domingo, 28 de agosto de 2016

«Barrio de Maravillas», de Rosa Chacel





            
CHACEL, Rosa, Barrio de Maravillas, Barcelona, Círculo de Lectores, 1996; 271 páginas. Prólogo de Luis Antonio de Villena.

Novela preciosa en el sentido recto de la palabra, digna de admiración y aprecio. El libro, protagonizado por miembros de una cultivada clase media, cuenta los antecedentes familiares y los primeros años de vida de dos vecinitas del madrileño barrio de Malasaña, conocido hasta hace pocas décadas por un nombre mucho más atractivo: barrio de Maravillas. La parte más importante de la acción de la novela transcurre entre 1898 y el año de inicio de la Gran Guerra. El primero, que coincide con el año de nacimiento de la autora, es el momento en el que se inicia la segunda parte de la obra, mucho más extensa que la primera, pues va de la página 75 a la 271, dejando bien sentado qué le interesa transmitir a Chacel. La novela, autobiográfica, tiene el gran valor de haber sido terminada cuando la autora vuelve a España desde el exilio, a mediados de los años setenta. Rosa Chacel (1898-1994) era en ese momento, según los que la conocieron, una persona mayor de edad pero con la vitalidad y sus capacidades intactas, tanto que fue capaz de escribir una de sus mejores novelas en el periodo que muchos conocen como vejez. El reencuentro, después de casi cuarenta años, con su segunda ciudad --era vallisoletana-- y con la casa donde vivió entre 1908 y 1911, entre los diez y los trece años, le inspira de tal manera que se lanza a escribir una obra que recoge, obviamente adornados, literaturizados, algunos de sus años de formación, aunque todos sabemos que en el caso de las personas con capacidades excepcionales los años de formación son todos. Chacel, hoy día muy olvidada, vaya usted a saber por qué —quizá no interesen las personas tan inteligentes—, escribió decenas de libros (poesía, novela, ensayo) y tradujo a autores imprescindibles (Racine, Camus, Cocteau, etc.). Uno, que nació en 1961, lamenta no haberlo hecho unos cuantos años antes para haber vivido de manera más consciente, más lucida, más analítica, aquellos años de la transición y el enriquecimiento que para la cultura española supuso la vuelta de tantos exiliados. Autora ineludible —amiga de Juan Ramón, de Ortega, de Altolaguirre, viajera incansable—, debía ser leída por todos los que disfrutan leyendo a escritoras, pues tienen unas capacidades de análisis y descripción de sentimientos y acciones delicadas que no tienen los hombres. Eso es así. No somos iguales. Las mujeres tienen unas facultades relacionadas con la inteligencia emocional que no tenemos los hombres, de ahí sus mayores sutilezas, su tendencia al matiz, a no despreciar nada. 


(lecturassumergidas.com)


           El mundo de las protagonistas, Isabel y Elena, es un mundo en el que existen hombres pero en el que destaca sobre todo la presencia femenina, mundo de confidencias e interiores desde los cuales atisban la que se les va a venir encima cuando se hagan mayores. Los muchachos de su edad, en su mayoría, juegan en otra liga, son como de otro mundo, no las entienden, y ellas tampoco echan mucho de menos una mayor comunicación con ellos, sobre todo cuando lo que mueve al muchacho en cuestión es una mera atracción sexual; es el caso, por ejemplo, de Luis, el muchacho de la farmacia de abajo, que tiene frita a Isabel con su torpe cortejo. La novela está llena de insinuaciones como esta, un toque de atención para los lectores masculinos insensibles, carentes de empatía, incapaces de notar la incomodidad de la mayoría de las mujeres cuando perciben esas típicas conductas masculinas.
            Otro importante atractivo de la novela es la mención, y en algunos casos descripción, de personajes del mundo de la cultura madrileña, sobre todo del poeta Emilio Carrere, que aparece retratado con penetración y evidente cariño:

     «Aparece, al fin, el bohemio… Viene a buen paso, sin prisa. Embozado en su capa, no por el frío, sino por el negligente acorazamiento que da el embozo, por el autoabrazo en que el embozado se aísla, se afirma, se acompaña… Suave contacto de terciopelo en la mejilla y pantalla o muralla en la que el aliento se detiene y devuelve su calor a la cara. El bohemio pasa, las chicas le miran temerosas, indiscretas: casi se paran, querrían detenerle o volver atrás para encontrarle otra vez y ver mejor los detalles que se le escaparon.

—Es feo, para qué vamos a negarlo.

—Yo no os dije que fuese guapo. Tiene carácter, se diferencia de cualquiera de los tipos que andan por ahí». (Págs. 186 y 187).     


            En cuanto a las técnicas narrativas, la novela cuenta con varios tipos de narradores: en primera persona (Isabel, doña Laura, Elena, etc…), omnisciente clásico en tercera persona y pasajes monologales en los que asoma la corriente de conciencia en algunos periodos de difícil comprensión por el abuso de la hipotaxis, un reflejo de la manera en la que corre nuestra consciencia, a veces caótica, muy ramificada y de difícil comprensión. En definitiva, un monumento de novela. Imprescindible.  


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