lunes, 4 de abril de 2016

Pedro Téllez-Girón, príncipe de Anglona (32)





Dejamos el relato a mediados de noviembre 1835, cuando Pedro de Alcántara Téllez Girón, príncipe de Anglona, era uno de los miembros del “Estamento de Ilustres Próceres”, nombre que recibió en nuestro país la cámara alta desde su creación en 1834 hasta la reforma de 1837. En entregas sucesivas iremos conociendo con cierto detalle el papel que Anglona desempeñó en esta cámara, de la que formará parte durante el resto de su vida exceptuando los años de gobierno progresista comprendidos entre 1837 y 1844. A su muerte, en 1851, ocupaba el cargo de vicepresidente por segunda legislatura consecutiva. En 1835 todavía podía sentarse en el salón de sesiones en compañía de su sobrino el XI duque de Osuna, el hermano mayor de Mariano fallecido en 1844, y enfrascarse en discusiones políticas con líderes progresistas como Mendizábal, recién nombrado presidente del Consejo de Ministros. Vamos a dejarlo allí y a retroceder un poco en el tiempo para dedicar algo de espacio, siempre menos del que merece, a la muerte de su madre, la célebre María Josefa, condesa-duquesa de Benavente y viuda del IX duque de Osuna. 
            Recordará el lector que en la entrega número 30 copiamos el contenido de la lápida que protege sus restos en el Panteón Ducal de la Colegiata de Osuna. Es el siguiente:

“Aquí yace la Excma. Sra. Dª. María Josefa Alonso Pimentel, condesa duquesa de Benavente, Gandía, Béjar y Arcos, viuda del Excmo. Sr. D. Pedro de Alcántara Téllez Girón, 9º duque de Osuna. Falleció en Madrid a 5 de octubre de 1834 y fue trasladada a este Panteón en 17 de Abril de 1849. R.I.P.”

La fecha de su muerte contenida en la lápida es la misma que recoge la condesa de Yebes en la página 286 de su obra La condesa-duquesa de Benavente. Una vida en unas cartas (Madrid, 1955). Sin embargo, en la página 55 de su célebre libro Riesgo y ventura del duque de Osuna (Madrid, 1959), Antonio Marichalar parece cometer un error al escribir 1833, pues el año 1834, reflejado tanto en la lápida como en la obra de Yebes, debe ser el acertado al acudir en su confirmación otras evidencias fiables, como, por ejemplo, la ficha referenciada con el número 328 de la sección “Documentos del Archivo de Rodríguez Marín” del ARCHIVO MUNICIPAL DE OSUNA, cuyo contenido, copiado a la letra, es el siguiente:

“Papeles de la testamentaría de la Condesa de Benavente, Doña María Josefa Pimentel, fallecida el 5 de Octubre de 1834 = Hay borradores de inventarios de bienes muebles, entre ellos de retratos y grabados =”.

En cuanto a la causa de su muerte, sabemos que durante el verano y el otoño de aquel año muchas poblaciones europeas, Madrid incluida, sufrieron una importante epidemia de cólera, pero no parece ser ese el motivo, al menos no hay constancia de ello. Su muerte llegó, sencillamente, porque tenía ochenta y tres años y a todos nos llega tarde o temprano. Al fin y al cabo, aun siendo condesa-duquesa de Benavente, duquesa de Arcos, de Béjar, de Gandía, etc., había padecido los mismos sufrimientos que conlleva la condición de madre, ya sea esta una humilde mujer del más humilde de los barrios o, como en este caso, la cabeza visible de una de las familias del país más favorecidas por la fortuna. Esto, que parece una perogrullada, no lo es tanto en su caso, pues, a pesar de contar con cientos de empleados domésticos, fue una mujer que se ocupó de sus hijos de manera física, cercana, cálida, afirmación que se apoya en las innumerables pruebas de ello que contiene su correspondencia privada y que la condesa de Yebes usó como materia prima para escribir su obra antes mencionada. En ella hace referencia a hechos notables de su vida ya divulgados, como la labor de mecenazgo que ejerció con pintores (Goya), escritores (Tomás Iriarte) y músicos (Mercadante, Boccherini o el mismísimo Haydn), todos de primera fila, y a otros que no llaman tanto la atención quizá por ser propios de cualquier madre, por no parecer extraordinarios. Para mí, sin embargo, lo son. Han de serlo si tenemos en cuenta la increíble actividad social que llevó a cabo durante toda su vida y la atención constante que prestó a todos los miembros de la familia. Quizá la intranquilidad que sentía por los suyos en aquellos convulsos años de la Regencia de María Cristina, de gran agitación y enfrentamiento social, precipitó el final de sus días.
(Continuará).


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