lunes, 15 de agosto de 2016

"La isla de Róbinson", de Arturo Uslar Pietri





USLAR PIETRI, Arturo, La isla de Róbinson, Barcelona, Seix Barral, 1983; 357 páginas.

Biografía novelada de Simón Rodríguez (1769-1854), aquel caraqueño que dedicó su vida a la docencia y al cambio de los sistemas de educación tradicionales, a los que consideraba culpables de la pervivencia de los vicios de la sociedad. A él se le atribuye la siembra, en el espíritu del joven Simón Bolívar (Caracas, 1783-1830), de la determinación de lograr la independencia de los territorios comprendidos en las colonias americanas de España. Tanto profesor como alumno son celebridades cuyas biografías pueden leerse en infinidad de páginas de Internet, así que voy a dedicar estas simples notas de lectura a los aspectos literarios del libro.
Su autor es Arturo Uslar Pietri (Caracas, 1906-2001), otra celebridad venezolana cuya biografía puede localizarse fácilmente. El título de la novela proviene de la doble identidad que tuvo su protagonista, pues durante los años que vivió en Europa lo hizo bajo el nombre de Samuel Róbinson, homenajeando de esa manera la novela de Defoe. En líneas generales, Uslar respeta fielmente la biografía del personaje. Aquel tópico o frase hecha, de los que Simón Rodríguez era tan enemigo, por cierto, según el cual la realidad siempre supera la ficción, debe ser aplicado en este caso, pues la vida del señor Rodríguez fue de una intensidad inimaginable. De ahí que el autor se haya limitado a adornar ciertos episodios de su vida, a literaturizarlos, lo que no quita valor al libro como fuente de información, si es que algún lector va buscando eso en la lectura de novelas.


Don Arturo Uslar Pietri
(entornointeligente.com)


Hallazgos poéticos los hay, algunos enternecedores, todos relacionados con la gente humilde de los países andinos y con el paisaje. Algunos ejemplos:

“Los palanqueros empujaban para ayudar la corriente perezosa del agua dormida que se extendía hasta perderse en las orillas, entre los troncos secos, los caimanes dormidos, los yerbazales y aquel espacio abierto de nubes sin fondo. […]. Eran lentas aquellas balsas. Pasaban los días y apenas había cambiado el paisaje. Los contados pueblos que aparecían en la barranca se parecían todos. Un caserío alineado sobre la orilla, un embarcadero con curiaras amarradas, hombres en cuclillas mirando con desgano y ladridos de perros”. (Pág. 180)

“El paisaje desolado de las mesetas altas, la transparencia sin fondo del azul, el frío y límpido cristal del aire, la fatiga de la marcha en la cumbre, todo creaba una sensación de transfigurada realidad”. (Pág. 209).

“Ahora no lo acompañaba sino aquella otra mujer que había hallado en Chuquisaca. Color de tierra, vestida de tela de baratillo, con trenzas tintas de paciencia y habla mansa. Manuela Gómez, voz de chola, manos hacendosas, ojos bajos, sombra de su sombra, entre sus guisos, los remiendos, los quehaceres sin término, un poco madre, un poco hija, un mucho criada y hembra para algún relámpago momentáneo”. (Pág. 248).
    
Antiguo alumno de Literatura Hispanoamericana en Sevilla, la lectura de este libro me ha traído gratos recuerdos, sobre todo de la profesora Areta Marigó, que nos hablaba de la historia, la sociedad y la literatura hispanoamericanas con una rara pasión y una gran habilidad para transmitir su amor por ella. En sus páginas me he reencontrado con Sarmiento, con Bello, con Humboldt, con Francisco de Miranda, educadores, científicos, guerreros, aventureros, donjuanes, todos de vidas infinitamente más atractivas de las que luego me he encontrado en otras literaturas y sociedades. Son apreciaciones subjetivas, lo sé, no hay valoraciones objetivas que puedan poner la importancia de una cultura y unos personajes históricos sobre otros, pero reconozco que se me hace la boca agua y se me avivan los sentidos cuando encuentro términos como yerbazales (pág. 180), azarienta (p. 250), tertuliante (p. 269), carranclo (p. 277), tasajear (p. 287), congresante (p. 308), estorbosa (p. 340), palabras que me recuerdan que al otro lado del Atlántico existe una dolida, pujante y exótica continuación de España. La labor de Bolívar, Sucre y otros libertadores no fue culminada por la creación de una sociedad nueva, como pretendía Simón Rodríguez, una sociedad en la que la escuela formase ciudadanos válidos, responsables, solidarios. Se quitaron virreyes, oidores, veedores y demás funcionarios españoles, pero sus puestos y sus maneras fueron heredados por nacidos en aquellas tierras, donde los defectos y las virtudes de los españoles perviven en la actualidad, y en muchos casos agrandados.
En cuanto a cuestiones estrictamente narratológicas, el tratamiento del tiempo, en general, es lineal, aunque en algunos pasajes se hace uso de paralelismos entre hechos ocurridos con una diferencia de varias décadas usando como punto de encuentro un mismo viaje fluvial. El narrador es omnisciente en tercera persona. Avanzada la novela, pasan a tomar cada vez más espacio citas textuales de textos de Simón Rodríguez, cuya manera de escribir, de exponer sus ideas en la página —por medio de esquemas y resalto de ideas principales—, era realmente curiosa y podía cansar al tipógrafo más trabajador y complaciente. En definitiva, una lectura apasionante sobre una persona muy avanzada a su tiempo y poco conocida por la sociedad española actual, donde se sigue librando la eterna batalla por la implantación de idearios políticos en la educación infantil. Moldear la mente de un niño es demasiado fácil para que su educación sea un tema secundario. 

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