gran éxodo de los sesenta y los setenta, que se llevó gran parte de la sangre más joven y emprendedora a Cataluña o el País Vasco, ni tampoco, por suerte para ellos, las tabernas en las que todavía en mi infancia había carteles en las paredes donde se leía “Prohibido escupir en las paredes”. Esto ha mejorado, sí. Pero ahora se muere. Se muere porque las administraciones hacen caso omiso a las voces que se alzan pidiendo nuevas conexiones ferroviarias —parece que quiere dejar enterrados más de 200 millones de euros ya invertidos en la plataforma del AVE— o el apoyo a empresas que creen puestos de trabajo y puedan radicarse aquí. Mientras todo siga más o menos como estaba, la sociedad será subvencionada y languidecerá entre bellas fachadas de casas señoriales. Pueblos como Osuna, por no tener no tienen un teatro ni un auditorio dignos, ni una instalación deportiva tan saludable como una piscina cubierta. Cualquier persona de la zona que viaje a comarcas de economía más dinámica quedará admirada de los equipamientos de otras poblaciones. La zona que describe García Cano en esta novela de manera magistral necesita el empuje de las administraciones. Lo está pidiendo a voces.


Cencerro, en el centro, sentado, 
rodeado de parte de sus hombres. 
Aunque su territorio eran las sierras del sur de Jaén, 
García Cano lo nombra en la página 235. Era la Guerrilla. Años 40.


En cuanto a técnicas narrativas, Tierra de rastrojos está narrada en tercera persona omnisciente clásica. El lector actual poco acostumbrado a las novelas del XIX echará en falta durante la lectura mayor ilación de la trama y una acción más dinámica. Hay capítulos lentos, de espíritu que podríamos llamar documentalista, en los que el autor quiere dejar constancia de ceremonias o formas de vida cuya vida presumía corta. Le asombraría saber hasta qué punto se perpetúan.