lunes, 19 de septiembre de 2016

Pedro Téllez-Girón, príncipe de Anglona (38)


La Catedral de La Habana en 1900
(momentosdelpasado.blogspot.com)


Mientras Pedro de Alcántara Téllez Girón, príncipe de Anglona, se encuentra en Cuba, en el gobierno nacional tienen lugar importantes cambios. El 12 de octubre de 1840 María Cristina, la Reina Madre, renuncia a la regencia y cinco días más tarde embarca en Valencia hacia el exilio. En Madrid comienza a gobernar Espartero, héroe nacional tras el Abrazo de Vergara, gesto público que había dado por finalizados siete años de guerra civil.
El exilio de su valedora supondrá el embarque de Anglona rumbo a Francia en mayo del año siguiente. Sin embargo, antes de abandonar la isla, aún tendrá tiempo de protagonizar distintos hechos de los cuales ha quedado memoria en la historia de Cuba. Algunos, la mayoría, fueron resultado de las obligaciones inherentes al puesto que ocupaba; otros lo fueron por voluntad propia. En cuanto a los primeros, en la Biblioteca Nacional se conserva un folleto de ocho páginas y largo título: Discurso que en la solemne apertura de la Audiencia Pretorial de La Habana en el año de 1841, pronunció su presidente el Excmo. Sr. Príncipe de Anglona, Marqués de Javalquinto... gobernador general de la isla de Cuba, (La Habana en 1841). Dicha publicación puede localizarse en la Biblioteca Nacional de España – Salón General. Sign.: HA/24993 y VC/2801/9. El discurso propiamente dicho ocupa sólo dos páginas; el resto consiste en un informe del estado en que se encontraban las causas judiciales de la audiencia a finales de 1840. A continuación les copio el texto completo de la intervención de Anglona, muy formal y complaciente, en línea con lo que podía esperarse de un Capitán General de la isla, defensor de ciertos intereses de clase. Llaman la atención, eso sí, unas palabras que parecen aludir al cambio político ocurrido en Madrid. Las he resaltado.

“Señores:
        Si la seguridad unida a la posesión de cuanto deparó a cada individuo de la sociedad la suerte o su trabajo, son los bienes más apetecidos de los hombres, no podrán dejar de tenerse en alto aprecio los medios de conseguirlo. En tal caso se hallarán los Tribunales que aplicando las leyes, precavan, corrijan y castiguen los delitos que puedan alterar tan preciosos dones.
       La legislación de todos los países con sus variedades locales o temporales, siempre se encamina a tan laudable fin; y no es en verdad la sola parte influyente para obtenerlo la dudosa perfectibilidad de aquellas, pues en la práctica lo que obra poderosamente es la aptitud e integridad de los jueces: ni por ello se niegue la conveniencia de arreglar o mejorar con discernida oportunidad, aun las mismas leyes que bastaron para servir a su objeto por alguno o muchos años.         
Mas partiendo de tal principio, ¿quién no se sentirá poseído de justa gratitud hacia la digna corporación a que tengo en este momento la honra de hablar? Al paso que en la delicada y espinosa tarea de administrar justicia, todos sus individuos han brillado por su integridad, celo e ilustración, no olvidó desde el mismo momento de su instalación las reformas de prácticas o abusos que conviniera alejar. A tan privilegiado objeto halló tiempo de aplicarse, sin por eso desatender sus graves y ordinarias ocupaciones, presentando la muestra de sus conocimientos prácticos y teóricos en lo ya hecho, y para lo que aún hubiera de hacerse. No es llegada la época en que se coja todo el óptimo fruto de tales reformas; causas que nadie puede contrariar de pronto lo embarazarán algún tiempo; mas la imparcialidad y buena fe sabrán hacer justicia, y dar a cada cosa lo que le pertenece.
        Si bien sea esta la tercera vez de mi vida que me proporciona la fortuna presidir en tan respetables Tribunales, en ninguna con mayor motivo pude honrarme de ello. A la distancia que nos separa del suelo donde nacieron nuestros padres y los de estos fieles hijos que pueblan el suelo cubano, no puede presentarse complacencia igual a la de observar la unión e interés que merecidamente estrechan los vínculos que existen entre nosotros. Para conservarlos en recíproca utilidad, la administración de justicia próvidamente desempeñada, siempre será poderosa garantía, y no ha de faltar estándolo en manera tan digna. Sólo me cabe la satisfacción de proclamarlo.
   Debo asimismo tener e1 convencimiento de que los Relatores, Abogados, Procuradores, Escribanos y cuantas personas hacen parte del foro, continuarán ayudando con sus luces, desinterés y prendas indispensables a aquel que sirva de perenne emulación y ejemplo para los demás de la monarquía. He dicho”.

Como vemos, la independencia y la probidad de los jueces es algo que ya preocupaba a la sociedad, que seguramente ha preocupado a la sociedad desde que se creó el primer tribunal de justicia, esa dama de ojos supuestamente vendados pero que siempre alcanza a mirar por debajo de la venda.
Otro de los objetos de la atención de Anglona fue el pésimo estado en el que se encontraban las arcas del Banco Real de Fernando VII, descapitalizadas a causa del subsidio extraordinario de guerra exigido a la isla desde 1836. Con fecha 1 de febrero de 1840 dirigió un informe sobre el particular al presidente del Consejo de Ministros en el que, en relación a uno de los fines fundacionales de la entidad —“facilitar a las empresas agrícolas y mercantiles algunos recursos con el descuento de pagarés bajo un reglamento que se formó para el efecto”—, Anglona escribe: “no entraré en detalles minuciosos sobre la manera en que se cumplió”, forma sutil de indicar que este objetivo no se alcanzó en absoluto o se hizo de manera viciada (Archivo Histórico Nacional, Ultramar, Leg. 22, núm. 5, doc. 2). Dada la improbabilidad de que el Estado tomara cartas en el asunto con rapidez, parece que él mismo tomó la iniciativa y, con fondos cuyo origen no hemos podido determinar, llevó a cabo la fundación de la “Caja de Ahorros, Descuentos y Depósitos de La Habana”, realidad documentada por la existencia de una publicación titulada Reglamento directivo y económico de la Caja de Ahorros, Descuentos y Depósitos de La Habana creada por mediación del Excmo. Sr. Príncipe de Anglona y reformada durante el mando del Excmo. Sr. D. José Gutiérrez de la Concha, (La Habana, 1851), dato recogido por Inés Roldán de Montaud en su obra La Banca de Emisión en Cuba (1856-1898), (Banco de España, Madrid, 2004; pág. 204). Su creación también aparece recogida en la obra Biblioteca de legislación ultramarina en forma de diccionario alfabético, (Madrid, 1844), de José María Zamora y Coronado, donde leemos que “tan útil institución [fue fundada] por impulso del príncipe de Anglona” (pág. 6).
Por último, añadir que, partidario como siempre de fomentar las Bellas Artes, actividad para la que estaba realmente bien cualificado, no en vano había sido director del Museo del Prado de Madrid, donó 3.000 pesos para la compra de obras que sirvieran como modelo a los alumnos de pintura de la Academia de San Alejandro. La Sociedad de Amigos del País de La Habana, entidad de la que dependía dicha institución docente, encargó al mismo Anglona la selección y la adquisición de las obras, muestra de la confianza que sus miembros tenían en su diligencia y su criterio. Una vez en París, a donde debió llegar a mediados de 1841, llevó a cabo su promesa adquiriendo una treintena de cuadros que acabaron llegando a La Habana en noviembre de 1842. Este dato ha sido extraído de la Historia del Museo Nacional de Bellas Artes, artículo de la escritora cubana María del Carmen Rippe (revista digital cubana “La Jiribilla”; julio de 2001). Copio el contenido que nos interesa para el caso:


La Galería Didáctica de la Academia de San Alejandro fue creada a mediados del siglo XIX, a partir del lote de cuadros al óleo comprados en l84l, en remates de buenas galerías en París, por "Pedro de Alcántara Téllez Girón y Pimentel, Príncipe de Anglona, Márqués de Javalquinto (l776-l85l) quien fue Capitán General de la Isla de Cuba de l840-l85l. Al cesar en su cargo, donó 3 mil pesos a la Real Sociedad  Económica de Amigos del País de La Habana, para que ésta comprara cuadros destinados a servir de modelo a los alumnos de San Alejandro. La sociedad acordó que esta donación se pusiera en manos del mismo príncipe, para que él eligiera las obras. El l2 de noviembre de l842 llegaron a La Habana a bordo de la fragata Tigre los 30 cuadros escogidos..." (Datos tomados de las Memorias de la Real Sociedad Económica de Amigos del País. La Habana, l842, tomo XV, pp. ll4-ll6).”

        Dejando a un lado los errores existentes en las fechas de nacimiento de nuestro protagonista (1786, no 1776) y de finalización de su destino en La Habana (1841, no 1851), el texto resulta muy ilustrativo sobre el interés de nuestro protagonista por la difusión de las artes, y más si tenemos en cuenta que las enseñanzas de esta academia eran gratuitas.
Para terminar el artículo de hoy, quiero llamar la atención sobre la necesidad de completar esta modesta investigación mía con una consulta en profundidad de los archivos que se encuentran en suelo cubano, actividad que no he podido llevar a cabo. Dichos archivos no parecen estar digitalizados y colgados en la red a día de hoy, al menos no parece estarlo el más importante de todos, el Archivo Nacional de la República de Cuba, fundado precisamente durante la capitanía de Anglona. Una vez más, por tanto, insisto en el carácter de esta serie de artículos, escritos con mucha ilusión pero con grandes limitaciones. Estoy seguro de que el día de mañana alguien con personalidad, criterios propios y recursos —una beca, por ejemplo—, dedicará su tiempo y sus esfuerzos a alumbrar con intensidad esta parte de la biografía de nuestro Príncipe. Como vemos artículo a artículo, el personaje lo merece.
(Continuará).

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