domingo, 27 de septiembre de 2015

Pedro Téllez-Girón, príncipe de Anglona (21)



(Eros y Psique, o Psique revivida por el beso de Eros, de
Antonio Canova. Imagen tomada de musee.louvre.fr)



El 19 de noviembre de 1819 abría sus puertas el Real Museo de Pintura. Aquel importante logro cultural había sido fruto de varios hechos anteriores: la formación, gracias a un proceso de varios siglos, y dentro de la Casa Real, de una de las más importantes colecciones de arte del mundo; la creación del Museo del Louvre (1793); el intento de José I de realizar algo parecido en Madrid (1809) y, por último, la voluntad de una mujer, María Isabel de Braganza, esposa de Fernando VII desde 1816. María Isabel convenció a su marido para que reuniera la colección, dispersa por los distintos palacios, y permitiera su contemplación pública. Además, el Rey dedicaría de su "propio" dinero 24.000 reales mensuales a la reparación del edificio donde iba a exponerse, muy dañado por guerras y expolios y necesitado de una inversión de 7.000.000 de reales. (Pedro de Madrazo, Catálogo de los cuadros del Real Museo de Pintura y Escultura de S.M. (Madrid, 1843; pág. VIII). Desgraciadamente, aquella muchacha joven, sensible y creativa, la principal responsable de la existencia del Museo del Prado, denominación que la pinacoteca recibiría con posterioridad, murió de parto dos años después de su matrimonio y no vería abiertas sus puertas.
            Para el cargo de director había resultado elegido un cuñado de Anglona, José Gabriel de Silva-Bazán y Waldstein, marqués de Santa Cruz, aquel que casara con Joaquina Téllez-Girón en 1801. El Pronunciamiento de Riego en las Cabezas de San Juan tuvo como lógica consecuencia el cambio de puestos en la administración, entre ellos el ocupado por Santa Cruz, cargo para el que fue designado el 9 de abril de 1820 nada menos que nuestro protagonista. Durante su gestión al frente del Museo (1820-1823), el número de obras expuestas pasó de las 311 iniciales a 512, número que en la actualidad, septiembre de 2015, y según puede leerse en museodelprado.es, asciende a algo más de 1.300, aunque el número total de obras propiedad del Museo sea de 21.600 sumados pinturas, escultura, estampas y dibujos: las limitaciones espaciales y los criterios expositivos actuales, partidarios de dejar mucho mayor espacio en los muros entre obra y obra, son los responsables de este estado de cosas. En cualquier caso, a la vista de la forma en que se exponían las obras en los comienzos del museo, creo que no se pueden dejar de aplaudir esos cambios de criterio.


(Imagen del Museo del Prado tomada alrededor
de 1860 por J. Laurent y Cía. www.museodelprado.es) 



La apertura del museo fue una decisión ciertamente democratizante y liberal, poco acorde con una monarquía como la de Fernando VII durante el Sexenio Absolutista. Hasta entonces, pocas y privilegiadas eran las personas que habían podido contemplar los cuadros. Algunas, sin embargo, habían llegado a poseer reproducciones de ellos. Tal era el caso de los Silva-Bazán, Téllez-Girón y Álvarez de Toledo, como demuestra este documento que hemos localizado en la sección Documentos del archivo de Rodríguez Marín del Archivo Municipal de Osuna, exactamente el referenciado con los números 516-61, y cuya ficha, copiada a la letra, es como sigue: “Oficio del Conde de Floridablanca al Marqués de Santa Cruz y á los Duques de Osuna y de Alba autorizando para formar una colección de estampas que representen los cuadros de la Galería de Palacio = San Lorenzo, 16 de noviembre de 1789 = Hay algún otro papel relacionado con dicho particular”.  
Sin duda, y razones políticas aparte, la elección para el puesto de Pedro de Alcántara Téllez-Girón fue acertada por su educación y su sensibilidad artística, un componente de su personalidad que tendrá gran protagonismo a lo largo de su vida.  En la página 7 de la Biografía del Excmo. Sr. D. Pedro Tellez Girón, Principe de Anglona (Madrid, 1851) redactada por el Marqués de Miraflores, obra a la que ya nos hemos referido en diversas ocasiones, en relación al servicio de armas que Anglona realizó en Italia desde 1801 a 1807, el autor escribe que fue allí donde se enamoró de las artes, “á las que desde entonces dedicó toda su afición con el caluroso entusiasmo propio de la juventud y de su alma fuego”. El mismo autor recoge su estancia en Pisa, Venecia, Roma y su asidua presencia en talleres de artistas de la talla de Antonio Cánova (1757-1822), el conocido escultor de Paulina Borghese o de Eros y Psique. Una vez en el cargo de director del nuevo Museo, Anglona, en una línea muy propia de un Grande de España y de un Osuna, dedicó de su bolsillo exactamente la misma cantidad que el rey Fernando al mantenimiento de la pinacoteca: 24.000 reales mensuales. (Enciclopedia Espasa, ed. de 1928; entrada TÉLLEZ GIRÓN Y PIMENTEL, PEDRO DE ALCÁNTARA). Por la parte real, dicho cantidad provenía del “bolsillo secreto” del monarca.
En cuanto a la documentación que pueda existir en los archivos sobre el periodo de  dirección de Anglona, los servicios de “Biblioteca, Archivo y Documentación” del Museo del Prado se encuentran, desde el año 2009, ubicados en el Casón del Buen Retiro, cuya fachada este mira a la entrada principal del Parque del Retiro, en la calle Alfonso XII. Los interesados en ampliar los conocimientos sobre la vida de Anglona deben saber que en dicho archivo se encuentran apenas seis unidades documentales referidas a él, y sólo una de ellas pertenece a su época de director. Según parece, el grueso de la documentación del Museo durante la época inicial se encuentra depositado en el Archivo General de Palacio, en el Palacio de Oriente mismo, depósito documental que espero poder visitar dentro de no mucho tiempo. En cuanto a los documentos que he localizado en el Casón del Buen Retiro —cuyo personal me atendió con gran amabilidad a pesar de encontrarse sobrecargado de trabajo—, cinco de ellos son cartas provenientes del legado que realizó la familia Madrazo, muy relacionada de siempre con el Prado. Dicho legado, según tengo entendido, consiste principalmente en cartas intercambiadas por Federico de Madrazo y Kuntz, director del Prado entre 1860 y 1868 y prolífico escritor epistolar, con distintos personajes de la época, entre los cuales se encuentran tanto el Príncipe de Anglona como María del Rosario Fernández de Santillán y Valdivia, su viuda. Para terminar la entrega de hoy, paso a copiarles el contenido de la carta remitida a Federico por esta última, documento que aparece sin fecha pero debe ser datado entre 1851, año del fallecimiento de Anglona, y 1857, año de la muerte de María del Rosario. Dicho documento se encuentra en el Archivo del Museo del Prado referenciado con la signatura AP: 11/Nº Exp. 37.

“Sr Dn Federico Madrazo:
Mui Sr mio: envio á Vm 6 litografias del excelente retrato qe tubo la complacencia de hacer de mi Marido, Q.E.P.D., y ahora espero me hará Vm el fabor de admitir esa pequeña memoria qe le he traído de Londres.
Su mui afecta Servidora
Q.B.S.M.
La Psa de Anglona”.

            El retrato al que se refiere la princesa de Anglona había sido realizado en 1850. Espero conseguir alguna vez una buena fotografía del mismo. Por ahora sólo puedo compartir con el lector la imagen de una de sus litografías, publicada por Joaquín Ezquerra del Bayo en su obra Retratos de la familia Téllez-Girón. Novenos duques de Osuna (Madrid,1934; Lám. LI). Quizá habría que buscar en la documentación conservada en el Museo del Romanticismo de Madrid, donde existen varios retratos de miembros de la familia Téllez-Girón: los archivos contienen auténticas joyas por descubrir.

(El príncipe de Anglona, Federico de 
Madrazo, 1850).


(Continuará).

martes, 22 de septiembre de 2015

Pedro Téllez-Girón, príncipe de Anglona (20 bis)



(Fotografía de Martínez de la Rosa 
en su vejez)


Recordará el lector que en la última de las entregas de esta serie le prometí traerle el texto de Le Brun dedicado a la madre de Anglona, duquesa de Osuna y condesa-duquesa de Benavente. Con su publicación quiero compensar las posibles anomalías o desequilibrios en la opinión que puedan existir en esta serie de artículos, pues creo que debe guiarnos la objetividad más completa. Como veremos a lo largo de sus líneas, en este texto María Josefa aparece como una persona sin escrúpulos, capaz de mantener alegremente relaciones extramaritales o de comprar cuantos políticos venales pasasen por su salón. Como se verá, es una visión de ella muy distinta a la que venimos exponiendo pero necesaria para ir completando distintos puntos de vista. Quizá, soló con una perpectiva equidistante de todas las que vamos descubriendo podremos hacernos una idea cabal de cómo fueron, realmente, las cosas y las personas, que fueron humanas, eso seguro, y por tanto imperfectas.
            En cuanto al autor, Carlos Le Brun, es muy poco lo que sabe de él, apenas sólo la información que él mismo facilita en la portada de su libro, que copio a continuación:


RETRATOS POLÍTICOS
DE LA
REVOLUCIÓN DE ESPAÑA,
Ó
DE LOS PRINCIPALES PERSONAGES QUE HAN JUGADO EN ELLA, MU-
CHOS DE LOS QUALES ESTAN SACADOS EN CARICATURAS POR EL
RIDICULO EN QUE ELLOS MISMOS
SE HABÍAN PUESTO, QUANDO EL RETRATISTA LOS IBA SACANDO ; CON UNAS OBSER-
VACIONES POLITICAS AL FIN SOBRE LA MISMA ; Y LA RESOLUCION DE LA QÜES-
TION DE PORQUE SE MALOGRO ESTA, Y NO LA DE LOS ESTADOS-UNIDOS.

PUBLICADOS EN CASTELLANO

POR

DN CARLOS LE BRUN

Ciudadano de los Estados-Unidos é Interprete del gobierno de la Republica
de Pensilvania;
Autor “del Beneficio de un Filósofo,” —“de una Gramática Inglesa
y Española,” y
Traductor “de los Ensayos de Pope sobre el Hombre,”—“del Anti-Anglo-
mano,”—“de la Libertad de los Mares,”—y otros Libros de Literatúra [sic].

-- O --  

IMPRESO EN FILADELFIA,
DONDE SE ENCONTRARÁ DE VENTA EN CASA DEL EDITOR.
-- O –
Año de1826”



            Según se deduce de la lectura de los “Retratos”, el libro contiene cerca de doscientos, y de la poca bibliografía que he localizado sobre él, principalmente la obra de Francisco Cuevas Cervera, Le Brun tuvo que vivir de cerca la mayoría de los acontecimientos que narra, pues sus observaciones parecen de primera mano. Ojalá el futuro depare hallazgos en archivos españoles o estadounidenses que ayuden a completar su biografía, pues debe ser de mucho interés.
            Le dejo ya con el texto, no sin avisarle de las peculiaridades de la ortografía de la época, que he respetado escrupulosamente.

“DUQUESA DE OSUNA
            ¿Cómo había de faltar una muger en nuestras caricaturas[1] políticas? No puede faltar en ninguna parte. La Duquesita de noventa años[2] es tan servil, como grande, y es grande de primera clase. Item mas, compañera, complice, y camarada de Maria Luisa, de feliz recordacion para la España. Entra en nuestra biografia, por que la ha metido Martinez de la Rosa, ministro de Estado constitucional ; y por que ha tomado cartas por la causa del liberalismo, que es la suya. Es el infantado de su sexô[3] en la grandeza, y los únicos calzones del servilismo mugeril y ducal. Ha tenido en las dos epocas una decision contra la libertad que la ha distinguido de todas las grandes. Bien que[4], con libertad ó sin libertad, ella ha tenido siempre fluxo[5] de intervenir en el gobierno. Criada sensual y políticamente en la escuela de la Reyna Maria Luisa, ha tenido siempre buenos mozos que proteger y amantes que acomodar[6]. O es su edad matusalenica, ó su cantera maligna, lo cierto es, que tiene música para la intriga ; y en la primera epoca[7] tocó teclas de diputados y de ministros, quando las discusiones de la constitución, y las de Señoríos, que parecía imposible dexaran de sonar, como ella las tocó, y no sonaron sin embargo ; y es, que había entonces un poquitillo de mas entusiasmo, é iban unidas la causa de la libertad constitucional, y la de la independencia política de la nacion, que sostenía el amor propio de los Españoles, y la rutina misma, que obra hoy por el absolutismo. No había entonces Martinez de la Rosa ni otro ningún diputado, que fuese todavia á la escuela, como él, y pudiese esperar que lo hiciesen emperador, o ganar la banda[8]. Toreno, unico liberal rigurosamente aristocratico, y que tenía tambien tocador y peluquero, y servía la causa del liberalismo, para aumentar su aristocracia, por que era entonces la libertad la única nobleza de la España libre, no había descubierto la táctica de los empréstitos, y creía que una vinculación de cien reales, como la suya en Asturias, era el non plus ultra de la opulencia. Por otra parte no se había hecho el liberalismo materia del adorno de los representantes ; ni se conocía entonces otro que el de los principios, que, aunque peligroso, no argüía mala fé. Tal qual liberal de negocio se encontraba, que esperaba vivir del liberalismo; pero nunca, como en la segunda época, congresos enteros, y dos ó tres juegos de ministerios, que lo cambiasen por numerario, y tuviesen la impudencia de mezclarlo con la aristocracia mas rancia públicamente en las sesiones, —y así fue, que la Duquesa de Osuna no hizo, por más que hizo, prosélitos como en la segunda,— y sólo tal qual subalterno de cortes, ó amigo de calle de algún ministro pudo quedar por ella en el encargo de ofrecer dinero y proteccion al que la sirviese, vendiendo la causa de la libertad, y manteniendo en el hecho el despotismo hasta la venida de Fernando, que le volviese sus derechos de destrozar á su gusto, sin permitirle siquiera el triste recurso de llorar á los que sufriesen.
            Formó en Cádiz[9] su Excelencia un banco en su casa de servilismo, á donde viniesen á cambiar los liberales sus principios y opinión de libertad. Su tertulia no tenía otro objeto ; y los corredores de este negociado infame buscaban por todas partes parroquianos de todas profesiones para cuando llegase el momento del auto de fé de la libertad. Hubiera sido necesario ver la impudencia con que se manejaba esta reunión, para poderlo soñar siquiera. Está esta propensión al absolutismo en la naturaleza de la Grandeza, y es un error querer con decretos solamente darle el giro a la libertad. Los plebeyos mismos, que la notan en los grandes, se tocan de este impulso, porque al cabo son todos llevados por el mismo movimiento en la sociedad ; y se vió a Martínez de la Rosa, el diputado, y el ministro después, y tan lleno de la opinión, entonces muy lizongera [sic], de liberal, tener á mucha honra baxarse en publico á coger las migajas de aristocracia que le iba dexando caer, al descuido, la Duquesa, y comer después aquel dia y dormir aquella noche con la satisfaccion mayor del mundo, porque había yá por el camino de la libertad arribado á la altura á que nunca esperó llegar de hombrearse con Grandes y con Duquesas, y hasta con la que era y pasaba por la nata momica[10] de la Grandeza, que era el finibus terre [sic] de sus deseos. ¿Cómo se reiría á sus solas la tal Duquesa con esta miserable pobreza de espíritu de Martinitos? y ¡qué de cosas no dirían allá entre sí estos seres superiores de la especie, que ven á los demás á una distancia telescopica, y los desdeñan, como a las hormigas, y escarabajos! Si, señores, ésta Osuna ha tenido siempre en su casa la bandera del mal partido: allí fueron un tiempo á alistarse los cortejos de María Luisa ; allí después los godoistas, y los afrancesados ; se pagaba allí luego el enganche del servilismo ; acuden á ella las reclutas de las liberales ; y hay para eso en su tertulia oradores pagados del absolutismo al descubierto ; y los hay, como Martinez de la Rosa, del absolutismo disimulado, que ponderando las dificultades y riesgos de la libertad, desaniman poco a poco, y vienen á caer en la necesidad de separarse de ella. En la caricatura siguiente, que será la de Martinez de la Rosa, se esclarecerá mas la de la de Osuna, que en política, hacen una misma, solo que la de ésta está sin pomadas, ni aguas de olor, sino monda y lironda, como es por sus principios y conducta política. Yá se dá una idea por lo dicho, de que la Duquesa no debe ser tan tonta como él."

Retratos políticos de la Revolución de España, de Carlos Le Brun.
(Filadelfia, 1826). Págs. 136 a 138.



(Ejemplar manuscrito de la
Constitución de 1812)


(Continuará).




[1] El significado de “caricatura” es el usual, según se deduce de la lectura del título completo de la obra.

[2] El año de publicación del libro, 1826, la Duquesa tenía setenta y seis años. Fallecerá ocho años después. En consonancia con el espíritu satírico de la obra, Le Brun le añade unos añitos, para ofenderla más si cabe. Unas líneas más abajo se refiere a su edad como “matusalenica”. Está claro que con la publicación de este libro el autor no deseaba hacer amigos

[3] Como decíamos al principio, la ortografía del texto es la propia de la época, llena de galicismos y resabios de las décadas anteriores, sobre todo de la segunda mitad del siglo XVIII.

[4] He aquí otro ejemplo de lo comentado en la nota anterior. En este caso se trata del uso de una conjunción concesiva calcada del francés. Equivale a la conjunción española “aunque”.

[5] Aquí parece tratarse del uso en sentido figurado de una expresión muy común en el lenguaje médico y que, en ese caso, teniendo en cuenta la patente misoginia del autor, parece venir a subestimar a María Josefa por ser mujer.

[6] Como los lectores saben, en aquella época, y proveniente de Francia, que dictaba las modas, existía en las clases acomodadas urbanas, sobre todo en las cortes europeas, la figura del chevalier servant, un hombre, generalmente joven, apuesto y bien educado, que acompañaba a una señora casada en fiestas y saraos a los que el marido no podía asistir. Ellas solían elegirlos porque veían en ellos un futuro prometedor en la sociedad y, dejando que las acompañaran, ayudaban a su promoción. Su existencia estaba muy reñida con la consideración tradicional en España del comportamiento de la mujer en el matrimonio, donde el esposo era el único que podía tomarse libertades parecidas. En el caso del matrimonio de los duques, es muy posible que estos acompañantes fueran vistos con toda naturalidad. En cualquier caso, el comentario de Le Brun tiene una clara intención difamatoria.
   
[7] A lo largo del texto se habla varias veces de dos épocas, dos periodos del reinado de Fernando VII en los que predominaron posiciones liberales y se vivió con mayor libertad. Como ya supone el lector, el primero se refiere al de las Cortes de Cádiz y el segundo al Trienio Liberal. Ambos acabaron con una fuerte reacción conservadora, aunque el primero, según la mayoría de las referencias, fue más ilusionante y de mayor “pureza revolucionaria”. Le Brun deja ver en estas páginas la amargura del que ve la ocasión perdida.

[8] No sabemos con exactitud a qué banda puede referirse, aunque la alusión a una distinción real parece evidente.  

[9] Tras la Batalla de Ocaña (noviembre de 1809), María Josefa y parte de su familia se refugió en Cádiz, donde permaneció hasta el otoño de 1813.

[10] El adjetivo ‘mómico’ parece un neologismo creado por Le Brun. Su definición sería algo así como “Relativo o perteneciente a las momias”. 

sábado, 12 de septiembre de 2015

Pedro Téllez-Girón, príncipe de Anglona (20)



La duquesa de Osuna, detalle. Goya, 1785



Mucho más difícil va a resultar determinar con exactitud y verdadera certeza la fecha de posesión del primer Ayuntamiento de Osuna del Trienio Liberal. La última de las  Actas Capitulares conservadas pertenecientes al Sexenio Absolutista está fechada el 24 de diciembre de 1819, ocho días antes del Pronunciamiento de Riego en Las Cabezas y de López Baños en Osuna, como ya vimos (Memorias de don Antonio Alcalá Galiano, capítulo 32 de la 1º parte ). Dado que uno de los primeros actos de Riego en Las Cabezas fue proclamar la Constitución, es muy posible que López Baños hiciera lo mismo en Osuna, donde, antes de marchar hacia Cádiz, habría dejado una guarnición que asegurase la continuidad de la corporación recién nombrada. De todas formas, no hemos podido constatarlo al haber desaparecido los documentos oficiales (véase el artículo n. 12). Así se explicaría ese vacío en las Actas Capitulares ursaonenses entre el 24 de diciembre de 1819 y el 12 de junio de 1823 (Archivo Municipal de Osuna, Actas Capitulares, signs. 107 y 108; fols. 214 rto. y vto, y 1 vto. respectivamente), y tendríamos una clara señal del inicio del Trienio Liberal en Osuna de forma simultánea a Las Cabezas de San Juan. Si se confirmara esta hipótesis mediante futuros, pero improbables, hallazgos documentales, podría afirmarse que Osuna fue una de las primeras localidades de todo el país donde se volvió a proclamar la Constitución de 1812, una de las primeras de toda la Historia, la tercera, para ser más exactos: Estados Unidos (1787), Francia (1791), España (1812), Noruega y Holanda (1814), etc. (Los problemas constitucionales de España, Práxedes Zancada, Madrid, 1930; págs. 7 y 8). En ese caso, muy probable, podría afirmarse que cuando Fernando VII cedió al restablecimiento de la Constitución y firmó el célebre Manifiesto del Rey a la nación española (10 de marzo de 1820) —donde se incluye aquello de “Marchemos francamente, y Yo el primero, por la senda constitucional”—, la localidad ursaonense llevaba ya tres meses caminando por dicha senda.
Pero volvamos a Anglona, muy activo, como ya dijimos, en estos tres años. Vamos a hacerlo tomando prestadas las palabras que Carlos Le Brun le dedica en las páginas 209 y 210 de su obra Retratos políticos de la Revolución de España (Filadelfia, 1826). Le Brun parece muy poco objetivo, demasiado apasionado y muy dado al uso del sarcasmo. En las dos páginas que le dedica carga continuamente contra la condesa-duquesa de Benavente, viuda del noveno duque de Osuna y madre de Anglona, a quien llama “alma y vida del servilismo”, debiendo entenderse por “serviles” a los partidarios de un Fernando VII que reinara de manera absoluta. Comete errores al suponer a Anglona falto del cariño de su madre y, en sus observaciones sobre la mujer en general, deja ver un machismo que hace a uno dudar de lo avanzado de la mentalidad de los liberales de la época. A pesar de estos defectos, su libro es de lectura imprescindible para el conocimiento de los protagonistas de la política de la época. Les dejo con el texto en cuestión, que me fue enviado por el insigne investigador ursaonense Francisco Luis Díaz Torrejón en abril de 2001. Hoy día está al alcance de todos gracias a la inmensa, casi infinita, biblioteca que es esta red de redes. Borges, por cierto, disfrutaría con ella.

“El príncipe de Anglona, hijo de la famosa duquesa, cuya caricatura queda yá hecha y era el alma y vida del servilismo. Fué liberal, y es quanto podíamos decir á favor de sus principios. Debía tener que vencer mucho para serlo el hijo de tal madre. Ni aun estaba en el circulo de lo posible que el servilismo mas graduado engendrase la libertad. Hay tambien en la política, como hemos visto, fenómenos, como en la física. Un Grande liberal en uno: una Grande, es otro aún mayor, porque las mugeres grandes debían ser allá en su engreimiento y vanidad, mas grandes que los hombres; la mayor finura de sus fibras, las debe hacer más fuertes las impresiones, que la de los hombres, que están formados, parece, mas á marcha martillo; —un obispo lo sería más todavía; por eso es una rara avis—; y un Rey liberal, escandalizaría al universo, y tocarían á rebato todos los planetas, si se diese; porque esto sería identificar el sí y el nó, la libertad y la esclavitud. Anglona no está tan lexos de esta posibilidad, como un monarca; pero allá se vá si se junta lo Grande, lo Osuna, y lo General, que todo junto y pasado por la tertulia y miras de su madre, debía ser bastante para servilizar al mundo, demonio y carne, si fuese posible. Por eso, en las cortes, quando lo incluyeron en las ternas, para el consejo de Estado, no dudaron ni un instante de su merito, como liberal, y su madre con un servilismo marroquí, era para eso su principal recomendación; pues presentaba desde luego las dificultades, que su hijo, en razon de tal, habría tenido que vencer para el liberalismo. Fué siempre fiel á la profesión de liberal, que había hecho; ni los peligros que empezó á correr la libertad, le intimidaron, ni le hicieron volver atrás. Anglona se labró siempre el odio de Fernando por la conseqüencia que guardó siempre á sus principios, y á su adhesión á la Constitución. Acaso su madre lo trata, como hijo espureo y degenerado por esta razón, entendiendo que su razón en esta parte debe seguir el curso de su naturaleza, y estarle sugeta su alma, como su cuerpo. ¡Pobre razon de Anglona si se debiese suponer engendrada por la de su madre! ¡Y pobre la de todos los españoles, si fuese cierto que se transmitiesen así las almas, como los cuerpos!”.

Eso es todo por hoy. En el siguiente número, que va a denominarse 20bis, prometo incluir las palabras que Le Brun dedica a la duquesa de Osuna, que, desde luego, no tienen desperdicio. 
(Continuará).


viernes, 4 de septiembre de 2015

Pedro Téllez-Girón, príncipe de Anglona (19)




(Foto por cortesía de Francisco Muñoz).



No conocemos el criterio que se siguió para determinar ese número de habitantes. Tampoco si se tuvieron en cuenta importantes factores como, por ejemplo, la población dedicada a labores agrícolas que vivía casi todo el año dispersa por el término. En cualquier caso, considerando el número de habitantes y la extensión que ocupaba el casco urbano, no parece muy desacertado pensar que alrededor de 1820 la densidad de población era casi el doble de la actual. A esta importante característica de la Osuna de la época, habría que añadir otra no menos importante y que tiene que ver con la higiene, concepto que debe considerarse muy moderno en todo el país pues, con alguna rara excepción como Cádiz, población que a comienzos del siglo XIX tenía hasta un servicio de recogida de basuras (El Cádiz de las Cortes, de Ramón Solís; pág. 39 y ss.), las calles de pueblos y ciudades eran auténticos muladares. De esta rápida panorámica podemos obtener una conclusión: con mucho menos espacio vital disponible y unos pésimos hábitos higiénicos, la población de la época resultaría mucho más vulnerable a ciertos males como la conflictividad social y la rápida propagación de enfermedades contagiosas. Para estas y otras cuestiones resulta muy recomendable la lectura de textos como “Osuna durante la epidemia de fiebre amarilla de 1800”, de Francisco Luis Díaz Torrejón, y Osuna durante la Restauración (1875-1931), de José Manuel Ramírez Olid. En general, la segunda de las obras citadas también resulta válida para el periodo del Trienio Liberal, dado lo poco que cambió la vida durante siglos.
Una vez conocido, aunque de forma muy somera, el escenario de los acontecimientos, vamos a intentar arrojar algo de luz sobre la historia de la Osuna del Trienio. La documentación disponible para el conocimiento de la historia local en el periodo comprendido entre 1820 y 1823 es, por desgracia, escasísima: unas Actas Capitulares inexistentes y Resumen de un siglo, el libro de García Blanco. Ya nos hemos referido a la inexistencia de los libros de Actas Capitulares de estos tres años, laguna documental que parece deberse a una destrucción sistemática de ellas en todo el país y por mandato superior. De todas formas, en su día acudimos al Archivo Municipal de Osuna con el fin de determinar, por medio de las fechas de las Actas Capitulares que anteceden y siguen a las desaparecidas, los límites cronológicos de los Ayuntamientos constitucionales ursaonenses. Empezamos con el límite superior, que puede establecerse con toda seguridad en el día 12 de junio de 1823. De este día localizamos dos actas: una firmada por el secretario Francisco Aguirre (AMO, Actas. Capitulares 1823, sig. 108, 12-6-1823, fol. 1 vto.) y otra dando fe de la reunión de una “Junta de Seguridad pública” firmada por otro secretario (ib., fol. 2 vto), el mismo que firma las posteriores, una de las cuales recoge los disturbios provocados por un gentío que gritaba “viva el Rey Absoluto y muera la Constitución” y había “venido últimamente [por último] á estas Casas Capitulares clamando y pidiendo a voces se derribe la lápida de la Constitución” (ib., 15-6-1823, fol. 2 rto.)
 Resumen de un siglo, aunque aporta poco sobre el Trienio porque el autor estuvo ausente del pueblo entre junio de 1821 y el día de San Antonio de 1823, confirma el contenido de las actas. Menciona la vuelta de los afrancesados en 1821, gracia concedida por decreto de 23 de abril de 1820 (La España de Fernando VII, de Miguel Artola; 1999, pág. 532). Según el testimonio de García Blanco, entre ellos figuraba uno que había ocupado el cargo de Subprefecto de Jerez durante toda la ocupación francesa. Se llamaba Francisco Aguirre y “vino de Francia muy instruido, porque se retiró allá á un pueblecito y no hizo más que leer; inmediatamente que llegó á Osuna, el Ayuntamiento lo nombro Secretario, aprovechándose de sus conocimientos” (Resumen de un siglo; pág. 59). Como vemos, el nombre coincide con el del Secretario del Ayuntamiento que firma el acta citada más arriba, una prueba más del valor documental de esta obra de García Blanco, despreciada por autores como Menéndez y Pelayo (Antonio María García Blanco y el hebraísmo español durante el siglo XIX, de Pascual Recuero; pág. 488), quien, en una carta fechada en Santander en 1903, se refiere a ella como “triste documento de la decrepitud intelectual de don Antonio”, consideración a todas luces injusta y necesitada de una revisión desapasionada.
El lector, siempre tan generoso, sabrá perdonar el aparente olvido en el que hemos tenido a Anglona durante la redacción de este artículo, pero los recuerdos y los acontecimientos son como las cerezas, que es casi imposible sacarlas del canasto una a una.
(Continuará).