domingo, 14 de agosto de 2016

"El fin", de Soledad Puértolas



PUÉRTOLAS, Soledad, El fin, Barcelona, Anagrama, 2015; 165 páginas.

Soledad Puértolas (Zaragoza, 1947) no necesita buscar la materia prima de sus relatos más allá de las calles que la rodean, de las personas con las que se roza o tiene parentesco o amistad, demostrando con ello esa máxima no escrita según la cual cualquier hecho, cualquier vida, por nimio o insignificante que parezcan a un observador externo, merecen y necesitan una plasmación literaria. El fin se compone por trece relatos, la gran mayoría de ellos protagonizados por mujeres y escritos en primera persona. Con una sola excepción, un “Homenaje a Chéjov” titulado “El fraile impío”, la acción de las narraciones transcurre en España y en la época actual, ya sea en grandes aglomeraciones de personas —Madrid sobre todas— o en tranquilos lugares de veraneo. A veces la protagonista es una niña asustada que descubre Madrid de la mano de un familiar muy sensible al arte —a destacar la interpretación del cuadro de Rubens que contiene el relato titulado “Las tres Gracias”—, a veces una mujer ya madura que consuma por fin un amor de época estudiantil y, en otros casos, la protagonista habitual se transmuta en un empleado de banca que escribe poesía y tiene que padecer la rudeza y la insensibilidad del alcalde de una ciudad de provincias, poseedor de esa ignorancia supina en temas culturales que tan mal disimulan los políticos profesionales. A destacar, también, varios relatos en los que tiene gran importancia la relación de los personajes principales con animales de compañía —sobre todos el titulado “Lord”—, donde se nos describe la ternura con la que se trata a un perro ya anciano.


Soledad Puértolas
(img.rtve.es)


            En cuanto al lenguaje, es de una sencillez y una exactitud encomiables, en el polo opuesto del recargamiento o la pedantería. En uno de los relatos, precisamente “Lord”, se lee una frase alusiva a Charli, su principal personaje masculino, que nos da una idea del aire general de las narraciones, muy asequibles para cualquier lector y, además, producto de un trabajo oculto pero manifiesto en esa elaborada sencillez:

    “La dueña del bar, que andaba por allí, ajena a la conversación que teníamos la mujer de Gerardo y yo, dijo, señalando a Gerardo: 

—Es una revista estupenda, preciosa.

       Gerardo hizo un gesto de timidez, una expresión de rechazo, como si el elogio le molestara. Le sonreí. Charli no dirigía ninguna revista cultural, apenas leía, sólo veía partidos de fútbol, alguna película y algunas series de televisión. Era listo y, en ocasiones, podía ser muy ingenioso, pero despreciaba todo lo que oliera mínimamente a pedantería”. (Pág. 152).


Para terminar, recordar que todos los relatos, exceptuado el “Homenaje a Chéjov” ya mencionado, poseen la virtud de describir situaciones y sentimientos reconocibles, con los que cualquiera de nosotros puede identificarse. No son, por tanto, relatos que nos propongan la evasión de nuestra realidad habitual: algunos de ellos, incluso, parecen resultado de experiencias cotidianas, tanto de la autora como de conocidos suyos, y pueden llegar a parecer demasiado apegados a la realidad. SIn embargo, deben ser vistos como productos de la consideración de la vida de todos los días como inspiración para escribir, de una reflexión sobre nuestras cuitas y experiencias cotidianas. La autora se nos descubre como una gran observadora e intérprete de las relaciones interpersonales. Volar es para pájaros, ya lo decía Hilario, y Soledad Puértolas, eminente miembro de la Real Academia Española, parece tener los pies muy bien asentados en el suelo.

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