jueves, 26 de noviembre de 2015

Algo sobre el Monte Testaccio y el aceite de la Bética


Algo sobre el Monte Testaccio y las exportaciones de
aceite de la Bética en los primeros siglos de nuestra era




                "Cercáronle luego los muchachos; pero él con la vara los detenía, y les rogaba le hablasen apartados, por que no se quebrase: que por ser hombre de vidrio era muy tierno y quebradizo. Los muchachos, que son la más traviesa generación del mundo, a despecho de sus ruegos y voces, le comenzaron a tirar trapos, y aun piedras, por ver si era de vidrio, como él decía; pero él daba tantas voces y hacía tales extremos, que movía a los hombres a que riñesen y castigasen a los muchachos porque no le tirasen.
                Mas un día que le fatigaron mucho se volvió a ellos diciendo:
                —¿Qué me queréis, muchachos, porfiados como moscas, sucios como chinches, atrevidos como pulgas? ¿Soy yo, por ventura, el monte Testacho de Roma, para que me tiréis tantos tiestos y tejas?"

Miguel de Cervantes, El licenciado Vidriera.





      

            Gracias a las excavaciones comenzadas a finales de la década de los ochenta por iniciativa española en el Monte Testaccio de Roma, sabemos mucho más sobre el comercio en el Mediterráneo Occidental durante la época central y más floreciente del Imperio Romano. El equipo que excava el Testaccio —un monte artificial de 50 m de altura y 1.490 m de perímetro, formado por la acumulación de ánforas rotas y situado junto al Tíber, en la esquina suroeste de las Murallas Aurelianas— está formado por miembros del "Centro para el Estudio de la Interdependencia Provincial de la Antigüedad Clásica" (C.E.I.P.A.C.), dependiente del Departamento de Prehistoria, Historia Antigua y Arqueología de la Universidad de Barcelona. Dicho centro, cuyo origen parece estar en los extraordinarios descubrimientos realizados en el Testaccio por los arqueólogos españoles, que demuestran la gran dependencia que tenía la ciudad de Roma del aceite andaluz, tiene, como cualquier asociación, un director o presidente y unos miembros; es lo normal, todos lo sabemos. Lo que no debía ser tan normal es el hecho siguiente: de los veintiocho miembros que componen la asociación sólo uno de ellos trabaja en una institución andaluza, un profesor de la Universidad de Cádiz apellidado Langóstena Barrios. El resto de los miembros pertenece a las universidades de Barcelona, Tarragona, Roma, Sâo Paulo, Southampton, Württenberg, Mainz, etc. Este no significa que el investigador andaluz esté marginado incluso en un proyecto de investigación que toca a su tierra muy directamente, que no se le tenga en cuenta por cuestiones políticas o administrativas, no, nada de eso. No se cuenta con el investigador andaluz porque no está tan preparado como los otros, porque las universidades andaluzas son, junto con las canarias y las extremeñas, las que otorgan los títulos peor considerados de todo el país. Se lo dice un licenciado por la Universidad de Sevilla, que ya le gustaría haberlo sido por la de Madrid o por la de Barcelona, centros que cuentan con unos presupuestos y una cualificación en los cuadros docentes muy por encima de los de Andalucía. Así son las cosas, por desgracia. Pero vamos a dejarnos de reflexiones críticas, que, dicho sea de paso, no vienen mal para que se nos abran de una vez los ojos en relación al atraso que padece Andalucía en el campo de las ciencias, y vamos al tema que nos ocupa: qué aceite consumían los romanos y cómo se ha podido averiguar tanto sobre él.
           


(Imagen tomada de amusingplanet.com)


 Según el señor Remesal Rodríguez, durante más de mil quinientos años el Monte Testaccio fue visto como un basurero de ánforas y no se supo obtener la gran información que guardaban dichos recipientes. Los habitantes de Roma lo miraban, con orgullo, como una muestra del poderío de su ciudad en la Antigüedad, sentimiento que ha facilitado su conservación hasta nuestros días. En la Edad Media se celebraban en él carnavales y ya en la Edad Moderna fue aprovechado para abrir grutas donde guardar el vino, pues su peculiar formación lo había dotado de una temperatura fresca y constante (+/- 17ºC). Este hecho acentuó su carácter festivo y lo convirtió en lugar de romerías y reuniones lúdicas hasta que se urbanizaron sus alrededores, ya en el siglo XIX.


(Imagen tomada de amusingplanet.com)


A finales de ese siglo comienza el estudio arqueológico del monte. Heinrich Dressel, colaborador de Mommsen en su monumental CORPUS INSCRIPTIONUM LATINARUM —éste último colega y amigo de Rodríguez de Berlanga, el traductor de los "Bronces de Osuna"—, viaja a la capital italiana en 1872 para estudiar los útiles domésticos —los Instrumentum domesticum— de la antigua Roma. Él fue el primero en determinar la cronología del monte (siglos I a III d. de C.), el uso que habían recibido las ánforas y su procedencia dominante de la Bética, llegando a determinar una tipología de ellas que aún se estudia: la Dressel 20, la más corriente —de forma globular, unos 70 a 80 cm de altura, 60 cm de anchura, 30 kg de peso en vacío y una capacidad de 70 kg de aceite—, la Dressel 20 parva, la Dressel 23a, la Dressel 23b, etc. Gracias a la forma de los recipientes, su transporte era más fácil, pues se apoyaban unas en otras y tenían gran estabilidad. Dicho transporte se realizaba en barcos que zarpaban entre abril y septiembre de puertos del Guadalquivir, principalmente —y según las excavaciones realizadas hasta la fecha— de Lora del Río y del Municipium Flavium Arvense, la actual Alcalá del Río, dos de los principales centros de fabricación de ánforas Dressel 20, y navegaban cerca de la costa hasta los puertos de Claudio y Trajano, en la desembocadura del Tíber. Su itinerario está sembrado de pecios, restos de barcos hundidos, la mayoría aún por estudiar. Otro de sus destinos era Massalia, la actual Marsella, desde donde seguían viaje por tierra hacia el norte, como se ha podido documentar gracias a las excavaciones realizadas en suelos franceses, alemanes e, incluso, británicos.

(Imagen tomada de scielo.cl)

Gracias a las excavaciones y posteriores estudios de los miembros de la C.E.I.P.A.C, que han venido a completar los trabajos de Dressel, Bruzza, Bonsor, Rodríguez de Almeida y Ponsich, sabemos que nada menos que el 80% del total de los materiales que forman el Monte Testaccio procede de la rotura de ánforas fabricadas en la Bética para transporte de aceite de oliva elaborado en la Andalucía romana, lo que supone, según sus cálculos, la exportación a Roma en los siglos iniciales de nuestra era, como mínimo, de 173.250.000 kg de dicho producto, lo cual, teniendo en cuenta los métodos de cultivo, molienda y transporte de la época, es algo realmente destacable.                
            Me imagino que el lector se preguntará cómo han podido afinar tanto los investigadores. La razón de tanta exactitud está en una característica de los restos anafóricos del Testaccio que aún no les he contado: la existencia en ellos de inscripciones y rótulos de época romana que proporcionan muchísima información. Dichos "letreros" son de cuatro clases. Las marcas impresas —sellos— informan por lo general sobre el propietario del aceite, aunque a veces también lo hacen sobre el productor de dicho aceite y el horno donde se había fabricado el ánfora; los grafitos, incisiones llamadas ante cocturam por haber sido hechas antes de que la arcilla estuviese cocida, proporcionan datos sobre el lote al que pertenece el ánfora y, a veces, indican el año e incluso el día de fabricación del ánfora; las inscripciones pintadas, o tituli picti, informan sobre la tara, el nombre del mercader y el peso neto; y, por último, en caracteres cursivos, los datos de la hacienda imperial: nombre del lugar de control, año consular, peso exacto y nombre del controlador. Con toda esta información, los investigadores han podido determinar, entre otras muchas cosas, el área de producción del aceite: la zona comprendida entre las actuales poblaciones de Córdoba, Sevilla y Écija.
            
(Imagen tomada de amusingplanet.com)


Y aquí habría que hacer una reflexión parecida a la incluida en el párrafo primero. Tampoco en el campo del refinado y del comercio internacional del aceite estamos por ahora los andaluces al nivel de otros pueblos, sobre todo del italiano. La materia prima, la aceituna, se encuentra en Andalucía, pero los mejores técnicos —tanto en estudios y estrategias de mercado como en procesos de refinado— se encuentran en Italia, país que domina el mercado internacional del aceite de oliva desde la época de Augusto. Si a esa circunstancia unimos su mayor habilidad para negociar y mover los hilos en las instituciones internacionales, nos podemos explicar mejor la mala situación en la que se va a encontrar nuestro producto si prospera la reforma propugnada por Franz Fischler, cuya señora —según me han informado— es italiana. Los hombres mueren, las ciudades cambian, la técnica avanza pero, en esencia, el mundo sigue siendo exactamente el mismo.   

Víctor Espuny Rodríguez




Bibliografía.

a) Fuentes disponibles y consultadas.

AA. VV:, Historia de la vida privada. Imperio romano y antigüedad tardía, Madrid, 1992.
-, El hombre romano, Madrid, 1991.
-, Gran Atlas de Arqueología, Barcelona, 1896.
BLÁZQUEZ MARTÍNEZ, José María, "El Monte Testaccio, archivo del comercio de Roma", en Revista de Arqueología, nº 107, págs. 29 a 35.
CERVANTES SAAVEDRA, Miguel de, Novela del licenciado Vidriera, ed. de Juan Bautista Avalle-Arce, Madrid, 1987.
GARNSEY, Peter y SALLER, Richard, El Imperio Romano. Economía, sociedad y cultura, Barcelona, 1990.
GÓMEZ-IGLESIAS CASAL, Ángel, Aspectos jurídicos de la actividad comercial en Roma y los "tituli picti", en Revista de Estudios Histórico-Jurídicos, XXXII. (Valparaíso, Chile, 2010; pp. 59-82). Consultada en http://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0716-54552010000100002#footnote-17735-1.(Noviembre de 2015)
http://www.ub.es/CEIPAC/ceipac.html (Marzo de 1998).
http://www.ub.es/CEIPAC/MOSTRA/expo.htm (Marzo de 1998).
ROSENBLUM, Mort, La aceituna. Vida y tradiciones de un noble fruto, Barcelona, 1997.

b) Fuentes menos disponibles y no consultadas.

BERNI MILLET, Piero, Las ánforas de aceite de la Bética y su presencia en la Cataluña romana, Barcelona, 1998.
BLÁZQUEZ MARTÍNEZ, José María, REMESAL RODRÍGUEZ, José y RODRÍGUEZ ALMEIDA, Emilio, Excavaciones arqueológicas en el Monte Testaccio (Roma). Memoria campaña 1989, Madrid, 1994.
FUNARI, Pedro Paulo A., Dressel 20 Inscriptions from Britain and the Consumption of Spanish Olive Oil, Oxford, 1996.
REMESAL RODRÍGUEZ, José, Heeresversorgung und die wirtschaftlichen Beziehungen zwischen der Baetica und Germanien. Materialen zu einem Corpus der in Deutschland veröffentlichten Stempel auf Amphoren der Form Dressel 20, Stuttgart, 1997.
-, La annona militaris y la exportación de aceite bético a Germania, Madrid, 1986.


(Este artículo fue redactado en la primavera de 1998. Apareció en el número 12 de la revista La Fuente Nueva. La bibliografía no ha sido actualizada salvo para referenciar algunas imágenes). 

martes, 17 de noviembre de 2015

Pedro Téllez-Girón, príncipe de Anglona (25)




Vista aérea de Osuna. Cortesía de Bermúdez



Volvemos a abandonar de nuevo el relato lineal de los hechos, en este caso para dar a conocer un texto que creemos de interés. Se trata de una versión francesa del segundo intento de liberar Osuna de la ocupación napoleónica, acción en la que pudo participar Anglona, al menos lo hizo la unidad que mandaba, y que tuvo lugar en el mes de julio de 1812. En cierta forma el texto complementa otro ya conocido que puede leerse a partir de la página 448 de Osuna napoleónica (1810-1812), (Sevilla, 2001), una de las excepcionales obras sobre esta época de Francisco Luís Díaz Torrejón. El valor de la versión que presentamos reside en expresar el punto de vista francés, poco imparcial, inexacto en muchos datos, pero cotejable desde ahora con el relato de Díaz Torrejón, más próximo a la realidad histórica por haber sido escrito tras la consulta de archivos franceses y españoles. Además, el lector podrá reconocer muchos de los escenarios mencionados e imaginar mejor este episodio ursaonés de la Guerra de la Independencia. El texto original puede localizarse vía Internet en la Biblioteca Nacional de Francia (bnf.fr), pero he creído conveniente copiarlo aquí y acompañarlo de una traducción. 

                                                                   
          
Portada renacentista de la Colegiata. Foto: 
maravillasdeespana.blogspot.com.es


« Attaque et combat d’Ossuna.
Vers la fin de juillet, Ballesteros entreprit une nouvelle expédition. Instruit par les habitants du pays de Ronda, de tous les mouvements des Français et de la force de détachements qui occupaient les divers points des environs, il apprit que la ville d’Ossuna, située dans la province de Séville, et distante de deux fortes journées de marche de Ronda, était faiblement gardée, le colonel d’état-major Beauvais, qui commandait dans cette partie, venait de détacher en colonne mobile la moitié d’un faible bataillon de ligne. Ses forces ne se composaient que de ce bataillon et de 60 chevaux de dragons; iI avait à garder un district de douze à quinze lieues de circonference, et il ne restait plus que deux compagnies d’infanterie dans Ossuna, dont la population, assez mal disposée en faveur des Français, s’élevaient à 6,000 habitants.
Dans la soirée du 24 juillet, le général espagnol partit du village de Canete [sic], avec une colonne de 3,000 hommes, dont 300 de cavalerie, et arriva le 25, à deux heures du matin, sous les murs d’Ossuna, qui n’a pour enceinte que les clôtures des jardins de ses dernières maisons. Malgré la faiblesse des postes établis aux issues de la ville et qui ne pouvaient résister à une attaque sérieuse, Ballesteros, dans la crainte de donner l’alarme au peu de troupes qui étaient dans l’intérieur, ne voulut pas se hasarder à les forcer. Ses troupes, favorisées par les habitants des maisons dont les murs de jardin formaient l’enceinte de la ville, s’introduisirent en silence dans ces jardins, et y attendirent que le jour commençât à poindre pour se répandre dans Ossuna et enlever les Français dans leurs logements. En effet, à deux heures et demie, les Espagnols débouchèrent par un grand nombre de rues à la fois; deux compagnies de grenadiers espagnols s’avancèrent vers le quartier du colonel Beauvais, logé dans une maison dont les derrières donnaient sur la place d’armes, presque en face d’un couvent qui servait de caserne à sa troupe. La sentinelle placée à la porte fit feu sur cette colonne et donna l’éveil à la garde, qui, à la vue du grand nombre de ses adversaires, se barricada dans l’intérieur. L’alarme s’étant bientôt répandue, les officiers logés chez les habitants se rendirent à la caserne. Le colonel Beauvais, après avoir donné, par une fenêtre élevée, des ordres aux deux compagnies de ligne déjà sous les armes pour défendre les issues de la place, se mit a la tête des cinq soldats de garde chez lui, fit ouvrir la porte de la maison, se fit jour a travers les masses d’ennemis qui l’assiégeaient, en tua deux de sa main, et gagna la place, dont ses compagnies étaient restées en possession. Leur brave commandant avait été blessé, sans gravité, d’une balle dans le bras et d’un coup de baïonnette à la cuisse.
Peu à peu les colonnes ennemies, arrivant vers la place, en fermèrent tous les débouchés, à l’exception d’un seul , qui conduisait à un bâtiment situé sur une hauteur près des murs de la ville, et qu’on avait précédemment retranché à la hâte, afin de servir de réduit à la garnison dans le cas d’une agression sérieuse; trente hommes gardaient ce poste, qui était muni de vivres pour quinze jours. La fusillade était engagée à l’entrée des rues qui donnent sur la place, et le réduit allait être coupé de sa communication, lorsque le colonel français forma en colonne serrée les 110 hommes qui composaient toute sa troupe, prit la direction du réduit et y arriva sans perdre un seul bomme. Les postes que l’ennemi avait négligés aux entrées de la ville, s’étaient également retirés sur le même point par l’extérieur. Le colonel Beauvais se battit jusqu’à six heures du soir, repoussant toutes les attaques dirigées contre sa position, et recueillit plusieurs petits détachements venant des environs d’Ossuna, et, entre autres, une reconnaissance envoyée pendant la nuit dans la direction de Canete, mais dont les Espagnols avaient évité la rencontré. Les Espagnols avaient fait mettre en batterie un petit obusier et une pièce de canon de montagne, qui tirèrent constamment sans faire aucun dommage notable au réduit, et qui ne blessérent qu’un seul homme. Les Français, dont le feu de mousqueterie plongeait la ville et découvrait toute la place d’armes, firent beaucoup de mal à l’ennemi.
Après avoir pillé tous les établissements des Français dans Ossuna, Ballesteros, informé qu’une forte colonne s’avançait de la frontière de Grenade à sa poursuite, se retira précipitamment par le chemin qui l’avait amené. Il laissait dans Ossuna une soixantaine de soldats tués, ou trop grièvement blessés pour pouvoir le suivre, et il emmenait environ 50 prisonniers. A sept heures du soir, l’ennemi avait évacué la ville et tous les postes étaient réoccupés par les Français. Le colonel Beauvais fit harceler l’arrière-garde espagnole par une compagnie qui lui prit encore quelques homnes. Ballesteros se hâta de regagner le camp de Saint-Roch”.

(France militaire : histoire des armées françaises de terre et de mer de 1792 à 1837; Paris, 1838; tomo 5º, págs. 24 y 25).   



Vista parcial de la Osuna monumental
(Fotografía del autor del artículo)


Ataque y combate de Osuna.
A finales de julio Ballesteros emprendió una nueva expedición. Informado por los habitantes de la comarca de Ronda de todos los movimientos de los franceses y de la importancia de los destacamentos que ocupaban los distintos puntos de los alrededores, supo que la villa de Osuna, situada en la provincia de Sevilla y a dos días de dura marcha de Ronda, estaba débilmente defendida, pues el coronel del estado mayor Beauvais acababa de enviar destacada en columna móvil la mitad de un batallón de línea poco numeroso. Sus fuerzas se componían sólo de ese batallón y de 60 dragones a caballo, y tenía a su cargo la vigilancia de un distrito cuya circunferencia oscilaba entre doce y quince leguas [66 y 83 kilómetros]. En ese momento sólo habían quedado dos compañías de infantería en Osuna, cuya población, muy poco favorable a los franceses, era de 6.000 habitantes.
Había ya anochecido el 24 de julio [de 1812] cuando el general español salió de Cañete [la Real] al frente de una columna de 2700 hombres de infantería y 300 jinetes. A las dos de la madrugada estaba al pie de los muros de Osuna, recinto defendido sólo por los cercados de los huertos pertenecientes a sus últimas casas. A pesar de la debilidad de los puestos establecidos en las salidas, que no hubieran podido resistir un ataque serio, Ballesteros, temeroso de alertar a la escasa tropa que había en el interior, no quiso correr el riesgo que suponía enfrentarse a ella. Ayudados por los habitantes de las casas cuyos huertos constituían el cercado de la población, se introdujeron silenciosamente en ellos y esperaron que empezara a despuntar el día para esparcirse por el pueblo y sorprender a los franceses en sus alojamientos. Sobre las dos y media los españoles se desparramaron al mismo tiempo por numerosas calles. Dos compañías de granaderos españoles se adelantaron en dirección al barrio del coronel Beauvais, alojado en una casa cuya parte trasera daba a la plaza de armas, casi enfrente de un convento que servía de cuartel a su tropa. El soldado que hacía guardia en la puerta hizo fuego sobre la columna y dio la alarma pero a la vista del gran número de los adversarios tuvo que parapetarse en el interior. La alarma se extendió con rapidez y los oficiales alojados en domicilios particulares se dirigieron al cuartel. El coronel Beauvais, tras haber dado orden desde una de las ventanas de los pisos altos de defender las entradas de la plaza a las dos compañías de línea ya armadas, se puso al frente de los cinco soldados de guardia en su casa, mandó abrir las puertas, se abrió paso a través de las masas de enemigos que la asediaban y, tras haber matado a dos de ellos, llegó a la plaza, que había quedado en posesión de sus compañías. Su bravo comandante había sido herido, aunque no de gravedad, de bala en un brazo y de un golpe de bayoneta en una pierna.
Poco a poco, las columnas enemigas fueron llegando a la plaza y cerraron todas las salidas excepto una, que conducía a un edificio situado sobre un punto elevado cercano a los muros de la población que con anterioridad había sido acondicionado, aunque de manera apresurada, como un reducto defensivo para la guarnición en caso de una agresión seria. Este lugar fortificado estaba defendido por treinta hombres y provisto de víveres para quince días. Había intercambio de disparos en todas las salidas de la plaza y estaba a punto de cortarse la comunicación con el reducto cuando el coronel francés formó en columna cerrada los 110 hombres que componían toda su tropa y tomó el camino del improvisado fortín, a donde llegó sin baja alguna. También se refugiaron allí los vigilantes de las entradas que el enemigo no atacó en su momento, los cuales llegaron al reducto por el exterior. 
El coronel Beauvais estuvo batiéndose hasta las seis de la tarde, rechazando todos los ataques dirigidos contra su posición, y acogiendo a algunos pequeños destacamentos provenientes de los alrededores de Osuna, entre ellos uno de reconocimiento enviado la noche anterior en la dirección de Cañete y que fue evitado por los españoles. Estos habían hecho poner en batería un cañón de pequeño calibre y una pieza de cañón de montaña, que disparaban constantemente sin causar ningún daño de consideración al reducto y sólo hirieron a un hombre. Los franceses, cuyo fuego de mosquetería acribillaba el pueblo entero y dominaba toda la plaza de armas, hicieron mucho mal al enemigo.
Tras haber saqueado todos los alojamientos de los franceses en Osuna, Ballesteros, habiendo sido informado de la salida en su persecución de una columna numerosa desde la frontera de Granada, se retiró de manera precipitada por el camino que había traído. Dejaba en Osuna unos 60 soldados muertos, o heridos de demasiada gravedad para seguirle, y se llevaba alrededor de 50 prisioneros. Sobre las siete de la tarde el enemigo había evacuado la villa y los franceses habían recuperado todas sus posiciones. El coronel Beauvais hizo hostigar la retaguardia española por una compañía que hizo nuevos prisioneros. Ballesteros se apresuró a volver al campo de San Roque.


La cuesta de San Antón


Las inexactitudes que contiene el texto son numerosas. Para empezar, y según puede leerse en la obra de Díaz Torrejón ya mencionada, fruto de un arduo trabajo de investigación y de amena e interesante lectura, no fue el general Ballesteros quien mandaba las tropas que llegaron a Osuna aquel día de julio de 1812 sino un subordinado suyo, el coronel Felipe Berenguer. También llama la atención el número de habitantes que el texto le supone a la localidad ursaonense en aquellos momentos, que debía ser mucho más elevado, aproximadamente catorce mil. En cualquier caso, espero que la lectura de esta versión francesa sirva a los conocedores del monumental pueblo de Osuna para poder imaginar bien las acciones de ese día, pues no hay más que suponerse en la Plaza Mayor para ver a Charles Beauvais de Préau, gobernador militar de Osuna en aquellos momentos, dando órdenes desde una de las ventanas de la Casa de los Cepeda a los soldados que hacían la guardia del Convento de San Francisco, en ese momento cuartel de la tropa francesa, y luego al mismo Beauvais atravesando la plaza a la carrera protegido por sus hombres y esquivando como podía los disparos y los bayonetazos de los soldados españoles. La narración permite suponer también que la calle que quedó libre y por la que huyeron los franceses hacia la zona alta pudo ser muy bien la Cuesta de San Antón. También, y con sentimiento por el daño que el tiroteo debió causar en la portada renacentista de la Colegiata, podemos ver a los franceses parapetados en el andén que rodea el templo y a los españoles disparándoles con sus pequeños cañones desde la plaza. Hechos luctuosos que forman parte de la historia ursaonense. En cualquier caso, y para tener una versión más objetiva y equilibrada de aquellos acontecimientos, recomiendo encarecidamente la lectura de la obra de Francisco Luis Díaz Torrejón.
Nada como conocer las barbaridades de los hombres para no volver a repetirlas. Fomente la lectura: la sociedad del mañana se lo agradecerá.



(Continuará).    

lunes, 9 de noviembre de 2015

Pedro Téllez-Girón, príncipe de Anglona (24)



Sala del Museo del Romanticismo. (Madrid)


Don Marcelino Menéndez Pelayo, colega y protector de Rodríguez Marín, dejó escrito en una de sus obras más célebres que la sociedad patriótica presidida por Anglona, llamada Los amigos de la Constitución, “nada hizo ni sirvió para nada” (Historia de los Heterodoxos Españoles, Madrid, 1987; vol. II, pág. 756). Sin embargo, los autores contemporáneos de nuestro protagonista no opinan lo mismo. Este es el caso de Alcalá Galiano en sus Memorias, publicadas por su hijo en 1886, y del anónimo autor de Examen crítico de las revoluciones de España de 1820 a 1823 y de 1836 (París, 1837). Ambos coinciden en destacar la importancia que tuvo una representación al mismo Fernando VII redactada, según afirman, por algún miembro de la sociedad patriótica y firmada por muchos de sus compañeros. Dicha representación —“súplica o proposición motivada que se hace a los Príncipes y superiores” (Diccionario de Autoridades)—, consistía en una crítica a la labor de los ministros y llegó a manos del monarca en diciembre de 1820, un momento muy delicado porque el mes anterior había tenido lugar lo que Tuñón de Lara califica de intento de golpe de estado por parte del mismo rey Fernando, el cual había nombrado “al general Carvajal capitán general de Castilla la Nueva sin contar con los ministros” (La España del siglo XIX, Madrid, 2000; vol. I, pág. 78). La representación tuvo un efecto negativo sobre la sociedad patriótica. Veamos cómo se cuenta en la página 24 de la obra ya citada Examen crítico de las revoluciones de España de 1820 a 1823 y de 1836:

“Es tambien muy notable que, mientras que en el club de la Cruz de Malta [nombre del café donde se reunía la sociedad] se declamó contra el monarca y se predicó la insurreccion, las autoridades no hicieron alto en aquellos escandalos, ni intentaron reprimirlos; pero así que se estendió [sic] contra los ministros la representacion que queda citada, se tomaron medidas para disolver el club, y por fin se desplegó todo el aparato de la fuerza armada, y el cafe de la Cruz de Malta se cerró á la hora en que solia reunirse la sociedad patriotica.”

Más adelante volvió a abrir sus puertas y, junto con la Fontana de Oro, representó un papel muy importante en la escena política. Pérez Galdós hace referencia a él en su novela La Fontana de Oro, exactamente en los capítulos XXVI y XXXII. Estaba situado en la calle del Caballero de Gracia, entre Montera y Alcalá. Cerró sus puertas definitivamente a principios de la década de 1830.
Aquellos años del Trienio Liberal no fueron fáciles para nadie. El adjetivo liberal no debe engañarnos en este caso: disfraza una realidad muy distinta a la que podía esperarse según la mentalidad general actual y la idea que el lector medio del siglo XXI pueda tener de su significado, de espectro muy amplio. Como prueba de ello, veamos a continuación algunos fragmentos de un edicto que, afortunadamente, se salvó de la quema sistemática de los documentos oficiales de estos años y Artola ha reproducido en la Historia de España Menéndez Pidal (Madrid, 1992; vol. XXXII, pág. 704). Dicho documento, el contenido de una ley decretada por las Cortes, fue expedido por el Gobierno Político de la provincia de Sevilla a todos los ayuntamientos de su jurisdicción. Está fechado en Sevilla el 7 de mayo de 1821 y, entre otros artículos, comprende los siguientes:

Art. 1º. Cualquiera persona de cualquier clase y condición que sea, que conspirase directamente y de hecho á trastornar, ó destruir ó alterar la Constitución política de la Monarquía española, ó el Gobierno monárquico moderado hereditario que la misma Constitución establece, ó á que se confundan en una persona ó cuerpo las potestades legislativas, ejecutiva y judicial, ó á que se radiquen en otras corporaciones ó individuos, será perseguida como traidor, y condenada á muerte.
Art.2º. El que conspirase directamente y de hecho á establecer otra religión en la España, ó á que la Nación española deje de profesar la Religión católica, apostólica romana, será perseguido también como traidor y sufrirá la pena de muerte. Los demás delitos que se cometan contra la Religión serán castigados con las penas prescritas, ó que se prescribieren por la leyes. […]
Art.17º. Cualquiera que impidiese ó conspirase directamente y de hecho á impedir la celebración de las Córtes [sic], ordinarias ó extraordinarias en las épocas y casos señalados por la Constitución, ó hiciese alguna tentativa para disolverlas ó embarazar sus sesiones y deliberaciones, será perseguido como traidor, y condenado á muerte”. 

Tras la restauración del régimen absolutista en 1823, los liberales fueron buscados con auténtico rencor. Gracias al testimonio del ilustre ursaonés García Blanco, sabemos que la familia de este olvidado hebraísta salvó la vida mediante la generosa protección de los Cepeda, en cuya casa de la calle de la Huerta de Osuna—sede hasta hace unos años de los Juzgados —, pasó todo el verano refugiada de la violencia de los incontrolados. En cuanto a Anglona, según la condesa de Yebes en su libro ya citado, a principios de junio de 1823 se encontraba en Sanlúcar de Barrameda a punto de embarcar rumbo al exilio. A la luz de los últimos descubrimientos documentales, en especial una lápida sepulcral, María del Rosario Fernández de Santillán, su esposa, no le acompañaría al exilio en un primer momento al menos, pues en el mes de noviembre de ese mismo año dio a luz en Madrid a una niña, que fue bautizada en la Almudena con el nombre de Cándida.
(Continuará).