lunes, 13 de junio de 2016

"Chatterton", de Aldred de Vigny


Daguerrotipo del autor
(biografieonline.it)


VIGNY, Alfred de, Chatterton, Madrid, Cátedra, 2016; 197 págs. Introducción, traducción y notas de Santiago R. Santerbás.

Buenos y luctuosos días. ¿Puede la sociedad, en general egoísta, envidiosa y materialista, ignorar de tal manera el talento literario de un muchacho que lo fuerce a suicidarse sin haber cumplido los dieciocho años? Obviamente, sí. Este es el motivo que impulsó a Alfred de Vigny (1797-1863) a escribir Chatterton, un drama representado y publicado por primera vez en 1835, cuando Thomas Chatterton (1752-1770), el joven escritor inglés que lo había inspirado, llevaba muerto y enterrado más de sesenta años. En el estudio introductorio de la edición que he leído, Santerbás narra con cierto detalle las biografías de los dos personajes históricos, ambos escritores y ambos posiblemente hiperestésicos. Seguro que Vigny, nada más conocer la increíble historia del autor inglés, se sintió atraído por ella. El autor francés tuvo que ver reflejada su personalidad en la de este muchacho, de ahí que fuese capaz de escribir este drama y, sobre todo, los textos que lo vienen acompañando desde la primera edición, complementos imprescindibles para la buena comprensión de la obra. Uno de ellos, el que abre el volumen, titulado «Última noche de trabajo del 29 al 30 de junio de 1834», contiene pasajes memorables acerca de la nula consideración que tiene la sociedad de las almas sensibles y una descripción detallada de los sentimientos y las penurias sentimentales de sus poseedores. Vamos con ellos.

«No cesáis de alabar la inteligencia, y matáis a los más inteligentes. Los matáis negándoles poder vivir según las condiciones de su naturaleza. Se creería, viéndoos hacer tan buen negocio, que un Poeta es una cosa corriente.  Pensad que cuando una nación tiene dos en diez siglos, se alegra y se enorgullece. Hay pueblos que no tienen ni uno y que no lo tendrán jamás. ¿De dónde viene, pues, lo que sucede? ¿Por qué hay tantos astros apagados cuando empezaban a despuntar? Es porque no sabéis lo que es un Poeta, y no pensáis en ello». (Pág. 56).
           
A continuación distingue tres tipos de personas que «ejercen su acción sobre la sociedad por sus trabajos intelectuales», a saber: el HOMBRE DE LETRAS, el GRAN ESCRITOR y el POETA. Estas páginas son de verdad antológicas, tanto que no me resisto a copiar aquí algunas de las reflexiones que dedica al último de los tipos, al POETA, su preferido (y el mío).

«Pero hay otra clase de naturaleza, más apasionada, más pura y más rara. El que procede de ésta es incapaz para todo lo que no sea obra divina y viene al mundo en raros intervalos, felizmente para él, desgraciadamente para la especie humana. […] La emoción ha nacido tan profunda e íntimamente con él que lo ha hundido, desde la infancia, en éxtasis involuntarios, en ensueños interminables, en invenciones infinitas. La imaginación le posee por encima de todo. […] Su sensibilidad es demasiado viva, lo que hace que, si le rozan los demás, le hieran hasta hacerle sangrar; las ternuras y los afectos de su vida son abrumadores y desproporcionados; sus entusiasmos excesivos le pierden; sus simpatías son muy sinceras; aquellos a quienes compadece sufren menos que él, y él muere a causa del sufrimiento de los demás. […] tiene necesidad de no hacer nada para hacer algo en su arte. Es preciso que no haga nada útil y cotidiano para tener tiempo de escuchar los acordes que se forman lentamente en su alma y que el ruido grosero de un trabajo positivo y regular interrumpe y hace que infaliblemente se desvanezca. Éste es el POETA. […] Es en su primera juventud cuando siente su fuerza maciza, cuando presiente el futuro de su genio, cuando abraza con un amor inmenso a la humanidad y a la naturaleza, y es entonces cuando se desconfía de él y se le rechaza». (Págs. 59 y 60).

Consecuencia esperable de estas reflexiones, Vigny defiende la protección de estos jóvenes por parte del estado, que se ocuparía de tener solventadas sus necesidades materiales, muy humildes como podrán suponer. Para ello habría que crear las leyes apropiadas:

«Corresponde al legislador curar esta herida, una de las más vivas y profundas de nuestro cuerpo social; es a él a quien atañe realizar en la actualidad una parte de los mejores veredictos del porvenir, garantizando tan sólo algunos años de existencia a todo individuo que hubiera dado una sola prueba del talento divino. Sólo necesitaría dos cosas: la vida y el ensueño; el PAN y el TIEMPO». (Pág. 65).

Llamo la atención sobre la naturaleza de los beneficiarios de la ayuda. No son becas de estudio, son ayudas encaminadas a conseguir que los propietarios de esos espíritus elevados, tan escasos, puedan olvidar cualquier preocupación relacionada con la búsqueda del sustento y puedan dedicar todas sus energías a la creación. Vigny propone algo casi irrealizable por los estados en la coyuntura mundial actual, pero que debe entrar en los objetivos de los mecenas privados. Desde la muerte de Chatterton, asfixiado por las carencias materiales y la insensibilidad del entorno, han pasado casi dos siglos y medio, pero la gran mayoría de las reflexiones de Vigny tienen completa vigencia en la actualidad:

«[Con Chatterton] he querido mostrar al hombre espiritualista asfixiado por una sociedad materialista en la que el calculador avaro explota sin piedad la inteligencia y el trabajo. No he pretendido en absoluto justificar los actos desesperados de los seres desgraciados, sino protestar contra la indiferencia que les impulsa a cometerlos». (Pág. 67).

(Los lectores de francés pueden encontrar la versión original de las citas anteriores en este enlace). 
                                                           
 


En cuanto a la obra de teatro en sí, su estructura es la clásica de tres actos divididos en escenas y su desarrollo el habitual en planteamiento, nudo y desenlace. Para el lector actual amante de la historia de las conquistas sociales en el inicio de la Revolución Industrial, tiene mucho interés el desarrollo del acto primero, donde se describe una acción de protesta protagonizada por los empleados de una fábrica que no creen respetados sus derechos por parte del dueño, cuya mezquindad sirve de contraste para destacar la pureza de la pareja protagonista. Por supuesto, no voy a ser yo quien les desvele el argumento, aunque en un drama romántico, escrito, además, por un gran conocedor y adaptador de la obra de Shakespeare, ya sabemos más o menos lo que nos podemos encontrar: amores imposibles y muertes prematuras. En este caso se cuenta con la presencia de un personaje, el cuáquero, cuyas acciones y reflexiones, pausadas y profundas, sirven de contraste al fuego y la impulsividad de la juventud.
El libro termina con dos textos más de Vigny: una crítica del estreno de la obra, en el que actuaba una de sus amantes, la actriz Marie Dorval, y una biografía de Thomas Chatterton, acompañada por algunas muestras de su obra. En sus dieciocho años de vida mal contados, el poeta inglés dejó más de cuatro mil versos, muchos de ellos escritos por un heterónimo en un inglés del siglo XV fingido por él. Ahí es nada.
                                                                


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