martes, 4 de octubre de 2016

"Santuario", de William Faulkner




FAULKNER, William, Santuario, Barcelona, Debolsillo, 2015; 347 páginas. [Sanctuary, 1931]. Traducción de José Luis López Muñoz.


Después de la lectura de Eça de Queirós, adentrarme en esta novela de Faulkner ha sido como salir de un concierto de Mocedades y meterme en uno de Deep Purple, y eso sin transición ninguna, a lo bestia, como a mí gusta hacer las cosas, buscando evasión y estímulos donde pueda encontrarlos.
            No es la primera ficción de Faulkner que leo. Anteriormente me había enfrentado a varias novelas, y sobre todo a sus cuentos, con los que había disfrutado lo indecible. El suyo era siempre el mundo del sur de EEUU, una sociedad injusta en un paisaje desolado, donde los grandes ríos hacían de las suyas con incontenibles crecidas y donde mujeres aguerridas hacían frente a hombres debilitados por los vicios y las inacabables guerras. Faulkner recrea en ellos la Guerra de Secesión, sobre todo a los vencidos, y, a menudo, episodios de caza protagonizados por hombres y animales muy bien compenetrados con el medio natural. Aparecen pícaros de todo tipo, dispuestos a engañar a cualquiera para sobrevivir, y perros legendarios, capaces de enfrentarse a osos descomunales. Ese era el Faulkner al que yo estaba acostumbrado. Y ahora, de buenas a primeras, me topo con una novela distinta, escrita, según propia confesión, para ganar dinero, pensando en el público mayoritario más que en lo que él mismo deseaba escribir. Y el gusto de la mayoría es, a menudo, deleznable, ya se sabe. Así que durante los días que ha durado la lectura me he visto transportado a un mundo sórdido, donde se suceden actos de lo más desagradable, en la línea de ese realismo sucio, descarnado, morboso, que tanto gusta al público en general desde hace mucho mucho tiempo (demasiado). No falta un detalle: violaciones; asesinatos; destilerías ilegales; abogados, o fiscales, corruptos que disertan con elocuencia ante indignados jurados; casas de putas alcoholizadas, etc… Como era de esperar con esos ingredientes, Faulkner consiguió lo que quería: la obra tuvo gran éxito y él ganó mucho dinero con ella. El detalle de que, en su madurez, se arrepintiera de haberla escrito es algo que entra en la lógica del proceso de maduración de cualquier escritor, que suele renegar de sus obras anteriores, sobre todo las de juventud.


(mediad.publicbroadcasting.net)


Desde el punto de vista técnico, la extraordinaria habilidad que tenía Faulkner para construir novelas sigue estando ahí, por supuesto. El lector pasa, alucinado, de una secuencia a otra, la novela es muy cinematográfica, quedándosele siempre el interés no satisfecho del todo, de manera que no tiene más remedio que seguir leyendo para averiguar más. El escritor dosifica sabiamente la información e intercala episodios humorísticos que rebajan la tensión, como ese de los dos alumnos de una escuela de peluquería que llegan a la ciudad provenientes de un pueblo y acaban hospedados en un casa de putas pensando que es una pensión familiar. Y una semana después aún lo siguen pensando.
En fin: una novela de técnica ejemplar y argumento para olvidar, demasiado sórdido y retorcido.

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