miércoles, 21 de septiembre de 2016

"Los apuntes de Malte Laurids Brigge", de Rainer Maria Rilke



RILKE, Rainer Maria, Los apuntes de Malte Laurids Brigge, Alianza Editorial, Madrid, 1981; 175 págs. [Die Aufzeichnungen des Malte Laurids Brigge]; trad. de Francisco Ayala.




            Este artículo fue escrito de pie, igual que fue leído el libro, pues ante un creador como Rilke no cabe sentarse ni realizar cualquier acto que implique relajación o indiferencia. No cabe ponerse el sombrero, ni quitarse la chaqueta, ni tampoco dejar de cederle la acera: estamos ante un autor extraordinario.
            Nunca hasta ahora, y exceptuada su Cartas a un joven poeta, descubierta tras la lectura de Cartas a un joven novelista de Vargas Llosa, había leído una obra de ficción de Rilke, ni siquiera sabía que existiesen. Conocía su poesía y la colección de cartas mencionada, que el Premio Nobel Peruano, de quien admiro sus obras de juventud, usa como base e inspiración para su colección de cartas, en este caso a un novelista. Rilke, como todos los verdaderamente grandes, inició muchas cosas y dio pie a muchos que vinieron detrás y quisieron sacar partido de su obra y de aspectos de la vida tan alejados de la verdadera creación literaria, del oficio de escribir, como es la celebridad. Las Cartas a un joven poeta, que he releído estos días, son de lectura imprescindible para cualquier apasionado por las letras y la creación literaria.

(buscabiografias.com)


La biografía de Rilke (1875-1926) tiene, como la de todos nosotros, su punto de inflexión, su momento más importante, en la infancia. Es la época que más nos marca, la que más señales nos deja, la que nos conforma. Luego puede venir todo lo demás, viajes, amores adultos, lecturas, experiencias del tipo que sean, pero nuestra base está en la infancia, sobre todo en nuestra relación con los adultos con los que mantenemos una convivencia más estrecha, principalmente nuestra madre. Ella nos marca el camino, y en su mano está hacernos adultos autosuficientes o dependientes. Todo esto es muy freudiano. Son los terrenos de Edipo, de la libido, esa potencia que nos mueve[1].
Pues bien. En Los apuntes de Malte Laurids Brigge —un texto que difícilmente podría ser considerado una novela[2]—, he encontrado uno de los casos más claros y eficientes de superación de episodios, hasta entonces quizá no bien digeridos, de una infancia un tanto pintoresca, por no decir descontrolada. Los biógrafos de Rilke coinciden en señalar a la madre como la principal responsable de su genialidad, responsable tanto de su brillantez intelectual como de sus debilidades. En palabras de Pilar Martino:

            “Rilke ejercía un indudable atractivo entre sus amigos y conocidos, gracias a sus exquisitos modales, amabilidad, agradable conversación, simpatía natural y una voz que todos reconocían actuaba como un imán. […]. Sin embargo, a pesar de la fascinación que ejercía en los que tenían más contacto con él, la enfermiza inestabilidad emocional, provocada en gran parte por una madre insensata que no le preparó para salir airoso de los avatares de la vida, sino que jugó con él como un muñeco de peluche, acentuó una personalidad frágil y quebradiza, asustadiza y, al mismo tiempo, egoísta. El resultado fue una constante bipolaridad en las relaciones humanas”[3].    

            Una de las particularidades que tuvo la infancia del autor fue el gusto que tenía la madre en disfrazarlo de niña, una práctica ya conocida y descrita en madres que han perdido hijas pequeñitas o han tenido sólo varones. Existen fotografías, perfectamente accesibles en la red, en la que el niño Rilke aparece disfrazado de niña, sus grandes ojos azules mirando al objetivo de la cámara bajo pelucas de pelo sedoso.

(2.bp.blogspot.com)

No quiero decir con esto que esta práctica de la madre fuese desequilibrante en sí misma, pero sí ponerla como ejemplo del trato irresponsable de juguete que la madre daba al niño. Todo esto no está siendo traído por una atención morbosa al asunto del travestismo, a veces polémico, sino precisamente para introducir un pasaje del Malte que me llamó la atención desde el principio por parecerme inverosímil en un niño pequeño. Luego, leyendo biografías suyas, he ido atando cabos y he comprendido mejor el pasaje, su intención sanadora y cómo en él puede verse la mano de una gran persona, inteligente e influyente hasta decir basta: Lou Andreas Salome, la escritora rusa consejera de Rilke. El pasaje es el siguiente:

“Y sólo cuando [mi madre y yo] estábamos completamente seguros de no ser molestados, y al exterior caía la noche, podía ocurrir que nos abandonásemos a recuerdos, a recuerdos comunes que nos parecían a los dos muy antiguos, y de los que sonreíamos, pues desde entonces los dos habíamos crecido. Recordábamos que había habido un tiempo en el que mamá deseaba que yo fuese una niñita y no este muchacho que, Dios mío, sí, tenía que ser. Yo había adivinado esto, no sé cómo, y había tenido la idea de llamar alguna vez por la tarde a la puerta de mamá. Cuando ella preguntaba entonces que quién estaba allí, me gustaba decirle desde fuera ‹‹Sofía››, disminuyendo tanto mi voz que me cosquilleaba la garganta. Y cuando después entraba (con mi vestidito de casa con las mangas enrolladas, que parecía casi un vestido de niña), yo era sencillamente Sofía, la pequeña Sofía de mamá que se ocupaba del arreglo de la casa y a la que su mamá tenía que trenzar una coleta para que, sobre todo, no hubiese confusión con el feo Malte, si volvía alguna vez. Además, esto no era deseable; le gustaba tanto a mamá como a Sofía que Malte estuviese ausente, y sus conversaciones —que Sofía continuaba siempre con la misma voz aguda— consistían sobre todo en enumeraciones de las fechorías de Malte, de las que se lamentaban. ‹‹¡Ah sí, ese Malte!››, suspiraba mamá. Y Sofía no concluía nunca de hablar de la maldad de los muchachos, como si conociese muchísimos de ellos”. (Pág. 70).

Como se ve en él, Rilke, trasmutado en Malte, recrea aquellos episodios no queridos[4] y los digiere, más o menos, presentándolos como opciones y voluntades suyas, creando de esa manera un cuadro de gran fuerza expresiva, muy sugerente, realmente inquietante, sobre el que revolotea el sombrío fantasma de la demencia.





[1] En su Massenpsychologie und Ich-Analyse (1921) [Psicología de las masas y análisis del yo], Freud escribió: “Libido es una expresión tomada de la teoría de la afectividad. Llamamos así la energía, considerada como una magnitud cuantitativa (aunque actualmente no pueda medirse), de las pulsiones que tienen relación con todo aquello que puede designarse con la palabra amor”. Las negritas son mías. (Jean LAPLANCE y Jean-Bertrand PONTALIS, Diccionario de psicoanálisis (Barcelona, Ed. Labor, 1993); pág. 211).

[2] Sobre el particular puede leerse la introducción de Pilar MARTINO a su traducción de la obra publicada en Cátedra (Rainer Maria RILKE, Historias del buen Dios ; Los apuntes de Malte Laurids Brigge; ed. de Pilar Martino ; trad. de Pilar Martino Madrid : Cátedra, 2016.)

[3] Pilar MARTINO, op. cit., págs. 14 y 15.

[4] Pilar MARINO, op. cit., pág. 341, n. 58. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario