viernes, 12 de agosto de 2016

"¿Cómo debería leerse un libro?", de Virginia Woolf





WOOLF, Virginia, ¿Cómo debería leerse un libro?, Palma de Mallorca, José J. de Olañeta, Editor, 2016; 69 páginas. Traducción y notas de Ángela Pérez.

            Llegué a este libro mirando el escaparate de una librería. Era un establecimiento pequeño y a trasmano, situado en una esquina olvidada, de los que subsisten por tener una clientela escasa pero fiel. Su escaparate, amplio, generoso, se exponía al sol de junio como una planta necesitada de luz. Allí, ocupando el centro, semejante a una flor de pacífico consciente de su belleza, se encontraba el librito, la misma Virginia, evadida en la lectura, presente en la cubierta. Ese día no llevaba dinero para comprarlo y aquella noche me acosté soñando con volver al día siguiente y poder encontrarlo todavía allí. Al día siguiente, en efecto, allí estaba, y salí de la librería con él en la mano, emocionado. Luego, ya en soledad, lo examiné despacio.
           Se trata de la traducción, acompañada de una brevísima introducción y de una cronología a modo de epílogo, de la última de las tres versiones que Virginia Woolf (1882-1941) hizo del texto de una conferencia pronunciada en 1926 ante las alumnas de un colegio privado de Hayes Court (Kent). En relación a la cronología final, llama la atención que James Joyce y Virginia Woolf, dos pilares de la novela rompedora escrita en inglés, nacieran y murieran en los mismos años.  

La escritora en plena juventud.
(archivo.eluniversal.com.mx)

            El texto de la conferencia en sí contiene varias ideas muy aprovechables. Para empezar, una defensa a ultranza de la independencia del lector, al cual aconseja que no se deje llevar nunca por ningún consejo, que “siga sus propios instintos, que use su propia razón, que saque sus propias conclusiones”, (pág. 21). Para Woolf, que habla primero de novelas --más adelante lo hace de poesía y otros géneros--, “leer una novela es arte difícil y complejo. No sólo requiere gran sutileza perceptiva, sino también extraordinaria audacia imaginativa si queremos aprovechar todo lo que el novelista —el gran artista— nos ofrece”, (pág. 29). Para ella, nada como la escritura de novelas para entender con mayor profundidad la prosa de ficción. Sugiere al lector que se tome el trabajo de escribir para entender un poco mejor la complejidad de este trabajo:
            “Los treinta y dos capítulos de una novela —si consideramos primero cómo leer una novela— son una tentativa de hacer algo tan estructurado y controlado como un edificio. Pero las palabras son más intangibles que los ladrillos; leer es un proceso más largo y más complejo que ver. Tal vez la forma más rápida de entender los elementos de lo que hace un novelista no sea leer sino escribir, experimentar personalmente los riesgos y dificultades de las palabras”. (Págs. 25 y 26).

            A lo largo de las páginas, Woolf materializa algunas de las reflexiones que siempre han ocupado a los lectores, por ejemplo aquellas derivadas de la infinita variedad de formas de expresar lo imaginado o lo vivido, esa realidad distinta a todo lo leído anteriormente con la que se encuentra el lector cuando empieza a adentrarse en la obra de un nuevo autor de mérito, ese conjunto de palabras y escenarios que al principio nos recuerdan la llegada a un país desconocido en el que se habla una lengua ignorada que hemos de ser capaces de entender y disfrutar:
            “Si cuando leemos pudiésemos ahuyentar todas esas ideas preconcebidas, sería un comienzo admirable. No dictemos al autor, procuremos ser él. Seamos su colega y su cómplice. La indecisión, la reserva y la crítica al principio nos impiden apreciar plenamente lo que leemos. Pero si abordamos la lectura sin prejuicios, los signos de excelencia casi imperceptible, desde los giros y matices de la primeras frases, nos descubrirán a un ser humano único”. (Págs. 24 y 25).

            Un poco más adelante, en la parte del texto dedicada a las biografías, la autora nos regala un pasaje cuya lectura recuerda una de las películas más conocidas de la historia del cine, dirigida por Hitchcock décadas después:
            “¿Las leeremos, ante todo, para satisfacer la curiosidad que nos domina a veces cuando nos paramos al atardecer frente a una casa con las persianas abiertas y las luces encendidas, cuyas plantas nos muestran distintos aspectos de la vida humana? Nos consume entonces la curiosidad acerca de las vidas de estas personas: los sirvientes que cotillean, los señores que cenan, la joven que se viste para una fiesta, la anciana junto a la ventana con su labor. ¿Quiénes son, qué son, cómo se llaman, a qué se dedican, cuáles son sus pensamientos y aventuras?” (Pág. 31).


            Anécdotas de la interacción de las artes aparte, la lectura de este librito asegurará en la mente del lector excelente, aquel que lee “por amor a la lectura, despacio, no profesionalmente” (pág. 55), algunas de las ideas que le rondaban la cabeza, o las sensaciones que vislumbraba su alma, desde hacía años, sobre todo aquellas relacionadas con el hábito de la lectura, un inmenso placer en sí mismo, que no necesita utilidad alguna para ser perfecto. 

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