miércoles, 1 de junio de 2016

"Libro de las memorias de las cosas", de Jesús Fernández Santos






FERNÁNDEZ SANTOS, Jesús, Libro de las memorias de las cosas, Barcelona, Destino, 1982; 390 páginas.

Las notas de lectura de hoy van dedicadas a una novela de Fernández Santos (1926-1988). Se trata de Libro de las memorias de las cosas, así, Libro, sin artículo, un título de aire antiguo y reverencial que el autor, como indica en una de las citas iniciales, toma del Antiguo Testamento, exactamente del Libro de Ester, uno de los “Libros Históricos y Narrativos”. La novela, Premio Nadal en 1970, ha recibido la atención de muchos comentaristas, algunos de los cuales, y según vemos en la red (aquí o aquí), centrados en su vertiente religiosa, pues la obra consiste en una recreación de la historia de varios generaciones de una comunidad Evangelista radicada en un pueblecito de la Castilla profunda. Mis notas, breves, van a centrarse en algunos de sus valores literarios y humanos.
                Desde que en mi adolescencia leyera Cabrera, lectura que me impresionó por el drama humano que describe, el de los soldados perdedores de la Batalla de Bailén abandonados a su suerte en esa isla balear, cada vez que una novela de Fernández Santos ha caído en mis manos me he adentrado en ella sin brújula ni prevención de ningún tipo, seguro, eso sí, de encontrar una historia cautivadora redactada en una prosa pulida y rítmica, a ratos primorosa, fruto de un trabajo de elaboración del lenguaje, y de una práctica, que sólo se encuentra en los grandes escritores. Por eso, aunque a veces tropiece con pasajes interminables por su lentitud —como es el caso de la primera parte de Libro de las memorias de las cosas—, el balance final de la lectura siempre es satisfactorio. Miren algunas de las joyitas expresivas que he recolectado:

“Del otro lado de aquellos roídos paredones convertidos en entradas, en caminos tortuosos del viento, en cauces de invisibles ríos, en nidos de grandes pájaros que no existieron nunca, venía la primavera ya, llegaba en el húmedo olor de la genciana, a punto de brotar al pie de los últimos neveros, de las grietas donde, bajo los hielos, comenzaban de nuevo a deslizarse las manos recién licuadas de la nieve”. (P. 66).

“Siempre es así, siempre cerca del agua parece que la fragua estuviese más cercana, se cree oír el zumbido del caz, pero el rumor engaña y el cauce se prolonga y crece entre las zarzas lamiendo paredes que llevan años a punto de caerse, lamiendo los cimientos donde una fauna diversa de insectos nada contra corriente, haciendo subir desde el fondo las sombras voraces de las truchas”. (P. 71)

“A pesar del invierno tan seco, ya apuntaban los brotes en los tallos y las nubes de Marzo, tan brillantes, tan negras y tan grises, luchaban entre sí allá arriba, repartiendo regueros de luz sobre los campos, iluminando súbitamente los oscuros terrones del Páramo”. (P. 89).

“Y Molina recordaba bien aquellos ojos de su tío, como un cristal azul en la maraña oscura de su rostro deshecho en arrugas”. (P. 200).

“Más allá de las tapias, lejos de los manzanos, allí donde el sol hacía reverberar las viñas, alzando sobre los campos aquellos errantes torbellinos que eran el alma errante, extraviada, de la tierra, parecía nacer la voz de Baffin, ahora segura, transformada a medida que leía en su gran libro de tapas relucientes y oscuras”. (P. 200).

“Y el pueblo, otra vez, a medida que el coche y la carretera giran y giran como un oscuro tobogán que cruzara entre olivos, va quedando, con su atalaya y su iglesia blanca, abajo, solitario, de cartón ceniciento” (P. 243).

Hallazgos expresivos, imágenes poéticas de gran capacidad comunicativa.


El autor en su juventud
(Imagen de zetaestaticos.com )


               En cuanto a elementos relacionados con técnicas narrativas generales, a destacar la discontinuidad del relato y el cambio continuo de puntos de vista y momentos temporales, pues se trata de una novela “moderna”, que nada tiene que ver con las novelas del siglo XIX o las que se venden hoy día como rosquillas. A partir de autores como Faulkner, por poner el ejemplo de uno rompedor, un autor inquieto no podía seguir escribiendo igual, y esta novela es una muestra de ello. Acabada la lectura, uno puede reordenar perfectamente todos los pasajes que ha leído y, si ha estado tomando notas —como este hombrecillo ha hecho—, tiene ante sí toda la historia de la comunidad protestante española desde mitad del siglo XIX hasta el mismo momento en el que Fernández Santos está escribiendo la novela, pues el autor recoge hechos históricos simultáneos al periodo de escritura, como el IV Congreso Evangélico, celebrado en Barcelona en el otoño de 1969. Para eso están los libros de historia, dirá el lector. Cierto, no puedo estar más de acuerdo. Y como el autor lo sabe mucho mejor que usted y que yo, juega con nosotros y con el relato. Unas veces se nos habla desde el punto de vista de un periodista que está entrevistando a algún personaje, a menudo a una de las hijas de Sedano, Margarita, la menor, a la que el autor trata con una gran delicadeza, aunque, en general, es delicado en todo lo que escribe, entendiendo por delicadeza sensibilidad, esa gran facultad de las personas empáticas. Otras veces se trata de un narrador omnisciente tradicional. Otras, el relato de los hechos lo hace uno de los protagonistas directos de la acción sin la contribución del periodista. Margarita, por ejemplo, habla a menudo con la imagen aparecida de la primera mujer de su padre, Cecil, la joven inglesa que dejó una vida cómoda en su país para predicar y ayudar a enfermos de las epidemias de cólera de un país tan distinto, seguramente popularizado entre los colportores por la obra del genial Georges Borrow. No existe división de capítulos al modo clásico, sino fragmentos separados por unos pocos espacios y de muy distinta extensión, desde un párrafo corto a varias hojas. En relación al tratamiento del tiempo, los saltos de época son constantes, como si el autor supiera que un relato lineal sería insatisfactorio, decepcionante para un lector exigente.
                Concluyó ya, que me esperan nuevas lecturas. Les dejo con una entrevista que realizaron al novelista en televisión en 1981. Podrán oír su voz y entender, entre otras cosas, por qué en sus novelas hay tantos personajes que padecen de insomnio. No es broma.

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