miércoles, 28 de septiembre de 2016

"El primo Basílio", de Eça de Queirós




EÇA DE QUEIRÓS, José Maria, El primo Basílio. Episodio doméstico, Valencia, Editorial PRE-TEXTOS, 2005 (1ª ed); 527 págs. [O Primo Basílio, 1878]. Traducción, prólogo y notas de Jorge Gimeno.


Tras la lectura de esta novela, con la que he disfrutado de lo lindo, me ha quedado un poso de melancolía e indignación, estados de ánimo perfectamente compatibles. Aquellos versos de Sor Juana Inés de la Cruz tan conocidos —“Hombres necios que acusáis / a la mujer sin razón / sin ver que sois la ocasión / de lo mismo que culpáis”—, reaparecen de manera subterránea en El primo Basílio, que podría considerarse como una larga explicación de los mismos, una especie de versión en prosa de aquel poema inmortal, la historia de la seducción de una casada joven e inexperta que, una vez usada, queda arrojada en el suelo, a merced de todos, despreciada hasta por ella misma. Hacía muchas novelas que no seguía con tanto interés las peripecias del protagonista, en este caso una mujer inocente hasta decir basta, habitante de una Lisboa sucia, atrasada y muy machista, en la que la mujer es una especie de menor de edad de por vida, incapaz de llevar una vida medianamente aceptable, equilibrada y digna si no está tutelada por un hombre. Eça de Queirós realiza un artístico alegato en defensa de la mujer frente al hombre insensible, depredador sexual, pues, como escribía Sor Juana, ahora en palabras de Sebastião dirigidas a Luisa, la protagonista, “No hay malas mujeres, querida amiga, sino malos hombres…”. (Pág. 440). La novela, además, es mucho más que esto. Presenta un fresco de la sociedad de Lisboa más completo que el descrito en Los Maia porque en ella tienen cabida, y más protagonismo, las clases populares, los desheredados, los sirvientes, de manera que el lector vive, con el corazón encogido, el día a día de todos los habitantes de la casa: desde las sirvientas, que malviven en tórridas y gélidas buhardillas atestadas de chinches, hasta los propietarios, que habitan el primer piso rodeados de lujos.


(escritoresanorte.pt)


En cuanto a técnicas narrativas, el tipo de narrador es omnisciente en tercera persona, clásico, y el tratamiento del tiempo lineal. Destacan, como en todas las novelas que voy leyendo de Eça de Querós, las descripciones de paisajes, habitaciones de viviendas o texturas de tejidos acariciados por la luz, muy simples y acertadas, pues quedan perfectamente representados con dos o tres pinceladas certeras. El final, por cierto, muy parecido al de Los Maia: un diálogo entre dos amigos.

martes, 27 de septiembre de 2016

Una conferencia de Rodríguez Marín: “M. Pierre Paris en Andalucía”


Rodríguez Marín en su vejez
(c2.staticflickr.com)



(Artículo publicado en Cuadernos de los amigos de los Museos de Osuna, nº 11, 2009)[1]

Hace unos meses, mientras leía El Paleto, periódico ursaonense que vio la luz de manera ininterrumpida durante más de treinta años (1902-1936), encontré un texto que me llamó poderosamente la atención. Se trata de una conferencia escrita por Francisco Rodríguez Marín y leída por Luis Araujo-Costa[2] “en la velada que celebró [en Madrid] el Instituto Francés el sábado último[3], para honrar la memoria del que fué [sic] su director[4]”.
            En nuestros días, el interés de su publicación está justificado por distintas razones, entre ellas su escasa divulgación[5], dado quizá su carácter de obra dispersa, y la importancia que en la vida cultural nacional tuvieron tanto el autor, como el mismo Pierre Paris y otros personajes citados en el texto, sobre todo A. Engel y A. M. Huntington. En su lectura se advierte un poso de amargura en el ánimo del erudito ursaonense, característica esperable en un escrito cuya razón de ser es el fallecimiento de una persona conocida y de mérito, recordemos que Pierre Paris había fallecido en 1931, y con mayor motivo si dicho escrito está redactado por alguien que tenía ya setenta y seis años, había enviudado el año anterior y, quizá, veía ya cerca su final, hecho que, afortunadamente, tardaría en llegar otros largos y fecundos doce años.
            Seguro que el lector está ya impaciente por iniciar la lectura del texto, escrito con la prosa, siempre sabrosa —dotada de excelente ritmo aunque muy conservadora en la forma—, que caracteriza toda la obra de Rodríguez Marín. [[Antes de dejarles con ella, quiero comentarles que Francisco Rodríguez Marín ha sido para muchos de los ursaonenses amantes de las letras un modelo a seguir, al menos en nuestra época de formación más intensa. Yo, en particular, lo admiraba profundamente. Sus obras de exégesis del Quijote, denostadas por la crítica de las últimas décadas, no dejan de ser productos de la mente y la voluntad de una persona entregada, en cuerpo y alma, al conocimiento y la interpretación de las principales obras de nuestros clásicos. Por no hablar de su incansable obra de recopilación y anotación de cantos populares, labor en la que estuvo unido a Antonio Machado y Álvarez, padre de los hermanos Machado. Hoy día, y de manera lamentable, la figura de Francisco Rodríguez Marín se encuentra muy olvidada; hace un siglo, justo en 1916, presidía el comité ejecutivo para la celebración del III Centenario de la Muerte de Cervantes. No somos nada]]. Les dejo ya con la lectura de su texto.

«M. Pierre Paris en Andalucía
            Señor Embajador: Señoras: Señores:
            La Academia Española, que estima como es justo los notables méritos de su individuo correspondiente M. Pierre Paris y lamenta de corazón su perpetuo alejamiento de entre nosotros, ha tenido a bien designarme para representarla en la solemne velada con que el Instituto Francés y la Casa Velázquez honran su grata memoria. Cualquiera de mis compañeros de Academia la hubiera podido representar más idónea y lúcidamente que quien, porque sea todavía mayor su falta de dotes, ni voz tiene para hablar o leer por sí mismo[6]; pero si por aquí no fue acertada su designación, en cambio lo fue por otro estilo: porque ninguno entre todos mis colegas se me podría aventajar en el afecto ni en la admiración que siempre tuve para el sabio arqueólogo cuyo recuerdo nos congrega en este lugar.
            Mi amistoso trato con el señor Paris data de un tiempo en que ni él ni yo podíamos imaginar que habríamos de renovarlo en la corte de España algunos años después. Yo os ruego que me permitáis traer a cuento, sumariamente siquiera, aquellas gratas memorias, aunque el refrescarlas cause a mi ánimo la inevitable melancolía a que se refirió Jorge Manrique es sus famosas Coplas:
“¡Cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado
fué mejor!”
            Por los años de 1896, ejerciendo yo en Sevilla la profesión de abogado, sin renunciar por eso a otras aficiones, tales como la literatura[7] y la de coleccionar y estudiar nuestras medallas autónomas españolas, trabé conocimiento, que pronto fué buena amistad, con M. Arturo Engel, doctísimo numismático francés, que pasaba largas temporadas en la metrópoli de Andalucía. Él me llevó a Santiponce un domingo de febrero de 1898[8] para que conociera al opulento hispanista norteamericano Mr. Archer Milton Huntington[9], que por aquel tiempo practicaba excavaciones en terrenos próximos al anfiteatro de Itálica. Y era de contemplar, por cierto, al que había de ser fundador en 1904 de la hoy tan renombrada “Hispanic Society of America”[10], porque le sorprendimos en mangas de camisa, pintadas de yeso las amplias manazas, correspondientes a su gigantesca estatura (1,99 cm.), ocupado en unir y pegar cuidadosamente los trozos de un bello mosaico hallado el día anterior.
            Pocos años después, el señor Engel dábame una noticia, que me interesó doblemente, como aficionado a la arqueología y como nacido en Osuna y amante de su historia. Por comisión del Gobierno de Francia, él y un docto hispanista, miembro de la Escuela Francesa de Atenas, y muy experto conocedor del arte ibérico, iban a emprender de allí a poco, en las afueras de mi villa natal, antiguo emplazamiento de la “Urso” prerromana, unas prolijas excavaciones en busca de objetos de aquel vernáculo y curiosísimo arte, de que años atrás se habían hallado preciadas reliquias en el Cerro de los Santos, y del cual era y es peregrina muestra la bellísima escultura universalmente conocida con el nombre de la “Dama de Elche”, gala y ornato, pese a la indolencia española, del gran Museo del Louvre[11].
            Díjome aún más el señor Engel: que su compañero, Pierre Paris, que a la sazón pasaba apenas de los cuarenta años[12], y era miembro correspondiente del Instituto de Francia, ya tenía larga y lucida historia en materia de arqueología, pues en 1884, cuando frisaba con los veinticinco, por encargo del Gobierno francés había practicado excavaciones en el templo de Apolo, de la isla de Delos, y en Elatea al año siguiente, trabajos de los cuales trató con mucho lucimiento en su libro titulado “La sculpture antique”; pero que, aplicándose después con preferencia a estudiar el arte ibérico, tanto había progresado en esta difícil empresa, viajando frecuentemente por España desde el año 1897, que había escrito una extensa obra acerca de ella, y presentádola al concurso Martorell[13], donde acababa de obtener el premio, consistente en veinte mil pesetas.
            Esto me dijo el señor Engel, y, en efecto, en 1903 y 1904 salió a la luz en París ese magistral estudio, que ocupa dos volúmenes en cuarto, titulados “Essai sur l’Art et l’Industrie de l’Espagne primitive”, y es obra de capitalísima importancia, sin cuya consulta no se pueden visitar con provecho ni la sala tercera del Museo Arqueológico Nacional de Madrid, ni las del Museo del Louvre, en que se custodian muchedumbres de piezas de arte ibérico. 
            Aunque mis tareas, y aun cierta enfermedad incipiente que al cabo requirió una grave operación quirúrgica[14], me obligaban a no faltar de Sevilla, tardé poco tiempo en darme el gusto de visitar en Osuna al señor Engel y de conocer al señor Paris. No he de bosquejar el relato moral del ilustre arqueólogo a quien se dedica esta velada. Todos o los más de vosotros lo tratásteis [sic], y, como suele decirse, os lo sabéis de memoria. Agilísimo de entendimiento, lógico y maduro en el raciocinio, diserto en el hablar, suavemente irónico cuando la ocasión lo pedía, y franco y afectuoso en el trato, hacíase muy agradable el conversar con él. Porque Paris, amén de todo esto, distaba mucho de ser uno de esos “hombres de un solo libro” de quienes las letras divinas y las humanas aconsejan que nos guardemos; antes al contrario, podía hablar y hablaba de todo lucidamente, por ser amplia y nada superficial su cultura.
            Con entrambos ilustres arqueólogos visité los lugares de las excavaciones y admiré las peregrinas piezas de escultura que ya había empezado a desenterrar pocos años antes Fernando Gómez, un muchacho osunés muy simpático y dispuesto[15], que les servía de capataz; y al visitar de nuevo aquellos sitios, la Pileta, el solar del tío Blanqué, donde se encontraron los famosos bronces de Osuna, y el garrotal de Postigo, con la tierra lindera, comprada por Engel, mina exuberante de reliquias ibéricas, recordaba yo, no sin emoción enternecedora, aquel tiempo remoto en que, siendo estudiantillo del bachillerato[16], solía irme allá con otros de mi calaña, desde el vetusto edificio universitario del Conde de Ureña, a buscar lo que llamábamos “ochavos romanos”, monedillas comúnmente del bajo [sic] Imperio, de Graciano, Arcadio u Honorio, las cuales, después de una lluvia torrencial, recién lavadas por el agua del cielo, se nos venían a los ojos por su pátina reluciente, al brillar al sol.
            En una de aquellas pláticas tratamos de mi primer galardón obtenido de la Academia Española[17], el cual, naturalmente, me tenía muy ufano. No lo estaba menos Pierre Paris por su gran premio Martorell; y M. Engel, el renombrado autor del “Repertoire des sources imprimées de la Numismatique française”, sonreíase bondadosamente de nuestra ufanía y alegrábase de vernos alegres. De aquellas entrevistas conservo, además de estas gratas memorias, dos objetos materiales que estimo en mucho: una hermosa moneda de oro de Vespasiano que me regaló Engel, y el interesante  y docto libro que éste y M. Paris titularon “Une forteresse ibérique a [sic] Osuna”, y que vino a mi poder con cariñosa dedicatoria apenas salió a [sic] luz.
            Algunos años después, al mismo tiempo que veían la luz pública sus “Promenades archéologiques en Espagne”[18], M. Paris, catedrático de la Universidad de Burdeos, trasladábase a la corte de España, nombrado director de la Escuela de Estudios Superiores Hispánicos, fundada por aquella Universidad como una sección del Instituto Francés de Madrid, cargo que, cual los otros a que llegó, de director del dicho Instituto y de la Casa de Velázquez, cuya fundación debió tanto a su actividad, fué desempeñado a entera satisfacción de franceses y españoles, por sus notables dotes de inteligencia, discreción, iniciativa y cuidadoso celo. Mas nuestro trato en Madrid, con ser algo frecuente y muy afectuoso, no fué sino sombra de aquel otro de las dos o tres entrevistas ursaonenses. Y bien se explica por qué: entrambos ejercíamos importantes cargos que nos ocupaban y nos preocupaban; y además, había nevado mucho sobre nuestras cabezas, y algo, no poco, sobre nuestros corazones. Como sucedió a Carlos V en Yuste, cuando le llevaron unas perdices de ciertos montes lejanos, de las cuales recordaba que le habían sabido bien en otras calendas, y ahora le parecieron insubstanciales y desabridas, tampoco para nosotros volvieron a ser las pláticas tan sabrosas como de antes [sic]. Las perdices del Emperador, con serle traídas desde tan lejos, eran las mismas que veinte años atrás; su paladar, empero, aún permaneciendo dentro de su boca, era harto diferente. Así nos sucedió a nosotros. La vida sería un licor sumamente agradable, si con él, a menudo, no anduviesen revueltos sus posos, más amargos que la hiel.
            Murió nuestro amigo; pero, como el vate de Venusa[19], pudo pensar “Non omnis moriar”[20], cuando de súbito se encontró entre las férreas manos de la Parca. Fuera del alma, que, como inmortal, ha vuelto a su Creador, el señor Paris continúa viviendo entre nosotros. Vive en nuestro piadoso recuerdo, y vive y vivirá perdurablemente en los admirables libros que debemos a su privilegiada inteligencia y a su fecundo amor al trabajo.
Francisco Rodríguez Marín
De las Academias Española y de la Historia» 




[1] Se ha revisado y mejorado, en la medida de lo posible, la expresión de la introducción y las notas. Los añadidos de contenido actuales, de 2016, aparecen entre corchetes dobles.
[2] Autor español especializado en temas madrileños, un “madrileñista” según el término que le adjudica Mariano Sánchez de Palacios. Fue también un influyente crítico teatral; sus textos veían la luz principalmente en la publicación madrileña La Época. En el artículo necrológico que le dedica J. Ortiz de Pinedo (ABC, 5 de febrero de 1956, p. 70), podemos leer: “Hombre de biblioteca, de Ateneo y de Academia, que discurrió acerca del “Quijote”, del cristianismo en la Edad Media, de las humanidades en su aspecto iberoamericano, de las comedias de Lope como Historia de España, del teatro como escuela y enseñanza; que trazó la siluetas de las princesas de Francia en el trono hispánico, de San Isidoro y la Emperatriz Eugenia, y las biografías, tan documentadas, de “La Época”, el barrio de Salamanca y el Ateneo madrileño”. Habría que añadir que fue también estudioso y admirador de las obras de Juan Valera y de Emilia Pardo Bazán. No hemos localizado su nombre entre los miembros de la Real Academia Española. Rodríguez  Marín ocupó el sillón “g” desde 1907 hasta su fallecimiento (1943).
[3] Se refiere al sábado 14 de mayo.
[4] El Paleto. Periódico de Agricultura y de intereses generales, nº 1326, 20-5-1932, p. 2; Osuna (Sevilla), dirigido y editado por Manuel Ledesma Vidal. Según se lee en el mismo lugar, la conferencia había sido publicada en La Época (Madrid) alguno de los días comprendidos entre el 14 y el 20.
[5] Tras escribir esta pequeña introducción, he tenido conocimiento de la existencia de un artículo anterior a éste que incluye íntegro el texto de Rodríguez Marín aunque, por desgracia para la divulgación de la obra de don Francisco, aún permanece inédito. Se trata de RUIZ CECILIA, José Ildefonso, “Rodríguez Marín y la arqueología”, I Congreso Internacional Interuniversitario Rodríguez Marín y el Quijote: una revisión de su Época y Obra, ciento cincuenta años después, celebrado en Osuna en noviembre de 2005.
[6] Como ya conocen los admiradores del gran polígrafo ursaonés, don Francisco perdió la voz, de la que sólo le quedó un hilo apenas audible, como consecuencia de las intervenciones quirúrgicas a las que fue sometido a lo largo de los años 1903 y 1904. Para conocer con más detalle la naturaleza y el proceso de su dolencia, léase RAYEGO GUTIÉRREZ, Joaquín, Vida y personalidad de D. Francisco Rodríguez Marín “Bachiller de Osuna”, Sevilla, Servicio de Archivo y publicaciones de la Diputación de Sevilla, 2002; pp. 126-151. También resulta ilustrativa la lectura de FERNÁNDEZ MARTÍN, Juan, Biografía y epistolario íntimo de don Francisco Rodríguez Marín, Madrid, Escelicer, 1952; p. 119 y ss.
[7] La actividad a la que Rodríguez Marín llama “afición” ya había producido uno de sus trabajos fundamentales, aquel, “copiosísimo y celebérrimo” según Baltanás, titulado Cantos Populares Españoles (Sevilla, Francisco Álvarez ed., 1882-1883; 5 tomos). Existe una edición muy reciente, a cargo de Enrique Baltanás, publicada en el año 2005 en Sevilla por la Editorial Renacimiento.
[8] La excursión a Santiponce la realizó Rodríguez Marín el día 13 de febrero. En su artículo “El fundador de la Sociedad Hispánica de América”, en ABC del 8 de agosto de 1907, p. 4, describe el encuentro con Huntington en muy parecidos términos y proporciona datos de interés sobre el asunto de la biblioteca del marqués de Jerez de los Caballeros. 
[9] En 1898 Huntington tenía 28 años pero llevaba coleccionando y estudiando objetos de procedencia hispana desde 1885. Heredero de una de las mayores fortunas de los EE UU, dedicó su potencial económico a desarrollar una fuerte vocación cultural, gracias a la cual pudo reunir miles de piezas que de otra manera se hubieran dispersado o hubieran desparecido. De todas formas, sus adquisiciones siempre despertaron polémica en España, sobre todo en los años de transición del siglo XIX al XX. Una de ellas fue la biblioteca del marqués de Jerez de los Caballeros, transacción comercial que disgustó enormemente a Rodríguez Marín: “Yo no me consolaré nunca de esta desgracia. Más amaba yo esos libros que su dueño. Pobre soy, y nunca los hubiera vendido por dineros ningunos [sic]. ¡Más daño nos ha hecho mister Huntington solo que todos sus paisanos!”. (Carta de Rodríguez Marín a Menéndez y Pelayo fechada el 15 de enero de 1902, publicada en FERNÁNDEZ MARTÍN, Juan, Ob. cit, pp. 118 y 119). El contenido de esta carta, dicho sea de paso, entra en clara contradicción con la afirmación de Rayego según la cual Rodríguez Marín “jugó [un papel fundamental] en la transacción como abogado representante de Mr. Huntington.” (RAYEGO GUTIÉRREZ, Ob. cit., p. 130). En cuanto a la opinión que Rodríguez Marín tenía de Huntington, cambió mucho a lo largo de los años; véase al respecto el artículo citado en la nota precedente.
[10] Para tener una idea de la consideración que en los años treinta tenía en España la fundación de Huntington, léase SÁNCHEZ CANTÓN, F. J., “Una provincia espiritual de España. (La Hispanic Society en Nueva York)”, en ABC del 1 de marzo de 1931; pp. 23-25. En este artículo se menciona le edición facsimilar de los “ejemplares únicos o muy raros” contenidos en la biblioteca del marqués de Jerez de los Caballeros (Ibid., p. 23), edición que vino a compensar a los estudiosos españoles por la lejanía en la que se encontraba la biblioteca desde su traslado a los Estados Unidos.
[11] Como ya sabe el lector, la Dama de Elche, descubierta en agosto de 1897 y adquirida el mismo mes y año por Pierre Paris para el Museo del Louvre, volvería a nuestro país en 1941, junto a la mayor parte de los relieves encontrados en Osuna durante la misión arqueológica francesa de 1903. Sobre este particular, consúltese GARCÍA BELLIDO, A., La Dama de Elche y el Conjunto de Piezas Escultóricas reingresadas en España en 1941, CSIC Instituto Diego de Velázquez, Madrid, 1943.   
[12] Pierre Paris había nacido en 1859; era, por tanto, cuatro años más joven que Rodríguez Marín.
[13] Se trata de un premio creado por Francisco Martorell y Peña, del cual, cierta obra de consulta, nos dicta lo siguiente: “Arqueólogo y naturalista español, n. y m. en Barcelona (1822-1878). En 1868 examinó y estudió los monumentos megalíticos, las acrópolis y las sepulturas olerdulanas de las islas Baleares con tal escrupulosidad que, según Sanpere y Miquel, nadie antes ni después lo ha hecho igual. Reunió, además, una magnífica colección de arqueología y de historia natural que á su muerte legó a la ciudad de Barcelona, habiendo servido de fundamento para el establecimiento del Museo de su nombre. Dejó, además, un capital de 125.000 pesetas para con su renta instituir un premio quinquenal de 20.000 pesetas para la mejor obra original de arqueología española. Sus escritos fueron coleccionados por el citado Sanpere y Miquel con el título de Apuntes arqueológicos (Barcelona, 1879)”. (Cita de la Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo Americana, Barcelona, Hijos de J. Espasa, Editores, s./a.; t. XXXIII, p. 594). En fr.wikipedia.org/wiki/Prix_Martorell puede encontrarse algo más de información sobre Martorell y su premio, el cual ha seguido otorgándose, al menos, hasta 1962. A Paris le fue concedido en 1902.
[14] La operación a la que se refiere le fue practicada por el Dr. Juan Cisneros el 11 de julio de 1904 en el Sanatorio de Santa Teresa de Madrid. (RAYEGO GUTIÉRREZ, J., Ob. cit., p. 149). 
[15] Obviamente, se refiere a Fernando Gómez Guisado. Como puede verse en la siguiente cita, su relación con los arqueólogos franceses estaba basada en un interés material, algo, por otra parte, perfectamente legítimo, lógico y humano: "Après avoir vu les sculptures réunies par un artisan du village, Fernándo Gómez Guisado, il [Engel] envisage de fouiller le site dès le printemps 1902. En août de la même année un premier achat est effectué par le Louvre. Et en février 1903, pour assurer le négoce de statues,  Engel acquiert un terrain à l’est du rempart, tout en fouillant aussi une parcelle située à l’ouest du mur. La fouille et les envois ont lieu entre février et novembre 1903. [...] L’organisation de la fouille est fondée sur l’achat de pièces par le musée du Louvre. Le Conseil des Musées vote des sommes pour les acquisitions hispaniques. La première opération concerne les blocs sculptés trouvés par Fernándo Gómez Guisado, puis se succèdent les envois payés à Engel; Fernándo reçoit alors la moitié de l’argent versé, l’autre moitié servant à Engel à rembourser l’achat du terrain." (Pasajes del texto de Pierre Rouillard incluido en la publicación que, en el momento de redactar estas líneas, está preparando la Asociación Amigos de los Museos de Osuna sobre los álbumes fotográficos de la misión arqueológica francesa de 1903 en Osuna.) [[Se trata de RUIZ CECILIA, J. I., y MORET, P. (eds.), Osuna retratada. Memoria fotográfica de la misión arqueológica francesa de 1903, Asociación de los Amigos de los Museos de Osuna, 2009]]
[16] Periodo de la vida de Rodríguez Marín comprendido entre octubre de 1864 y agosto de 1869. (Ibid., pp. 22-24). 
[17] El premio, consistente en 2.500 pesetas y medalla de oro (Ibid., p. 125), le fue concedido en mayo de 1898 por su obra sobre Barahona de Soto (Ibid., p. 132).
[18] La publicación sobre los álbumes fotográficos de la misión arqueológica francesa de 1903 en Osuna, mencionada en la nota 15, incluye una traducción de esta obra.
[19] Se refiere al poeta latino Horacio, nacido en Venusia, hoy Venosa, población situada a 374 km al sureste de Roma, en la provincia de Potenza, región de la Basilicata. En www.comune.venosa.pz.it se lee “Situata su di un pianoro a 415 mt. sul livello del mare, a nord est della Basilicata, sorge la bella e antica città di Venosa ( ab.12.199 – sup.17 Kmq ), con una popolazione attiva equamente distribuita nei settori dell’agricoltura, industria, commercio, servizi e pubblica amministrazione. La città , abitata fin da epoca preistorica, ha la caratteristica di esibire, concentrato in un piccolo spazio, un raro e composito patrimonio di storia e civiltà, di arte, cultura e religione. Patria di illustri uomini tra cui spicca il grande poeta latino Quinto Orazio Flacco ( 65 a.C. – Roma, 8 a.C. ). Sede dal 1991 del Museo Archeologico Nazionale e dal 1997 del Centro di Alti Studi Oraziani. E’ tra i maggiori centri turistici dell’Italia Meridionale.”
[20] Se trata de una frase incluida en la Odas de Horacio, exactamente en el libro 3º, oda 30, verso n.6. He aquí el texto completo:

Exegi monumentum aere perennius
regalique situ pyramidum altius,
quod non imber edax, non Aquilo impotens
possit diruere aut innumerabilis
annorum series et fuga temporum.
Non omnis moriar multaque pars mei
uitabit Libitinam. Vsque ego postera
crescam laude recens, dum Capitolium
scandet cum tacita uirgine pontifex.
Dicar, qua uiolens obstrepit Aufidus
et qua pauper aquae Daunus agrestium
regnauit populorum, ex humili potens
princeps Aeolium carmen ad Italos
deduxisse modos. Sume superbiam
quaesitam meritis et mihi Delphica
lauro cinge uolens, Melpomene, comam.

                Esta locución latina, que puede traducirse como ‘no moriré del todo’, se ha convertido en un tópico literario que nos habla de la inmortalidad que proporciona la obra literaria y, en general, la producción artística. En cuanto a la traducción del poema, he aquí la del asturiano Víctor Botas, incluida en su obra Segunda mano: ‘Levanté un monumento más perenne que el bronce, / y más alto que esas faraónicas / pirámides gastadas, que ni las inclemencias / ni la incesante fuga de los años / lograrán destruir. No moriré / del todo, y buena parte / de mí burlará a Labitina; siempre joven, / siempre renovado, crecerá / mi fama en los que vengan, mientras sigan / la Vestal sigilosa y el Pontífice / subiendo al Capitolio. Y correrá / mi nombre del Aufido / a los reinos de Dauno, porque no / en vano fui el primero –pese a mi humilde origen– / que manejó las formas de la Eolia / en la lengua latina. / Que Melpóneme acepte / la merecida gloria y de buen grado / corone mi cabeza con laureles.’


miércoles, 21 de septiembre de 2016

"Los apuntes de Malte Laurids Brigge", de Rainer Maria Rilke



RILKE, Rainer Maria, Los apuntes de Malte Laurids Brigge, Alianza Editorial, Madrid, 1981; 175 págs. [Die Aufzeichnungen des Malte Laurids Brigge]; trad. de Francisco Ayala.




            Este artículo fue escrito de pie, igual que fue leído el libro, pues ante un creador como Rilke no cabe sentarse ni realizar cualquier acto que implique relajación o indiferencia. No cabe ponerse el sombrero, ni quitarse la chaqueta, ni tampoco dejar de cederle la acera: estamos ante un autor extraordinario.
            Nunca hasta ahora, y exceptuada su Cartas a un joven poeta, descubierta tras la lectura de Cartas a un joven novelista de Vargas Llosa, había leído una obra de ficción de Rilke, ni siquiera sabía que existiesen. Conocía su poesía y la colección de cartas mencionada, que el Premio Nobel Peruano, de quien admiro sus obras de juventud, usa como base e inspiración para su colección de cartas, en este caso a un novelista. Rilke, como todos los verdaderamente grandes, inició muchas cosas y dio pie a muchos que vinieron detrás y quisieron sacar partido de su obra y de aspectos de la vida tan alejados de la verdadera creación literaria, del oficio de escribir, como es la celebridad. Las Cartas a un joven poeta, que he releído estos días, son de lectura imprescindible para cualquier apasionado por las letras y la creación literaria.

(buscabiografias.com)


La biografía de Rilke (1875-1926) tiene, como la de todos nosotros, su punto de inflexión, su momento más importante, en la infancia. Es la época que más nos marca, la que más señales nos deja, la que nos conforma. Luego puede venir todo lo demás, viajes, amores adultos, lecturas, experiencias del tipo que sean, pero nuestra base está en la infancia, sobre todo en nuestra relación con los adultos con los que mantenemos una convivencia más estrecha, principalmente nuestra madre. Ella nos marca el camino, y en su mano está hacernos adultos autosuficientes o dependientes. Todo esto es muy freudiano. Son los terrenos de Edipo, de la libido, esa potencia que nos mueve[1].
Pues bien. En Los apuntes de Malte Laurids Brigge —un texto que difícilmente podría ser considerado una novela[2]—, he encontrado uno de los casos más claros y eficientes de superación de episodios, hasta entonces quizá no bien digeridos, de una infancia un tanto pintoresca, por no decir descontrolada. Los biógrafos de Rilke coinciden en señalar a la madre como la principal responsable de su genialidad, responsable tanto de su brillantez intelectual como de sus debilidades. En palabras de Pilar Martino:

            “Rilke ejercía un indudable atractivo entre sus amigos y conocidos, gracias a sus exquisitos modales, amabilidad, agradable conversación, simpatía natural y una voz que todos reconocían actuaba como un imán. […]. Sin embargo, a pesar de la fascinación que ejercía en los que tenían más contacto con él, la enfermiza inestabilidad emocional, provocada en gran parte por una madre insensata que no le preparó para salir airoso de los avatares de la vida, sino que jugó con él como un muñeco de peluche, acentuó una personalidad frágil y quebradiza, asustadiza y, al mismo tiempo, egoísta. El resultado fue una constante bipolaridad en las relaciones humanas”[3].    

            Una de las particularidades que tuvo la infancia del autor fue el gusto que tenía la madre en disfrazarlo de niña, una práctica ya conocida y descrita en madres que han perdido hijas pequeñitas o han tenido sólo varones. Existen fotografías, perfectamente accesibles en la red, en la que el niño Rilke aparece disfrazado de niña, sus grandes ojos azules mirando al objetivo de la cámara bajo pelucas de pelo sedoso.

(2.bp.blogspot.com)

No quiero decir con esto que esta práctica de la madre fuese desequilibrante en sí misma, pero sí ponerla como ejemplo del trato irresponsable de juguete que la madre daba al niño. Todo esto no está siendo traído por una atención morbosa al asunto del travestismo, a veces polémico, sino precisamente para introducir un pasaje del Malte que me llamó la atención desde el principio por parecerme inverosímil en un niño pequeño. Luego, leyendo biografías suyas, he ido atando cabos y he comprendido mejor el pasaje, su intención sanadora y cómo en él puede verse la mano de una gran persona, inteligente e influyente hasta decir basta: Lou Andreas Salome, la escritora rusa consejera de Rilke. El pasaje es el siguiente:

“Y sólo cuando [mi madre y yo] estábamos completamente seguros de no ser molestados, y al exterior caía la noche, podía ocurrir que nos abandonásemos a recuerdos, a recuerdos comunes que nos parecían a los dos muy antiguos, y de los que sonreíamos, pues desde entonces los dos habíamos crecido. Recordábamos que había habido un tiempo en el que mamá deseaba que yo fuese una niñita y no este muchacho que, Dios mío, sí, tenía que ser. Yo había adivinado esto, no sé cómo, y había tenido la idea de llamar alguna vez por la tarde a la puerta de mamá. Cuando ella preguntaba entonces que quién estaba allí, me gustaba decirle desde fuera ‹‹Sofía››, disminuyendo tanto mi voz que me cosquilleaba la garganta. Y cuando después entraba (con mi vestidito de casa con las mangas enrolladas, que parecía casi un vestido de niña), yo era sencillamente Sofía, la pequeña Sofía de mamá que se ocupaba del arreglo de la casa y a la que su mamá tenía que trenzar una coleta para que, sobre todo, no hubiese confusión con el feo Malte, si volvía alguna vez. Además, esto no era deseable; le gustaba tanto a mamá como a Sofía que Malte estuviese ausente, y sus conversaciones —que Sofía continuaba siempre con la misma voz aguda— consistían sobre todo en enumeraciones de las fechorías de Malte, de las que se lamentaban. ‹‹¡Ah sí, ese Malte!››, suspiraba mamá. Y Sofía no concluía nunca de hablar de la maldad de los muchachos, como si conociese muchísimos de ellos”. (Pág. 70).

Como se ve en él, Rilke, trasmutado en Malte, recrea aquellos episodios no queridos[4] y los digiere, más o menos, presentándolos como opciones y voluntades suyas, creando de esa manera un cuadro de gran fuerza expresiva, muy sugerente, realmente inquietante, sobre el que revolotea el sombrío fantasma de la demencia.





[1] En su Massenpsychologie und Ich-Analyse (1921) [Psicología de las masas y análisis del yo], Freud escribió: “Libido es una expresión tomada de la teoría de la afectividad. Llamamos así la energía, considerada como una magnitud cuantitativa (aunque actualmente no pueda medirse), de las pulsiones que tienen relación con todo aquello que puede designarse con la palabra amor”. Las negritas son mías. (Jean LAPLANCE y Jean-Bertrand PONTALIS, Diccionario de psicoanálisis (Barcelona, Ed. Labor, 1993); pág. 211).

[2] Sobre el particular puede leerse la introducción de Pilar MARTINO a su traducción de la obra publicada en Cátedra (Rainer Maria RILKE, Historias del buen Dios ; Los apuntes de Malte Laurids Brigge; ed. de Pilar Martino ; trad. de Pilar Martino Madrid : Cátedra, 2016.)

[3] Pilar MARTINO, op. cit., págs. 14 y 15.

[4] Pilar MARINO, op. cit., pág. 341, n. 58. 

lunes, 19 de septiembre de 2016

Pedro Téllez-Girón, príncipe de Anglona (38)


La Catedral de La Habana en 1900
(momentosdelpasado.blogspot.com)


Mientras Pedro de Alcántara Téllez Girón, príncipe de Anglona, se encuentra en Cuba, en el gobierno nacional tienen lugar importantes cambios. El 12 de octubre de 1840 María Cristina, la Reina Madre, renuncia a la regencia y cinco días más tarde embarca en Valencia hacia el exilio. En Madrid comienza a gobernar Espartero, héroe nacional tras el Abrazo de Vergara, gesto público que había dado por finalizados siete años de guerra civil.
El exilio de su valedora supondrá el embarque de Anglona rumbo a Francia en mayo del año siguiente. Sin embargo, antes de abandonar la isla, aún tendrá tiempo de protagonizar distintos hechos de los cuales ha quedado memoria en la historia de Cuba. Algunos, la mayoría, fueron resultado de las obligaciones inherentes al puesto que ocupaba; otros lo fueron por voluntad propia. En cuanto a los primeros, en la Biblioteca Nacional se conserva un folleto de ocho páginas y largo título: Discurso que en la solemne apertura de la Audiencia Pretorial de La Habana en el año de 1841, pronunció su presidente el Excmo. Sr. Príncipe de Anglona, Marqués de Javalquinto... gobernador general de la isla de Cuba, (La Habana en 1841). Dicha publicación puede localizarse en la Biblioteca Nacional de España – Salón General. Sign.: HA/24993 y VC/2801/9. El discurso propiamente dicho ocupa sólo dos páginas; el resto consiste en un informe del estado en que se encontraban las causas judiciales de la audiencia a finales de 1840. A continuación les copio el texto completo de la intervención de Anglona, muy formal y complaciente, en línea con lo que podía esperarse de un Capitán General de la isla, defensor de ciertos intereses de clase. Llaman la atención, eso sí, unas palabras que parecen aludir al cambio político ocurrido en Madrid. Las he resaltado.

“Señores:
        Si la seguridad unida a la posesión de cuanto deparó a cada individuo de la sociedad la suerte o su trabajo, son los bienes más apetecidos de los hombres, no podrán dejar de tenerse en alto aprecio los medios de conseguirlo. En tal caso se hallarán los Tribunales que aplicando las leyes, precavan, corrijan y castiguen los delitos que puedan alterar tan preciosos dones.
       La legislación de todos los países con sus variedades locales o temporales, siempre se encamina a tan laudable fin; y no es en verdad la sola parte influyente para obtenerlo la dudosa perfectibilidad de aquellas, pues en la práctica lo que obra poderosamente es la aptitud e integridad de los jueces: ni por ello se niegue la conveniencia de arreglar o mejorar con discernida oportunidad, aun las mismas leyes que bastaron para servir a su objeto por alguno o muchos años.         
Mas partiendo de tal principio, ¿quién no se sentirá poseído de justa gratitud hacia la digna corporación a que tengo en este momento la honra de hablar? Al paso que en la delicada y espinosa tarea de administrar justicia, todos sus individuos han brillado por su integridad, celo e ilustración, no olvidó desde el mismo momento de su instalación las reformas de prácticas o abusos que conviniera alejar. A tan privilegiado objeto halló tiempo de aplicarse, sin por eso desatender sus graves y ordinarias ocupaciones, presentando la muestra de sus conocimientos prácticos y teóricos en lo ya hecho, y para lo que aún hubiera de hacerse. No es llegada la época en que se coja todo el óptimo fruto de tales reformas; causas que nadie puede contrariar de pronto lo embarazarán algún tiempo; mas la imparcialidad y buena fe sabrán hacer justicia, y dar a cada cosa lo que le pertenece.
        Si bien sea esta la tercera vez de mi vida que me proporciona la fortuna presidir en tan respetables Tribunales, en ninguna con mayor motivo pude honrarme de ello. A la distancia que nos separa del suelo donde nacieron nuestros padres y los de estos fieles hijos que pueblan el suelo cubano, no puede presentarse complacencia igual a la de observar la unión e interés que merecidamente estrechan los vínculos que existen entre nosotros. Para conservarlos en recíproca utilidad, la administración de justicia próvidamente desempeñada, siempre será poderosa garantía, y no ha de faltar estándolo en manera tan digna. Sólo me cabe la satisfacción de proclamarlo.
   Debo asimismo tener e1 convencimiento de que los Relatores, Abogados, Procuradores, Escribanos y cuantas personas hacen parte del foro, continuarán ayudando con sus luces, desinterés y prendas indispensables a aquel que sirva de perenne emulación y ejemplo para los demás de la monarquía. He dicho”.

Como vemos, la independencia y la probidad de los jueces es algo que ya preocupaba a la sociedad, que seguramente ha preocupado a la sociedad desde que se creó el primer tribunal de justicia, esa dama de ojos supuestamente vendados pero que siempre alcanza a mirar por debajo de la venda.
Otro de los objetos de la atención de Anglona fue el pésimo estado en el que se encontraban las arcas del Banco Real de Fernando VII, descapitalizadas a causa del subsidio extraordinario de guerra exigido a la isla desde 1836. Con fecha 1 de febrero de 1840 dirigió un informe sobre el particular al presidente del Consejo de Ministros en el que, en relación a uno de los fines fundacionales de la entidad —“facilitar a las empresas agrícolas y mercantiles algunos recursos con el descuento de pagarés bajo un reglamento que se formó para el efecto”—, Anglona escribe: “no entraré en detalles minuciosos sobre la manera en que se cumplió”, forma sutil de indicar que este objetivo no se alcanzó en absoluto o se hizo de manera viciada (Archivo Histórico Nacional, Ultramar, Leg. 22, núm. 5, doc. 2). Dada la improbabilidad de que el Estado tomara cartas en el asunto con rapidez, parece que él mismo tomó la iniciativa y, con fondos cuyo origen no hemos podido determinar, llevó a cabo la fundación de la “Caja de Ahorros, Descuentos y Depósitos de La Habana”, realidad documentada por la existencia de una publicación titulada Reglamento directivo y económico de la Caja de Ahorros, Descuentos y Depósitos de La Habana creada por mediación del Excmo. Sr. Príncipe de Anglona y reformada durante el mando del Excmo. Sr. D. José Gutiérrez de la Concha, (La Habana, 1851), dato recogido por Inés Roldán de Montaud en su obra La Banca de Emisión en Cuba (1856-1898), (Banco de España, Madrid, 2004; pág. 204). Su creación también aparece recogida en la obra Biblioteca de legislación ultramarina en forma de diccionario alfabético, (Madrid, 1844), de José María Zamora y Coronado, donde leemos que “tan útil institución [fue fundada] por impulso del príncipe de Anglona” (pág. 6).
Por último, añadir que, partidario como siempre de fomentar las Bellas Artes, actividad para la que estaba realmente bien cualificado, no en vano había sido director del Museo del Prado de Madrid, donó 3.000 pesos para la compra de obras que sirvieran como modelo a los alumnos de pintura de la Academia de San Alejandro. La Sociedad de Amigos del País de La Habana, entidad de la que dependía dicha institución docente, encargó al mismo Anglona la selección y la adquisición de las obras, muestra de la confianza que sus miembros tenían en su diligencia y su criterio. Una vez en París, a donde debió llegar a mediados de 1841, llevó a cabo su promesa adquiriendo una treintena de cuadros que acabaron llegando a La Habana en noviembre de 1842. Este dato ha sido extraído de la Historia del Museo Nacional de Bellas Artes, artículo de la escritora cubana María del Carmen Rippe (revista digital cubana “La Jiribilla”; julio de 2001). Copio el contenido que nos interesa para el caso:


La Galería Didáctica de la Academia de San Alejandro fue creada a mediados del siglo XIX, a partir del lote de cuadros al óleo comprados en l84l, en remates de buenas galerías en París, por "Pedro de Alcántara Téllez Girón y Pimentel, Príncipe de Anglona, Márqués de Javalquinto (l776-l85l) quien fue Capitán General de la Isla de Cuba de l840-l85l. Al cesar en su cargo, donó 3 mil pesos a la Real Sociedad  Económica de Amigos del País de La Habana, para que ésta comprara cuadros destinados a servir de modelo a los alumnos de San Alejandro. La sociedad acordó que esta donación se pusiera en manos del mismo príncipe, para que él eligiera las obras. El l2 de noviembre de l842 llegaron a La Habana a bordo de la fragata Tigre los 30 cuadros escogidos..." (Datos tomados de las Memorias de la Real Sociedad Económica de Amigos del País. La Habana, l842, tomo XV, pp. ll4-ll6).”

        Dejando a un lado los errores existentes en las fechas de nacimiento de nuestro protagonista (1786, no 1776) y de finalización de su destino en La Habana (1841, no 1851), el texto resulta muy ilustrativo sobre el interés de nuestro protagonista por la difusión de las artes, y más si tenemos en cuenta que las enseñanzas de esta academia eran gratuitas.
Para terminar el artículo de hoy, quiero llamar la atención sobre la necesidad de completar esta modesta investigación mía con una consulta en profundidad de los archivos que se encuentran en suelo cubano, actividad que no he podido llevar a cabo. Dichos archivos no parecen estar digitalizados y colgados en la red a día de hoy, al menos no parece estarlo el más importante de todos, el Archivo Nacional de la República de Cuba, fundado precisamente durante la capitanía de Anglona. Una vez más, por tanto, insisto en el carácter de esta serie de artículos, escritos con mucha ilusión pero con grandes limitaciones. Estoy seguro de que el día de mañana alguien con personalidad, criterios propios y recursos —una beca, por ejemplo—, dedicará su tiempo y sus esfuerzos a alumbrar con intensidad esta parte de la biografía de nuestro Príncipe. Como vemos artículo a artículo, el personaje lo merece.
(Continuará).

jueves, 15 de septiembre de 2016

«La niña de Luzmela», de Concha Espina


Estatua de Cocha Espina 
en Mazcuerras
(blogforamontanos.2011)



ESPINA, Concha, La niña de Luzmela, Madrid, Aguilar, 1949.


Interesado en la historia de la Literatura Española, no podía dejar de leer alguna obra de Concha Espina, autora cuyo nombre me suena desde pequeño pero nunca había leído. La niña de Luzmela (1909) fue una de sus primeras novelas, si no la primera —escribió más de cuarenta—, y quizá la más conocida. Por medio de un narrador omnisciente clásico en tercera persona, cuenta la triste historia de los primeros años de vida de una niña, hija natural de un propietario del interior de Cantabria. Casi una hagiografía, la narración se centra, sobre todo, en analizar —la novela tiene algo de sicológica—, la tendencia al sacrificio de la niña, que tiene como libro de cabecera nada menos que La imitación de Cristo, el librito conocido como el Kempis por su autor, Tomás de Kempis, una de las obras cuya lectura más ha contribuido a lo largo de la historia a sobrellevar vidas desgraciadas forjando caracteres sumisos y sacrificados. Para una persona de mente moderna, aconfesional, simplemente intelectualizada —regida por valores éticos no religiosos—, todo esto puede parecer una atrocidad, como le parece a algún hombre de ciencia que aparece en la novela, pero ha sido una constante en las vidas de muchísimas personas a lo largo de la historia, incluso de muchas de la España de posguerra, de hace poco más de cuarenta años.
                La acción trascurre en Mazcuerras, la aldea donde nació Concha Espina (1869-1955) —y donde fallecería otra escritora célebre, Josefina Aldecoa—, en una época que bien puede situarse en la juventud de la misma Espina gracias a las alusiones que contiene al andén de la estación de ferrocarril, «donde después de misa solía pasear el señorío» (pág. 179). El nombre de la población, sin embargo, aparece en la novela cambiado en Luzmela, mucho más eufónico.
                En cuanto al lenguaje de la obra, me han llamado la atención algunas palabras, que paso a enumerar acompañadas de su definición. La mayoría aparece en el DRAE.

Nétigua (pág. 74). Sust. propio de Cantabria: Lechuza.
Estuoso (p. 160). Adj. Caluroso, ardiente.
Asordado (p. 168). Adj. Ensordecido.
Aladar (p. 175). Sust. Cada uno de los mechones que caen sobre las sienes.
Desemblantado (p. 225). Adj. Que tiene alterado el semblante.
Estridulante (p. 230). Adj. Estridente, chirriante, rechinante.
Trépida (p. 231). Adj. Trémula, temblorosa.
Azarada (p. 235). Adj. Avergonzada.
Cambera (p. 255). Sust. propio de Cantabria. Camino de carros.
Expavecida (p. 256). Adj. Atemorizada, espantada.
Lagotera (p. 258). Adj. Zalamera.
Arcaz (p. 267). Sust. Arca grande, arcón, baúl antiguo de madera sin forrar.
Encenso (p. 269). Adj. Encendido, ardiente. (No lo he localizado, pero por el contexto, «volcán encenso», parece ser este su significado. Sería una evolución del p.p. del latín INCENDO).
Adumbración (p. 324). Sust. Parte menos iluminada de una figura u objeto.

                Para acabar estos apuntes, destacar el interés que parece tener la autora por los débiles, los desvalidos, aunque esa preocupación social no compense la construcción maniquea de personajes y un conservadurismo quizá demasiado explícito. Era otra época.