martes, 3 de mayo de 2016

"Filomeno, a mi pesar", de Gonzalo Torrente Ballester





TORRENTE BALLESTER, Gonzalo, Filomeno, a mi pesar. (Memorias de un señorito descolocado). Barcelona, Planeta, 2010.

      Muy buenas tardes. Hoy me trae una lectura que llevaba un tiempo queriendo hacer y hasta la fecha no había hecho, quizá debido a mi ignorancia sobre ella. Me explico. Hace ahora un año encontré en el puesto de un vendedor callejero de libros la obra más conocida de T. Ballester: La saga/fuga de J.B. Les confieso que hasta entonces, y aunque sabía algo sobre ella —digamos que su título me sonaba como uno de esos que un lector de novelas con cierto nivel de exigencia no puede dejar de leer—, nunca la había tenido en las manos. Las primeras páginas me introdujeron de sopetón en un mundo realmente imaginativo localizado en una Galicia rural muy atrasada, donde las creencias religiosas y los ritos son fundamentales. La desaparición de un objeto religioso muy venerado, o corpo santo, misteriosamente encontrado a la deriva en el mar siglos atrás, daba pie a un relato intrincado, nada fácil de seguir, en el que poco a poco iba tomando cuerpo y ocupando un espacio preferente un personaje, escritor, cuyas iniciales son J.B., como las de tantos otros de la obra. A ese escritor, al que se ve pasar graves penurias económicas y sentimentales, uno acaba cogiéndole cariño para, finalmente, acabar disfrutando con él del relato. Pero eso sólo ocurre, al menos así me ocurrió a mí, después de unas buenas doscientas páginas, el tiempo de lectura que necesité para sentirme seguro y cómodo con la novela. La existencia de una quinta provincia gallega, cuya capitalidad ostenta una ciudad capaz de levitar en toda su extensión --el fenómeno ocurre ciertas noches de niebla cuando la gran mayoría de los habitantes tiene la misma preocupación--, pasó a ser algo verosímil y, finalmente, indiscutible. Una vez leída, suspiré, entendí por qué se citaba esta novela como una de las más importantes de la novelística española del siglo XX —realmente es una novela de autor, libre de concesiones al público—, y me dediqué a lecturas más convencionales. El título Filomeno, a mi pesar me atraía por su comicidad pero, tras la lectura de la novela mencionada, había quedado un poco saturado de T. Ballester. Ahí radicaba mi gran ignorancia, en pensar que esta novela sería por el estilo. Hoy, después de haberla leído, puedo decir que no lo es en absoluto.
          Se trata de las memorias, narradas por tanto en primera persona, y en este caso con un tratamiento del tiempo muy lineal, que escribe un hombre antes de cumplir los cuarenta años, tiempo durante el cual ha visto un libro suyo publicado, ha tenido varios amores que lo han marcado profundamente, ha aprendido varios idiomas, ha vivido en las principales capitales europeas y ha sobrevivido a la Guerra Civil española y a la Segunda Guerra Mundial. Las primeras cuatrocientas veinte páginas, donde la linealidad es absoluta, se leen de la manera más cómoda que pueda uno imaginarse, sin tener que hacer esfuerzos en comprender nada porque el autor lo da todo bien masticadito. La novela fue Premio Planeta, lo que puede darnos una idea de su carácter convencional. A veces, de todas formas, se agradece una novela así, que no siempre apetece estar leyendo obras rompedoras, hasta cierto punto experimentales, como Rayuela, Ulises, En busca del tiempo perdido, Volverás a Región o Señas de identidad. No sé para ustedes, pero para mí la lectura de novelas es, principalmente, un entretenimiento, una forma de llenar mi tiempo libre, y quiero hacerlo de forma placentera.


El autor en los años noventa
(el correogallego.es)

         Curiosamente, aunque no resulta extraño en el mundo de la creación literaria, la vida de Filomeno, este señorito de ficción, guarda llamativos paralelismos con la vida de T. Ballester, que pasó los habituales aprietos económicos de los escritores de mérito, que no fue señorito en absoluto. Podrían enumerarse muchos de esos paralelismos pero voy a limitarme a mencionar los más llamativos. Los dos, tanto Gonzalo Torrente Ballester como Filomeno Freijomil/Ademar de Alemcastre —el redactor-protagonista de las memorias tiene dos nombres—, nacieron en 1910; en el caso del personaje de ficción la fecha se deduce de manera indirecta: cuando, refugiado en Portugal, durante el segundo año de guerra en España afirma tener veintisiete años (pág. 355). Los dos coinciden en hallarse en París en julio de 1936 y a los dos, centrada toda su atención en su mundo vitalista de juventud, la guerra les coge por sorpresa, ajenos como están a todo lo que no sean las clases en la Sorbona y los buenos libros. Por último, y según se deduce del contenido de un documental titulado GTB x GTB, cuyo visionado recomiendo para entender un poco más la obra de este gran escritor gallego, la infancia de T. Ballester estuvo enriquecida por dos mundos próximos pero muy distantes, El Ferrol y Serantes, tan próximos que hoy día el segundo forma parte del primero aunque en aquella época, la segunda década del siglo XX, vivir en Serantes era volver, en palabras de Torrente, a una Edad Media rezagada. Allí, en la casa de la abuela, vivió T. Ballester su descubrimiento de la literatura gracias al mundo femenino, donde ha descansado siempre, a las lecturas colectivas en los talleres de costura y a los narraciones de hechos más o menos fantásticos que hacían los caminantes y las mujeres de la familia; El Ferrol, por su parte, estaba relacionado con el mundo paterno, el de la autoridad y lo prosaico. De la misma manera, el redactor de las memorias tiene su alma escindida entre dos realidades: la representada por Villavieja del Oro (una recreación de Ourense), de donde es la familia de su padre, y el pazo miñoto, situado en un lugar no bien determinado del norte de Portugal, concretamente en el triángulo formado por Valença, Caminha y Viana do Castelo. En este último lugar, la residencia de su abuela materna, nace el personaje al mundo femenino, a la sensibilidad y al cariño de Belinha, y a la literatura, pues tiene a su disposición una rica biblioteca en la que descubre y se enamora de la obra de Eça de Queirós y Antero de Quental.
        En cuanto a la forma, ya he mencionado el punto de vista narrativo, el tipo de narrador, y el tratamiento del tiempo, todos ellos muy clásicos. El léxico es rico sin llegar a límites incómodos, aunque esto es algo que dependerá mucho de la riqueza del vocabulario del lector. Llama la atención el uso de algunos galleguismos y portuguesismos, siempre con un fin expresivo y dado que en castellano no existen sus equivalentes, o no tienen los mismos matices semánticos. Tal es el caso del adjetivo “octorona” (pág. 364), que en el diccionarioinformal.com se explica como
“Se diz de uma mulher com 7/8 de sangue branco e 1/8 de sangue negro, descendente, portanto, de 7 bisavós de sangue branco e um bisavô de sangue negro. Em termos de aparência física, tanto pelos padrões brasileiros e mesmo pelos padrões norte-americanos, passaria por ser uma branca pura. Sally Hemmings, a escrava da qual Thomas Jefferson deixou descendência, por comprovadas pesquisas de DNA, era uma octorona. As filhas branquíssimas e de olhos azuis de Jefferson com ela tinham, portanto, apenas 1/16 de sangue negro, mas mesmo assim foram vendidas como escravas no Mercado de New Orleans, após a morte do presidente, contra a vontade dele”.

        O también de los verbos  aturuxar (página 25) y bruar (página 550). El primero de ellos alude a un grito gutural y muy sonoro, de carácter tradicional y unido a ciertas fiestas y ritos gallegos, y el segundo al sonido que hace el viento en la copas de los árboles cuando suena con fuerza. También quiero llamar la atención sobre un uso de tiempos y modos verbales característico de T. Ballester, pues ya lo había localizado en La saga/fuga de J.B. Se trata del empleo del pretérito imperfecto de subjuntivo en lugar del pretérito pluscuamperfecto de indicativo. Debo reconocer que a veces suena extraño. Pongo algunos ejemplos:
“Había traído conmigo unos cuantos libros (novelas, poesía) que no tuviera [/ había tenido] ánimo de leer, aunque me lo hubiera propuesto”. (Pág. 76).

“Muñecos como aquél los viera [/ había visto] en alguna película, y nunca me habían gustado: no sé por qué, me parecían tristes e innecesarios”. (Pág. 114).

“Por fortuna la muchacha hindú no nos había entendido, porque Sotero volviera [/ había vuelto] al español”. (Pág. 319).


        Salvados esos pequeños escollos, la lectura de la novela es ágil y muy entretenida, abundante en pasajes inspirados por la contemplación estética y la ternura, tan necesarias. Desde aquí la recomiendo a cualquiera que esté buscando qué leer y no esté dispuesto a dejar pasar una novela de uno de los grandes escritores españoles del siglo XX, que escritores hay y ha habido muchos, pero los grandes, grandes de verdad, son muy pocos. 

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