miércoles, 29 de junio de 2016

"El aposentador cansado y otros escritos sobre Velázquez", de José Alcalá




ALCALÁ, José, El aposentador cansado y otros escritos sobre Velázquez, Valdemorillo, Editorial La Hoja del Monte, 2008; 111 páginas.

        Se trata de un libro breve pero intenso, que hará las delicias de las personas interesadas en profundizar en el conocimiento de la obra y la vida de Diego Velázquez (1599-1660), aunque a uno le quede la impresión de que Alcalá sólo da una pequeñísima muestra de sus saberes sobre el pintor sevillano.
         El aposentador cansado y otros escritos sobre Velázquez está dividido en siete partes, cada una de ellas centrada en un tema concreto: los cambios de nombre que ha sufrido el cuadro que hoy conocemos como Los borrachos; los paralelismos existentes entre Los borrachos y Las señoritas de Avinyó; la admiración que Joaquín Sorolla sentía por la obra de Velázquez; el carácter magistral de la pincelada velazqueña, libre de preciosismo y recargamiento; etc. etc. Sin embargo, la primera de ellas es para mí la más interesante.
Titulada “El aposentador cansado”, está centrada en los últimos meses de vida del pintor, cuando, en cumplimiento de sus obligaciones como miembro de la servidumbre real —en concreto en el ejercicio de su cargo de aposentador—, tuvo que viajar a Fuenterrabía, hoy Hondarribia, en la frontera con Francia. Las incomodidades del viaje, y la importancia y la exigencia de sus labores —se trataba de un encuentro al más alto nivel con las autoridades francesas—, aceleraron su muerte, que ocurrió apenas dos meses después de su vuelta a Madrid. Poco antes, seguramente en noviembre de 1659, Velázquez había pintado el retrato de Felipe Próspero, Príncipe de Asturias, que sólo sobreviviría un año al pintor. Se trata de una obra menos conocida, quizá por encontrarse en un museo vienés.

El príncipe Felipe Próspero, 1559, 


                Estas son las palabras que Alcalá dedica al retrato del chiquillo:

   «Paradojas de la vida: Velázquez, tras dispensa papal por su falta de nobleza “por línea paterna y materna”, es finalmente hecho hidalgo por Felipe IV el 28 de noviembre de 1659, día de San Próspero y segundo cumpleaños de Felipe Próspero. Probablemente por estas mismas fechas pinta el retrato de este nuevo serenísimo Príncipe de Asturias. Ya no hay, como en el retrato de su antecesor Baltasar Carlos, peto de acero, bengala de general ni espada. Es interesante comparar estos dos retratos y los historiadores ya se han ocupado de ello: ahora los únicos atributos que adornan la figurita de Felipe Próspero son amuletos contra el mal de ojo y las enfermedades —¡un verdadero catálogo, eso sí!—; tampoco hay ningún enano por debajo del heredero, tan sólo una dulcísima perrita triste —a la que, según Palomino, don Diego tenía gran afecto— acompaña al niño apoyando su cabeza en el reposabrazos de un sillón frailero. Al fondo, como un lóbrego presagio, la oscuridad del viejo caserón del Alcázar amenaza con engullir al pequeño príncipe.Jamás se ha pintado, ni probablemente se vuelva a pintar como en este retrato, la tristeza de un niño de forma tan tierna y tan implacable a la vez; pero “la tristeza”, en la jerga de la germanía, era también la temida sentencia de muerte, y la ingenua mirada infantil, sin concesión alguna al sentimentalismo, presagia el fracaso definitivo, el colapso de la vida, con una intensidad aún mayor que la que brota de los demasiado humanos ojos que don Diego pintara en los últimos retratos de su padre, el cuarto Felipe de los Austrias… Todo se desmorona en España a finales de la década de los cincuenta. Velázquez está ahí». (Págs. 22 y 25).

Este retrato, en palabras del autor, está impregnado de la misma “lúcida tristeza” (pág. 22) con la que Velázquez vivió sus últimos años. El cuadro, desde luego, es impresionante. Impresionante por la indefensión que muestra el niño, solo, diminuto entre el mobiliario, sobre todo si tomamos como referencia los cortinajes y el banco que hay detrás de él, o la perrita misma,



que transmite con sus ojos una tristeza capaz de sobrecoger el ánimo del observador más embrutecido. Impresionante por la cantidad de amuletos que salpican las ropas del niño, de mirada suplicante, como pidiendo que lo arranquemos de las garras de la muerte, que ya lo tiene cercado.



E impresionante, además, porque la tristeza del cuadro se acentúa al compararlo con el retrato del príncipe Baltasar Carlos al que alude el señor Alcalá, pintado en otra época, más optimista tanto para el padre de los príncipes fallecidos como para el pintor que los retrataba.

El príncipe Baltasar Carlos, a caballo
hacia 1635, Museo del Prado


           Sólo me queda, desde el lugar de lector que me corresponde, agradecer su obra al señor Alcalá, que acompaña el texto con ilustraciones de su mano. Ojalá se prodigue más con sus escritos.

domingo, 26 de junio de 2016

"El maestro y Margarita", de Mijaíl Bulgákov




BULGÁKOV, Mijaíl, El maestro y Margarita, Editorial Nevsky Prospects, 2015 (3ª ed.); 528 páginas. Traducción de Marta Rebón. Prólogo de Ricardo San Vicente.

            Cuidada edición en tapa dura de la obra más conocida de Bulgákov (1891-1940), en este caso publicada por una editorial especializada en literatura rusa. La traducción corresponde a la versión final del manuscrito, reconstruida por Marietta Chudakova, fusionada por Lidia Yanóvskaia con las versiones anteriormente conocidas y, por fin, editada en 1990. Según estas consideraciones, la traducción de Amaya Lacasa publicada en 1968, correspondiente a la versión publicada entre 1966 y 1967 en la revista Moskvá, que había sufrido considerables mutilaciones por la censura de la época, habría quedado obsoleta. 


Primeras páginas de la edición de 1966

Todo ha sido excesivo en esta novela desde el principio: el autor, una persona de carácter firme, que guardó una encomiable fidelidad a sus principios y a su obra, aunque esto supusiese la imposibilidad de verla publicada; la forma en la que el manuscrito original fue creado, destruido y recreado varias veces por el mismo Bulgákov durante once años, hasta su muerte; cómo fue conservado con devoción por Yelena Serguéyevna Bulgákova, su viuda, durante más de dos décadas; y, por último, cómo fue establecido de manera canónica treinta años después por las dos estudiosas mencionadas.
En esencia, y simplificando mucho, El maestro y margarita consiste en la narración de tres días de la vida de varias personas pertenecientes a la intelectualidad moscovita de comienzos de los años 30. El relato comienza con la llegada a la ciudad de un curioso personaje  —culto, políglota, extravagante y cortés— que muestra desde el primer capítulo la posesión de poderes sobrenaturales. Se trata de Satanás. Este señor, llamado Woland, ayudado por una serie de individuos que el narrador, omnisciente clásico, irá presentando poco a poco --todos igual de excéntricos y superdotados--, va a subvertir la vida de la ciudad y a contribuir a la felicidad de una pareja de enamorados, nunca lograda debido a los convencionalismos, la represión y la censura instituidos por el nuevo régimen. Sobre otras consideraciones, la novela es una historia de amor. Pero también puede ser considerada una de las más poéticas y elaboradas reivindicaciones de la libertad de expresión y de prensa, derechos que le fueron negados a Bulgákov durante casi quince años, los últimos de su vida. La línea narrativa tiene una gran continuidad, carece de saltos temporales, salvo por la introducción de capítulos de la novela que el maestro ha estado escribiendo y ha intentado publicar sin éxito, ambientada en el Jerusalén del año 33 d. C. y que supera cualquier narración de la pasión y muerte de Cristo que haya leído hasta ahora, ya sea novela histórica o, por supuesto, uno de los Evangelios, canónicos o apócrifos. Bulgákov, por nacimiento, estaba destinado a ser un gran entendido en textos sagrados y un posible recreador de ellos, pues era “hijo de un profesor de Historia de las religiones en el seminario de Kiev y de una madre descendiente de una larga estirpe de sacerdotes”. (Pág. 10). En esta novela “secundaria”, el personaje de Poncio Pilato y su conciencia, sus verdaderos protagonistas, son analizados con admirable precisión y detenimiento, y también con evidente cariño hacia la persona que se ve obligada a permitir una ejecución que sabe injusta. La interpolación de estos capítulos supone también una variación estilística, algo totalmente justificado pues se suponen obra de distinta mano al resto de la novela.
            El maestro y Margarita tiene dos partes bien diferenciadas: una primera en la que el maestro y Margarita aparecen sólo de manera tangencial y se dedica a la presentación de conflictos y personajes, y una segunda en la que Margarita, personaje inspirado en Yelena Serguéyevna, la tercera esposa del escritor, ocupa casi todo el espacio, que se torna más romántico, lírico y fantasioso. Margarita aparece como una mujer fuerte, capaz de superar cuantas pruebas sean necesarias para conseguir su objetivo. La trama de la primera parte tiene una gran agilidad gracias, entre otras cosas, al cambio continuo de escenario, principalmente entre el psiquiátrico y el Teatro “Variedades”. El esquema aproximado de esa primera parte quedaría como sigue:

Nº de cap.
Lugar de la acción
Contenido (Notas simples e incompletas)
1
Estanques del Patriarca (Moscú)
Presentación de tres personajes fundamentales: Woland, el poeta Iván Nokoláievich Ponyriov (Bezdomni) y el editor y jerarca cultural Berlioz. 
2
Jerusalén
Jesús es llevado ante Poncio Pilato, que conversa con él y acaba mandándolo a la muerte.
3
Estanques del Patriarca (Moscú)
Acaba con la muerte de Berlioz, provocada por Woland.
4
Calles y pisos comunales (Moscú)
Bezdomni persigue a Woland. Presentación de dos individuos fundamentales de su cortejo, Behemot (un enorme gato humanizado) y Fagot Koróviev.
5
Griboiédov, casa de los intelectuales (Moscú)
Crítica a la buena vida que se daban las élites intelectuales serviles. Detención de Bezdomni.
6
Psiquiátrico (Moscú)
Diagnóstico de Bezdomni.
7
Piso de Berlioz y Lijodéiev (Moscú)
Stepan Bogdánovich Lijodéiev es director del teatro “Variedades”. Aparece Azazzello, otro de los componentes del cortejo de Woland.
8
Psiquiátrico (Moscú)
Conversación entre Bezdomni y Stravinski, director del centro. Este le pide que redacte un texto en que relate lo que ha vivido en las últimas horas.
9
Piso de Berlioz y Lijodéiev (Moscú)
Woland ya tiene vivienda en Moscú.
10
Teatro “Variedades” (Moscú)
Presentación de Rimski, director financiero del teatro “Variedades”, y Varenuja, administrador del teatro. Capítulo muy cómico.
11
Psiquiátrico (Moscú)
Bezdomni trabaja en la redacción de los hechos que lo han llevado hasta allí. Justo al final, alguien aparece en la ventana.
12
Teatro “Variedades” (Moscú)
Trucos de magia escenificados por Woland y sus chicos en el teatro abarrotado.
13
Psiquiátrico (Moscú)
El aparecido resulta ser el maestro, ingresado también en el centro, que cuenta su historia a Bezdomni. Habla de Margarita sin mencionar su nombre. Es la primera vez que aparecen los miembros de la pareja.
14
Teatro “Variedades” (Moscú)
Ya ha acabado la actuación y los asistentes sufren sus efectos diabólicos.
15
Psiquiátrico (Moscú)
El relato se centra en Nikanor Ivánovich, presidente de la comunidad de vecinos del piso de Berlioz y Lijodéiev.
16
Jerusalén
Ejecución de los tres condenados.
17
Teatro “Variedades” (Moscú)
Hay que incluir también la Comisión de Espectáculos, otro de los centros culturales descabezados por la acción de Woland.
18
Piso de Berlioz y Lijodéiev (Moscú)
Un pariente de Berlioz llega de Kiev para hacer valer sus derechos sobre el piso, que cree desocupado. Aparece por primera vez el nombre de la pelirroja desnuda que trae la muerte: Hella.

            A la vista está la movilidad del escenario del relato, que cambia continuamente entre el piso de Berlioz y Lijodéiev (capítulos 7, 9 y 18), el teatro “Variedades” (capítulos 10, 12, 14, y 17) y el psiquiátrico (capítulos 6, 8, 11, 13 y 15). Esta característica de la narrativa de Mijaíl Bulgákov, el intento de simultaneidad, está muy presente también en La guardia blanca y dota a la acción de un gran dinamismo. Algo parecido podemos decir de la segunda parte, pero mucho más atenuado por centrarse la acción casi exclusivamente en Margarita, que no posee la ubicuidad entre sus extraordinarias facultades.

Bulgákov en 1937

            Les confieso que cuando iba a comenzar la lectura de la novela me encontraba un poco abrumado por las referencias que tenía de ella, pues la sitúan entre las veinte o treinta novelas más importantes escritas en Europa durante el siglo XX. Previamente, y como preparación, había leído otros dos libros del autor, ambos reseñados en este espacio, con idea de ir de menos a más, pues ya se sabe que la técnica de escribir novelas es algo que sólo se adquiere con el paso de los años, y que los autores suelen consagrarse a reescribir el mismo libro desde que empiezan a rellenar papeles de manera compulsiva. Esta novela, además, posee la característica de estar inspirada por un fuerte sentimiento de revancha hacia los funcionarios y los gobernantes de la extinta URSS que le hicieron la vida imposible al autor, estado de ánimo que el joven Bulgákov escritor de La guardia blanca aún no poseía. Aunque ya hay bastante escrito, y disponible en Internet, sobre estos aspectos de El maestro y margarita, obra, como supondrán, objeto de muchas reseñas y comentarios, creo conveniente, para que no caiga en el olvido, copiar aquí uno de los pasajes críticos con el régimen que me ha parecido más jugoso. Constituye una pequeña muestra del uso magistral que Bulgákov hace del diálogo y de la fina ironía de su humor. Les dejo con él.

Koróviev y Behemot, que vienen de incendiar una especie de tienda gourmet donde sólo se puede pagar con oro, joyas o divisas —vedada por tanto a la inmensa mayoría de la población—, llegan a Griboiévov, la “casa de los escritores”, en realidad un club privado en el que los jerarcas culturales y sus acompañantes tienen a su disposición un espléndido restaurante.

“—¡Bah! ¡Pero si ésta es la casa de los escritores! ¿Sabes, Behemot? He oído decir muchas cosas buenas y elogiosas sobre esta casa. ¡Fíjate bien en ella! Es agradable pensar que debajo de este techo se ocultan y están madurando una gran cantidad de talentos.

—Como piñas en invernaderos —dijo Behemot y, para admirar mejor la casa de color crema con columnas, se subió a la base de hormigón de la verja de hierro fundido.

—Así es, exacto —aprobó Koróviev las palabras de su inseparable compañero—, y un delicioso pavor me envuelve el corazón cuando pienso que en esta casa madura el futuro autor de un Don Quijote o de un Fausto o, que el diablo me lleve, las futuras Almas muertas. ¿Eh?

—Da miedo pensarlo —confirmó Behemot.

—Sí —siguió diciendo Koróviev—, se pueden esperar frutos sorprendentes de los invernaderos de esta casa, que ha reunido bajo su techo a varios miles de ascetas decididos a dedicar su vida al servicio de Melpómene, Polimnia y Talia. ¿Te imaginas el barullo que se armará cuando alguno de ellos, para comenzar, ofrezca a los lectores El inspector o, en el peor de los casos, Eugenio Oneguin?

—Sí, es muy fácil de imaginar —confirmó una vez más Behemot.

—Así es —prosiguió Koróviev con aire preocupado—. Pero… ¡Pero digo yo, y repito el pero! ¡Esto sólo ocurrirá si a estas delicadas plantas de invernadero no las ataca algún microorganismo que les corroa las raíces, si no se pudren! ¡Pues eso pasa con las piñas! ¡Ay, ay, ay, y tanto que ocurre!”. (Págs. 451 y 452).



jueves, 23 de junio de 2016

Pedro Téllez-Girón, príncipe de Anglona (35)

Boulevard du Temple (París), L. Daguerre, 1838.
 (Necesitó más de 10 minutos de exposición).


La actividad parlamentaria de Anglona, a la que aludimos capítulos atrás, tiene lugar en dos etapas separadas por un lapso de tiempo que corresponde a los de gobierno progresista. La primera, iniciada en 1834, cesa con la disolución de la cámara al final de la tercera legislatura, que tiene lugar el 23 de mayo de 1836. Pocos días antes, el martes 3 de mayo, interviene en distintos momentos de la discusión sobre uno de los artículos del proyecto de Ley de Responsabilidad Ministerial. Creo conveniente transcribir los fragmentos más representativos de sus intervenciones durante esta discusión, cuyo contenido puede leerse íntegramente en el Diario de Sesiones de Córtes, pues son una buena muestra de la mentalidad de Anglona, defensor del débil, y de cómo el debate sobre la pena de muerte, vigente aún en muchos países, había nacido mucho antes:
“Yo no puedo de ningún modo acceder á lo dicho por el Sr. Marqués de San Felices en cuanto que se borre aquí la pena de muerte; porque si bien estoy de acuerdo con S. E. en cuanto á que esta pena, prodigada en muchos Códigos como reliquia de tiempos bárbaros, deberá irse borrando de aquéllos; como no ha llegado este caso entre nosotros, y aunque yo no sería de los últimos en poner mi firma si para conseguirlo se hiciese una petición al efecto, me opongo ahora á que se haga una excepción particular en favor de delincuentes de tan alta categoría, cuando existe la pena para todos los demás, y cuando se ve llevar al suplicio sólo por haber robado 100 rs. Así que sería reprobable el que nosotros introdujéramos esta novedad tratándose de unos sujetos que con sus delitos ó extravíos pueden causar la ruina del Estado. Por lo demás, yo insisto en que estoy muy conforme con la idea de su abolición, y más tratándose de aplicarla á delitos políticos.” (Diario de las Sesiones de Córtes, nº 14, p. 153).

Resultan muy gráficas las palabras "delincuentes de tan alta categoría": de ellas se desprenden, por un lado, su intención de no exculpar al poderoso que se hubiese aprovechado de su cargo y, por otro, un rechazo a practicar el corporativismo social, al menos cuando este resultase éticamente censurable. La segunda de sus intervenciones de aquel día va en el mismo sentido:
  
“Sin duda el Sr. Gallery no me oyó cuando tuve el honor de hablar anteriormente; pero creo que sí el Estamento, porque precisamente tan lejos de convenir yo con lo propuesto por el Sr. Marqués de San Felices, manifesté que no debía borrarse y suprimirse de este artículo la pena de muerte, por la precisa razón de existir este pena en nuestros Códigos, y porque aún en el día (en especial en la Corte) por el robo de una pequeña cantidad se lleva a una persona al patíbulo. Sería dar una preferencia chocante á los Secretarios del Despacho, que pueden cometer delitos de mucha mayor trascendencia y gravedad que los particulares. Por lo demás, lo que yo he dicho, en cuanto á delitos políticos, es que si se tratase de desterrar la pena de muerte, abogaré por ello especialmente en esta clase de delitos, que hoy son juzgados crímenes y mañana pueden ser tenidos por hechos heroicos.” (Diario de las Sesiones de Córtes, nº 14, p. 154 y 155).

Aquel verano de 1836 trae consigo importantes cambios políticos y con ellos, y por enésima vez, la salida hacia el extranjero de aquellos que no se sentían muy seguros en la nueva situación. Anglona era uno de ellos. Hemos documentado su estancia en París durante varios años, aquellos que medían entre su salida de España y su llegada a La Habana a principios de 1840, donde desempeñará el cargo de Capitán General, denominación que recibía la máxima autoridad de la entonces colonia española. En la capital francesa tiene lugar el 6 de enero de 1838 el matrimonio de su hijo Tirso María Téllez Girón y Fernández Santillán con Bernardina Fernández de Velasco, hija de los duques de Frías y de Uceda, enlace que proporcionará a Anglona el primero de sus nietos, Francisco de Borja Téllez Girón y Fernández de Velasco, bautizado en Madrid en octubre del año siguiente. Pero no todos los acontecimientos fueron de este signo. Su hijo Manuel, impedido y enfermo desde su nacimiento, no mejoraba en la capital francesa, y Anglona, preocupado por la salud del pequeño, escribe el 30 de agosto desde París a María Cristina, la Reina Gobernadora:

“Señora
             Confiado en la bondad de V. M. y animado de ella me atrebo á distraer su Rl atencion solo con el objeto de renovar á L. R. P. de V. M. mis sentimientos de amor y respeto á su Rl persona.
            Á mi salida de Madrid y al tomar las ordenes de V. M. túbe la honra de suplicarla se dignase en cualquiera circunstancia que lo creyese util á su Rl servicio prevenirme regresase á España para cumplir inmediatamente su Rl voluntad, y respeto de que no desempeñaba en aquella epoca cargo alguno. Nobstante de esto, prolongandose mi ausencia sin la satisfacción de ver mejorada la salud de mi hijo y deseoso siempre á arreglar mi conducta al agrado de V. M. he creido mui conforme á mi deber expresar de nuebo á V. M. no solo cuanto debo emplearme en su servicio, conforme fuera su intencion disponerlo, mas tambien que si de alguna manera pudiera desagradar á V. M. mi permanencia fuera de España se sirva hacerme la indicacion pa sujetarme á ella.
            Pido á V. M. se digne disimular haya crispado algunos momentos su Rl animo y que me cuente entre sus mas decididos y fieles servidores.
                                               Señora
                                   A L. R. P. de V. M.
                                               El Principe de Anglona Marques
                                                           de Javalquinto
 Paris 30 de Agosto
            1838”
 (AHN, sign: Diversos, Títulos-Familias, 3364, Leg. 35, Exp. 9, Doc. 79).
           
            Que la Reina Gobernadora lo contaba entre sus “mas decididos y leales servidores” parece obvio a la vista de algunos documentos, como la copia de la comunicación de su nombramiento, mediando una Real Orden, como Gentil-Hombre de Cámara con ejercicio por parte de la madre de Isabel, documento fechado el 10 de octubre de 1836. Según se lee en el texto, el nombramiento se debía a “su constante adhesión al trono de su augusta hija la Reina Isabel II” (AGP, Sec. Personal, Caja 95, Exp. 9).
No sabemos cuál sería la causa, quizá una falta de respuesta a la carta fechada el 30 de agosto, pero dos meses después volvía a escribir desde la capital francesa sobre el mismo asunto, esta vez al duque de Híjar, Sumiller de Corps. Como resultado de la gestión de Híjar, Anglona obtendrá un permiso especial, fechado en Palacio el 5 de noviembre de 1838, para ampliar por seis meses su estancia en la capital francesa. (AGP, Sec. Personal, Caja 95, Exp. 9). Sólo dos meses después, el 7 de enero de 1839, François Arago iba a presentar en la Academia de Ciencias de París un invento de consecuencias aún hoy impredecibles. Anglona, y sobre todo su hijo Pedro, en aquel momento un muchacho curioso e inclinado a las artes, iban a tomar buena nota de él: el daguerrotipo.
(Continuará).  

lunes, 13 de junio de 2016

"Chatterton", de Aldred de Vigny


Daguerrotipo del autor
(biografieonline.it)


VIGNY, Alfred de, Chatterton, Madrid, Cátedra, 2016; 197 págs. Introducción, traducción y notas de Santiago R. Santerbás.

Buenos y luctuosos días. ¿Puede la sociedad, en general egoísta, envidiosa y materialista, ignorar de tal manera el talento literario de un muchacho que lo fuerce a suicidarse sin haber cumplido los dieciocho años? Obviamente, sí. Este es el motivo que impulsó a Alfred de Vigny (1797-1863) a escribir Chatterton, un drama representado y publicado por primera vez en 1835, cuando Thomas Chatterton (1752-1770), el joven escritor inglés que lo había inspirado, llevaba muerto y enterrado más de sesenta años. En el estudio introductorio de la edición que he leído, Santerbás narra con cierto detalle las biografías de los dos personajes históricos, ambos escritores y ambos posiblemente hiperestésicos. Seguro que Vigny, nada más conocer la increíble historia del autor inglés, se sintió atraído por ella. El autor francés tuvo que ver reflejada su personalidad en la de este muchacho, de ahí que fuese capaz de escribir este drama y, sobre todo, los textos que lo vienen acompañando desde la primera edición, complementos imprescindibles para la buena comprensión de la obra. Uno de ellos, el que abre el volumen, titulado «Última noche de trabajo del 29 al 30 de junio de 1834», contiene pasajes memorables acerca de la nula consideración que tiene la sociedad de las almas sensibles y una descripción detallada de los sentimientos y las penurias sentimentales de sus poseedores. Vamos con ellos.

«No cesáis de alabar la inteligencia, y matáis a los más inteligentes. Los matáis negándoles poder vivir según las condiciones de su naturaleza. Se creería, viéndoos hacer tan buen negocio, que un Poeta es una cosa corriente.  Pensad que cuando una nación tiene dos en diez siglos, se alegra y se enorgullece. Hay pueblos que no tienen ni uno y que no lo tendrán jamás. ¿De dónde viene, pues, lo que sucede? ¿Por qué hay tantos astros apagados cuando empezaban a despuntar? Es porque no sabéis lo que es un Poeta, y no pensáis en ello». (Pág. 56).
           
A continuación distingue tres tipos de personas que «ejercen su acción sobre la sociedad por sus trabajos intelectuales», a saber: el HOMBRE DE LETRAS, el GRAN ESCRITOR y el POETA. Estas páginas son de verdad antológicas, tanto que no me resisto a copiar aquí algunas de las reflexiones que dedica al último de los tipos, al POETA, su preferido (y el mío).

«Pero hay otra clase de naturaleza, más apasionada, más pura y más rara. El que procede de ésta es incapaz para todo lo que no sea obra divina y viene al mundo en raros intervalos, felizmente para él, desgraciadamente para la especie humana. […] La emoción ha nacido tan profunda e íntimamente con él que lo ha hundido, desde la infancia, en éxtasis involuntarios, en ensueños interminables, en invenciones infinitas. La imaginación le posee por encima de todo. […] Su sensibilidad es demasiado viva, lo que hace que, si le rozan los demás, le hieran hasta hacerle sangrar; las ternuras y los afectos de su vida son abrumadores y desproporcionados; sus entusiasmos excesivos le pierden; sus simpatías son muy sinceras; aquellos a quienes compadece sufren menos que él, y él muere a causa del sufrimiento de los demás. […] tiene necesidad de no hacer nada para hacer algo en su arte. Es preciso que no haga nada útil y cotidiano para tener tiempo de escuchar los acordes que se forman lentamente en su alma y que el ruido grosero de un trabajo positivo y regular interrumpe y hace que infaliblemente se desvanezca. Éste es el POETA. […] Es en su primera juventud cuando siente su fuerza maciza, cuando presiente el futuro de su genio, cuando abraza con un amor inmenso a la humanidad y a la naturaleza, y es entonces cuando se desconfía de él y se le rechaza». (Págs. 59 y 60).

Consecuencia esperable de estas reflexiones, Vigny defiende la protección de estos jóvenes por parte del estado, que se ocuparía de tener solventadas sus necesidades materiales, muy humildes como podrán suponer. Para ello habría que crear las leyes apropiadas:

«Corresponde al legislador curar esta herida, una de las más vivas y profundas de nuestro cuerpo social; es a él a quien atañe realizar en la actualidad una parte de los mejores veredictos del porvenir, garantizando tan sólo algunos años de existencia a todo individuo que hubiera dado una sola prueba del talento divino. Sólo necesitaría dos cosas: la vida y el ensueño; el PAN y el TIEMPO». (Pág. 65).

Llamo la atención sobre la naturaleza de los beneficiarios de la ayuda. No son becas de estudio, son ayudas encaminadas a conseguir que los propietarios de esos espíritus elevados, tan escasos, puedan olvidar cualquier preocupación relacionada con la búsqueda del sustento y puedan dedicar todas sus energías a la creación. Vigny propone algo casi irrealizable por los estados en la coyuntura mundial actual, pero que debe entrar en los objetivos de los mecenas privados. Desde la muerte de Chatterton, asfixiado por las carencias materiales y la insensibilidad del entorno, han pasado casi dos siglos y medio, pero la gran mayoría de las reflexiones de Vigny tienen completa vigencia en la actualidad:

«[Con Chatterton] he querido mostrar al hombre espiritualista asfixiado por una sociedad materialista en la que el calculador avaro explota sin piedad la inteligencia y el trabajo. No he pretendido en absoluto justificar los actos desesperados de los seres desgraciados, sino protestar contra la indiferencia que les impulsa a cometerlos». (Pág. 67).

(Los lectores de francés pueden encontrar la versión original de las citas anteriores en este enlace). 
                                                           
 


En cuanto a la obra de teatro en sí, su estructura es la clásica de tres actos divididos en escenas y su desarrollo el habitual en planteamiento, nudo y desenlace. Para el lector actual amante de la historia de las conquistas sociales en el inicio de la Revolución Industrial, tiene mucho interés el desarrollo del acto primero, donde se describe una acción de protesta protagonizada por los empleados de una fábrica que no creen respetados sus derechos por parte del dueño, cuya mezquindad sirve de contraste para destacar la pureza de la pareja protagonista. Por supuesto, no voy a ser yo quien les desvele el argumento, aunque en un drama romántico, escrito, además, por un gran conocedor y adaptador de la obra de Shakespeare, ya sabemos más o menos lo que nos podemos encontrar: amores imposibles y muertes prematuras. En este caso se cuenta con la presencia de un personaje, el cuáquero, cuyas acciones y reflexiones, pausadas y profundas, sirven de contraste al fuego y la impulsividad de la juventud.
El libro termina con dos textos más de Vigny: una crítica del estreno de la obra, en el que actuaba una de sus amantes, la actriz Marie Dorval, y una biografía de Thomas Chatterton, acompañada por algunas muestras de su obra. En sus dieciocho años de vida mal contados, el poeta inglés dejó más de cuatro mil versos, muchos de ellos escritos por un heterónimo en un inglés del siglo XV fingido por él. Ahí es nada.
                                                                


miércoles, 8 de junio de 2016

"El misterio de la carretera de Sintra", de Eça de Queirós y Ramalho Ortigão




EÇA DE QUEIRÓS, José Maria, y RAMALHO ORTIGÃO, José Duarte, El misterio de la carretera de Sintra, Barcelona, Acantilado, 2011 (1ª reim.); 369 págs. Traducción de Carmen Martín Gaite.

Buenos y misteriosos días. Como saben los lectores, una de las mejores formas de seleccionar novelas consiste en elegir entre las ya seleccionadas por ese crítico implacable que es el paso del tiempo. ¿Quién se acuerda ahora, por ejemplo, de La casa de la Troya? Muy poca gente, los compostelanos y algún lector voraz, tan hambriento, y tan falto de comida, que es capaz de meterse entre pecho y espalda cualquier tipo de alimento. Pues esa novela, de la que hoy tan poca gente se acuerda, fue un superventas en la España de las primeras décadas del siglo XX. Y así podrían ponerse infinidad de ejemplos en cualquier país en el que haya existido industria editorial: novelas que tuvieron gran éxito de ventas pero que poco o nada añadieron a la evolución de las técnicas narrativas y, lo que es más importante, al universo emocional de los lectores, tan necesitado de alimento sustancioso. Fueron simples productos comerciales, desechables, por tanto, para un lector mínimamente selectivo. En fin, estas reflexiones, muy obvias para casi cualquiera con un mínimo de criterio, vienen al caso porque fue leyendo una novela de un autor español muy interesante, Gonzalo Torrente Ballester, cuando encontré mencionada, y elogiada, esta novela de Eça de Queirós y Ramalho Ortigão. Su lectura había constituido uno de los lenitivos contra la soledad del desdoblado protagonista de Filomeno, a mi pesar, Ademar de Alemcastre en su versión elegante y portuguesa. Todo parecía confabularse para que no pudiera dejar de leer El misterio de la carretera de Sintra. Y eso he hecho.
                Y la impresión, desde luego, no ha podido ser mejor. Como dice en el prólogo la traductora, la escritora Carmen Martín Gaite, los autores escribieron esta novela como “reacción contra el estancamiento del entorno” (pág. 12). Y lo hicieron “porque eran inconscientes y audaces y porque se querían divertir” (pág.13), sin pensar en las consecuencias ni en las dificultades que entraña la escritura de una novela a dos manos cuando los autores están alejados por más de ciento cincuenta kilómetros, uno en Lisboa y el otro en Leiría, y no disponen de medios de comunicación rápidos con los que ponerse de acuerdo. La novela, creo que no lo he mencionado, se publicó por primera vez en 1870, durante el verano y por entregas en un periódico. Según parece, pues, cada uno escribía la siguiente entrega cuando le tocaba y a tenor de lo que el amigo había escrito en su turno anterior. A pesar de todas estas limitaciones, la lectura de la obra es extraordinariamente atractiva, siempre que uno sea amante de la literatura policiaca, sea capaz de asumir la moralidad caballeresca clásica y esté hecho, aunque sea por encima, a las convenciones de la novela folletinesca.

Eça de Queirós
(noticias.universia.com.br)

                Los mismos autores, a los cuales resulta difícil atribuir la autoría de las distintas entregas, salvo alguna cuyo argumento resulta muy revelador —por ejemplo aquella que describe un viaje por el Mediterráneo Oriental, de características muy parecidas a uno que acababa de realizar Eça de Queirós—, aluden en la obra a esas intenciones rompedoras suyas:
“He tenido noticias de que F. y Carlos Fradique Mendes [un heterónimo de Eça de Queirós] llevan varios días recluidos en una finca de los alrededores de Lisboa, tirados en la hierba a la sombra de los árboles, tomando notas para un libro que están escribiendo en colaboración y con el que pretenden —al menos eso han prometido a la lozana Naturaleza que les rodea— terminar a puntapiés con todas las trabas que las escuelas literarias hoy en boga en Portugal se empeñan en poner para amordazar el libre curso del espíritu y la imaginación” (Pág. 365).

                No sé a ustedes, pero a mí, estas líneas, de una gran modernidad para la época, me recuerdan los manifiestos que décadas después usarían los creadores de los movimientos artísticos vanguardistas. Y no sólo se adelantan los autores con esta obra a ese tipo de manifiestos. También lo hacen, y esto ya ha sido observado por muchos comentaristas, a la difusión de una obra de ficción como real, a la intención lúdica, y esclarecedora del poder de los medios de comunicación, que tuvieron los que en 1938 aterrorizaron a los neoyorquinos más ingenuos haciéndoles creer en una invasión extraterrestre gracias a la pícara dramatización que, entre otros, realizó Orson Welles de una obra de H.G. Wells en un programa de radio. Casi setenta años antes, estos dos jóvenes autores portugueses, cansados del inmovilismo y la apatía de la sociedad lisboeta de la época, crean una ficción con visos de completa realidad, un relato absorbente, creído a pies juntillas por los lectores más desprevenidos y cándidos del Diário de notícias, el periódico lisboeta donde se publicaban las entregas. Tanto fue así que, según parece, hubo muchos que escribieron al periódico realmente preocupados, facilitando datos que podían ayudar a esclarecer el misterio que presenta la serie en su primera entrega y sirve de eficaz anzuelo para el lector, que devora, insatisfecho hasta el final, el resto de ellas. Me imagino que los autores aún se están riendo, los muy truhanes.

Ramalho Ortigão
(agendalx.pt)

          En definitiva, una novela muy recomendable, sobre todo para el que tiene la lectura como un fin en sí mismo, el homo legens de Bolívar Echevarría, tan necesario para la buena conservación de esa dama, a veces esquiva, llamada Literatura.