miércoles, 10 de agosto de 2016

"El miedo del portero al penalty", de Peter Handke




HANDKE, Peter, El miedo del portero al penalty, Madrid, Alfaguara, 1979 (1º ed.); 151 págs. Traducción de Pilar Fernández-Galiano. [Die Angst des Tormans beim Elfmeter, 1970].

            Se trata de una novela en la que el asunto futbolístico es puramente anecdótico. La atribución de esta profesión al protagonista tiene la utilidad de describirlo de manera indirecta como un hombre fuerte, ágil y corpulento. El texto, obra del austriaco Peter Handke (1942) —autor extraordinariamente prolífico—, está en la órbita de las novelas de introspección y análisis de caracteres o psiques alteradas, carentes de lo que conocemos como “cordura”. Josef Bloch, protagonista y personaje principalísimo —sus acciones y percepciones copan el noventa y nueve por ciento de las páginas—, resulta ser un hombre de carácter obsesivo, característica de la que participa el narrador, omnisciente clásico en tercera persona pero contagiado de una minuciosidad rayana en lo patológico, detención descriptiva que tiene la virtud de transmitir al lector el tedio de la vida: 
“La camarera fue detrás del mostrador. Bloch puso las manos encima de la mesa. La camarera se agachó y abrió la botella. Bloch apartó el cenicero. La camarera cogió al pasar un posavasos de otra mesa. Bloch echó la silla hacia atrás. La camarera sacó el vaso del cuello de la botella, puso el posavasos sobre la mesa, colocó el vaso encima del posavasos, vació la botella en el vaso, puso la botella en la mesa y se marchó”. (Pág. 46)

Y así, página tras página, en una sucesión de cuadros de acciones, muchas veces vagamente conectados, casi independientes, pero siempre descritos de esa manera. El protagonista sufre en su demencia, eso es evidente, se reconoce víctima de un mundo cuyo devenir no está en su mano. En ese aspecto, la novela está en la línea de obras como El extranjero de Camus, en las que el protagonista, víctima de la existencia, actúa movido por una voluntad que no le pertenece.
En este caso, no obstante, existe una dolorosa conciencia de la existencia, a veces muy explícita, como cuando el autor escribe: “Su conciencia de sí mismo era tan fuerte, que le sobrevino una angustia mortal” (pág. 96). Detrás de esta frase resuenan Kafka, Kierkegaard y otros autores que han expresado o analizado el malestar del hombre abandonado a su suerte en una vida sin sentido. Poco a poco, conforme avanza la novela, la conducta de Bloch se hace más y más errática e ilógica:
“Bloch se levantó y se marchó de allí tan rápidamente que ni siquiera le dio tiempo a enderezarse del todo. Al cabo de un rato se detuvo y enseguida empezó a correr. Corría bastante deprisa. De repente se detuvo, cambió de dirección, siguió corriendo sin variar el ritmo, entonces cambió el paso otra vez, se detuvo, comenzó a retroceder, se dio una vuelta mientras retrocedía, siguió corriendo hacia adelante, de nuevo se dio media vuelta para retroceder, retrocedió, se dio una vuelta para seguir corriendo hacia delante, dio unas cuantas zancadas y comenzó a correr a toda velocidad, después se detuvo en seco, se sentó en una piedra al borde del camino y enseguida se levantó y siguió corriendo”. (Pág. 118).

Handke a principios de los ochenta

En la novela, que contiene alguna breve pincelada social, en especial sobre la marginación del pueblo gitano, la descripción de las acciones de la persona alterada en ningún momento denota irrisión o crueldad. El protagonista, y los que lo rodean, aparecen sólo como víctimas de la alteración de su estado. En última instancia, el estado mental de Bloch puede tener una lectura general sobre la vida del hombre moderno, perdido en la masa de la gran ciudad, falto de guía, de centro, privado del control de su vida, incapaz, en definitiva, de dominar los nervios cuando tiene entre sus manos el cuerpo de una mujer, tan frágil y delicado como una figurita de cristal.

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