sábado, 30 de mayo de 2015

Pedro Téllez-Girón, príncipe de Anglona (10)



La duquesa de Abrantes, por Goya. H. 1816.



Vamos a empezar con los títulos nobiliarios del padre de Anglona, que quedaron pendientes en el artículo anterior. Antes de casarse poseía los de XIII conde de Ureña, IX duque de Osuna y X marqués de Peñafiel, los mismos que habían llevado los titulares de la casa desde la obtención del marquesado de Peñafiel (1568). En cuanto a los hermanos y hermanas, la mayor, Josefa Manuela, fue marquesa de Camarasa; la segunda, Joaquina, marquesa de Santa Cruz; el tercero, Francisco de Borja, XIV conde de Ureña, X duque de Osuna, XI marqués de Peñafiel y un larguísimo etcétera en el que se incluyen todos los títulos que poseía la madre, señora que podía presumir de tener entre sus antepasados a un papa (Alejandro VI), a un rey (Fernando V de Aragón) y a un duque elevado a los altares (san Francisco de Borja, IV duque de Gandía). Ahora, en cuarto lugar, viene nuestro protagonista, Pedro de Alcántara, príncipe de Anglona y marqués de Jabalquinto. Por último, la más pequeña, Manuela Isidra, duquesa de Abrantes, nacida ocho años después de Anglona y que, por tanto, no aparece retratada en el famoso retrato colectivo de Goya titulado La familia del duque de Osuna, donde Anglona tenía aún dos años. Creo que conocer estos títulos facilita el acercamiento a la historia de la Casa de Osuna porque con ellos se conocía a sus miembros y así aparecen nombrados en los libros de historia y en las publicaciones de la época. Tomemos por ejemplo a Joaquina, a quien Anglona, según se lee en su testamento, siempre había tenido un “tierno cariño”. Así, Joaquina es la que aparece retratada en el cuadro de Goya titulado La marquesa de Santa Cruz, imagen que ilustró el artículo de la serie publicado en este blog con el número tres. También es ella la marquesa de Santa Cruz que aparece mencionada al menos dos veces, son las que yo he localizado, en las Actas del Consejo de Ministros durante el reinado de Isabel II: una en la sesión del 27 de diciembre de 1843 con motivo de ser elegida como asesora para mejorar la etiqueta de palacio —elección que nos puede ayudar a imaginar la educación que los hijos del duque de Osuna habían recibido—, y la otra en la sesión del 15 de abril de 1844, en esta ocasión para pedirle consejo sobre cierto asunto relacionado con la salud de la reina, de la cual era Camarera Mayor. Hija suya será la marquesita de Santa Cruz de la que se enamore Pedro de Alcántara, XI duque de Osuna, hijo del hermano de Anglona y hermano mayor de Mariano, aquella muchacha por la que murió el XI Duque, episodio que tan poéticamente describe Antonio Marichalar. Últimamente, por cierto —y volviendo al inagotable tema de Mariano—, he tenido acceso a los despachos que envió desde San Petersburgo, conservados en el Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores, y debo reconocer que, desde luego, no entendía de números pero sí de letras.
Retrocedamos ahora unas cuantas generaciones.
Entre los antepasados de Anglona se encuentran algunos muy conocidos —como el IV conde de Ureña o el III duque de Osuna, el más biografiado de todos—, y otros que no lo son tanto, como Francisco de Paula Téllez Girón y Benavides (1678-1716), VI duque de Osuna. Según Gutiérrez Núñez en su artículo “El 9º duque de Osuna. Político miltar y mecenas (1755-1807)”, en 1700, tras el fallecimiento de Carlos II y en calidad de Camarero Mayor del Rey, cargo hereditario ejercido por los Téllez-Girón, el VI duque de Osuna acudió a la frontera hispano-francesa a recibir al nuevo monarca, que reinaría con el nombre de Felipe V. Atienza, en su conocido libro sobre la Casa de Osuna, lo hace llegar bastante más lejos, hasta Amboise, castillo situado a diez kilómetros al este de Tours, en la rivera del Loira, y célebre por haber sido la principal residencia de la corte francesa hasta Enrique IV. Más adelante les hablaré de una obra —el diario de un miembro de la corte de Luis XIV— donde se lee claramente que el duque, quizá obligado por cuestiones protocolarias, llegó hasta el mismo Versalles para presentarse ante el Rey Sol. Años después, en 1712, fue nombrado embajador en Francia y desde allí tuvo que hacer valer sus influencias para pacificar las calles de Osuna, donde, desde el 19 de septiembre de 1711 —fecha en la que había sido acuchillado el administrador de las rentas ducales en la “plaza pública”—, todo el pueblo, sin distinción de estamentos, se había alzado en una revuelta antiseñorial para protestar por los impuestos excesivos, el hambre, la carestía y todas las consecuencias negativas que acarreó la Guerra de Sucesión, circunstancias sobrevenidas que se unieron a las inherentes al sistema señorial, ya de por sí tan injusto. Los datos de este episodio de violencia antiseñorial los he extraído del excelente artículo de Manuel Moreno Alonso “Alborotos de Osuna durante la Guerra de Sucesión”, obra de investigación de conocimiento imprescindible para los lectores interesados en la historia ursaonense.
No quiero acabar este artículo sin hacer mención del fallecimiento del decimosexto titular del ducado de Osuna, que tuvo lugar en Sevilla ayer mismo, el 29 de mayo de 2015. Se trataba de Ángela María Téllez-Girón y Duque de Estrada, bisnieta del príncipe de Anglona. Descanse en paz.
(Continuará).

martes, 26 de mayo de 2015

Pedro Téllez-Girón, príncipe de Anglona (9)



Edificios del West Side vistos desde Central Park



Anglona no fue duque de Osuna como su padre —el título y propiedades anejas recaían siempre en el primogénito—, aunque sí fue, sucesivamente, hijo, hermano, tío y, debido a la falta de descendencia de sus dos sobrinos Pedro y Mariano, acabó siendo padre de un duque de Osuna, un duque de Osuna totalmente arruinado debido a la actuación de su primo Mariano, personaje histórico que mejor hubiera sido de ficción si pudiera existir el novelista capaz de crearlo; tan increíble fue su vida. Volvamos a Anglona, una persona mucho más centrada y responsable. Vivió durante reinados tan determinantes para la Historia de España como fueron los de Carlos IV, José I, Fernando VII e Isabel II. Durante dichos reinados, sobre todo el isabelino, ocupó cargos tan importantes como: Director del Museo del Prado —llamado entonces “Real Museo de Pintura y Escultura”—, Capitán General de Andalucía, Gobernador de Cuba y Vicepresidente del Senado, asamblea creada en 1834 y llamada en un principio “Estamento de Próceres”. A pesar de todos estos y otros muchos e indudables méritos —pues, a pesar de haber vivido en una época en la que los nobles copaban los altos cargos directivos de todas las instituciones, en su caso los ocupó sobre todo por su propia valía—, apenas se ha escrito sobre él, por lo que su vida permanece desconocida para los ursaonenses y para el resto de los españoles, entre los cuales, y a pesar de estar la inmensa mayoría abducida por los medios de comunicación y la contemplación de pantallas varias, se encuentran muchos amantes de la lectura y del conocimiento de la Historia de España. Según parece, sobre la vida de Anglona sólo existen dos textos: una biografía muy parcial escrita justo después de su muerte por un íntimo amigo suyo, el marqués de Miraflores, y un artículo muy bien documentado de Francisco Javier Gutiérrez Núñez, historiador sevillano actual; las referencias bibliográficas de ambas publicaciones las encontrará el lector en la “Bibliografía” final de esta serie de artículos. En las ciento sesenta páginas de Riesgo y ventura del Duque de Osuna, Marichalar sólo dice de él que en las comidas que daba el duque se sentaba a la derecha de éste y “que se distinguía en todas partes por su mal genio” (pág. 24; Madrid, 1959, 5ª ed.), palabras que Marichalar cita de Mis memorias íntimas (Madrid, 1886-1889), obra de Fernando Fernández de Córdova, marqués de Mendigorría, preciosa fuente de datos para el conocimiento de la España del siglo XIX. Busco a diario en las páginas de importantes archivos disponibles en Internet, cuyo número crece continuamente, y creo poder afirmar que no existe nada más sobre él [me refiero al momento de redacción de este artículo, en 2005], razón por la que muchos periodos de su vida, como el “Sexenio absolutista” (1814-1820), van a permanecer en la noche de la historia hasta que un servidor o cualquier otro apasionado de la historia los investigue y desvele. Para el Sexenio, además, y como ya indiqué en el artículo anterior, existe el obstáculo añadido que supone la falta de transparencia en el gobierno y, por lo tanto, de documentación disponible en los archivos.
Aunque la lectura de relaciones de títulos nobiliarios pueda resultar tediosa para los no iniciados —para mí lo era hasta que descubrí en la Colegiata de Osuna la que figura en los laterales del sepulcro de Mariano—, las informaciones que dichas relaciones aportan son fundamentales para entender el lugar que ocupaba en la sociedad del Antiguo Régimen un personaje histórico concreto. En el caso de los progenitores de Anglona, y según Joaquín Ezquerra del Bayo en su obra Retratos de la familia Téllez-Girón, novenos duques de Osuna (Madrid, 1934), su madre poseía, entre otros, los títulos siguientes: XV condesa y XII duquesa de Benavente, VIII marquesa de Jabalquinto, XIII duquesa de Béjar, princesa de Anglona y de Squilache, XIV duquesa de Gandía y XII duquesa de Arcos, título este último que incluía posesiones tanto rústicas como urbanas en Marchena que serían vendidas unas y vendidas y desmanteladas otras —valga como ejemplo un artesonado que se encuentra en Sevilla, coronando la escalera noble del palacio de la marquesa de Lebrija— a la muerte del ya citado Mariano Téllez-Girón, XII duque de Osuna, quizá el peor titular, desde el punto de vista de la gestión económica, que haya conocido la nobleza europea. Prueba de ello es que los ecos de la ruina de la Casa de Osuna llegaron a centros financieros tan lejanos e importantes como Nueva York, donde el New York Times publicó diversas crónicas sobre el particular en fechas tan tempranas como 1896 (7 de junio, Art treasures sold at Madrid) y, sobre todo, 1884 (11 de mayo, The duke of Ossuna’s Library). Las dos recogen hechos puntuales de la desmembración y subsiguiente dispersión del patrimonio cultural de la Casa de Osuna, parte importante del cual viajó al otro lado del Atlántico, como, por ejemplo, el retrato del padre de Anglona, pintado por Goya, que se encuentra en la Frick Collection de Nueva York. Sin embargo, y por suerte para los españoles amantes de la cultura, la biblioteca y el archivo de la Casa de Osuna, quizás los más importante del país, fueron comprados por el Estado Español y pasaron a formar parte, respectivamente, de los fondos de la Biblioteca Nacional (Madrid) y de la sección “Nobleza” del Archivo Histórico Nacional, actualmente custodiada en Toledo.
(Continuará). 

martes, 19 de mayo de 2015

Pedro Téllez-Girón, príncipe de Anglona (8)



Templete de la Alameda de Osuna



En este artículo vamos a intentar acercarnos un poco al periodo histórico conocido como Sexenio Absolutista (1814­-1820), una parte del reinado de Fernando VII de la que existe muy poca documentación dado el tipo de gobierno que el rey puso en práctica, a la manera de un dictador moderno. No se conserva el diario de sesiones de las Cortes porque fueron disueltas por decreto de 4 de mayo de 1814; tampoco disponemos de ejemplares de periódicos ya que la prensa libre, tan floreciente en el Cádiz constitucional, fue suprimida, también por decreto, durante el verano de 1815; por último, y según se lee en la página 557 del volumen XXXII de la Historia de España de Menéndez Pidal, los Consejos no llegaron siquiera al papel meramente consultivo, por lo que su documentación es de escaso volumen e interés en comparación con otras épocas, algo que también ocurre con los Ministerios. Según todos los autores consultados, durante el Sexenio existió de manera oficiosa un Consejo, llamado la “camarilla” e integrado por oscuros personajes, que sí influía en la voluntad del rey pero, como parece lógico, no ha quedado constancia documental de sus reuniones. A la luz de las investigaciones, el rey Fernando VII, llamado “el deseado” por lo mucho que la mayoría de la población deseaba su llegada, aparece no sólo como un mal gobernante —culpable en gran parte de la formación de dos Españas antagónicas—, sino también como una persona con mal fondo, rencorosa y vengativa. La persecución a la que sometió a Manuel Godoy (1767-1851), quizá el hombre más envidiado y calumniado del país durante aquellos años, es una clara muestra de ello. En 1815, cuando los reyes padres y Godoy llevaban ocho años exiliados, Fernando, celoso del cariño que María Luisa de Parma y Carlos IV sentían por el pacense —quizá veían en él el hijo fuerte, dinámico, generoso e inteligente que no habían tenido—, encontró al fin la manera de alejarlo de ellos. Y lo hizo comprando la voluntad de su padre con la firma el 15 de febrero de lo que Emilio La Parra en Manuel Godoy. La aventura del poder (pág. 437) llama el “tratado de alimentos”: Carlos IV, ya anciano, ratificaba su renuncia al trono y se comprometía a no volver a España a cambio de una pensión anual de doce millones de reales y del pago de una deuda de seis millones que arrastraba la casa del rey padre, que en el exilio francés había contado con más de doscientos sirvientes. A partir de entonces, y sabiendo lo mal que quería su hijo a Godoy, procuró no volver a relacionarse con el extremeño para no enfadar al hijo y hacer peligrar unos ingresos que le aseguraban el tren de vida al que estaba acostumbrado. La obsesiva persecución que sufrió Godoy por parte de Fernando VII llevó a Metternich, uno de los políticos más influyentes de Europa, a declarar que no entendía cómo el rey de España ponía tanto interés en un asunto secundario y descuidaba otros tan importantes como la emancipación de las colonias americanas, un proceso de graves consecuencias políticas y económicas que se había desencadenado y ya sería imparable.
            Toda esta parrafada en apariencia ajena a Anglona tiene su sentido. El 15 de septiembre de 1814 el Consejo Real había despachado una cédula en la que, literalmente, se ordenaba que los
“Señores jurisdiccionales sean integrados inmediatamente en la percepción de todas las rentas, frutos, emolumentos, prestaciones y derechos de su señorío territorial y solariego, y en la de todas las demás que hubiesen dispuesto antes del 6 de agosto de 1811”
fecha en la que se había decretado la abolición de esos derechos. Ese decreto había sido precedido por otro, firmado por Napoleón en Burgos el 12 de noviembre de 1808, por el que se declaraban enemigos de Francia y España a diez personas de gran relieve social que habían violado el juramento de fidelidad a su hermano José, entre los que estaba el duque de Osuna. El decreto contemplaba la confiscación de sus bienes y la pena de muerte. A la vista de estas disposiciones podemos imaginar el alivio que supuso para los Téllez-Girón la finalización de la guerra. Acabada esta, la condesa duquesa de Benavente y el hermano mayor de Anglona, duque de Osuna desde 1807, demostraban su preocupación por la buena marcha de las finanzas ducales y por la buena nutrición del monarca invitándolo a comer a la Alameda de Osuna, donde —según consta en el legajo 16 nº 52 de la sección Documentos del archivo de Rodríguez Marín del Archivo Municipal de Osuna (en adelante A.M.O.), exactamente en los documentos referenciados con los números 375-8, 511-7 y 511-9—, compartieron mantel los días 6 y 12 del mes de julio inmediatamente anterior al despacho de la cédula citada, como también lo harían en 1816 y 1817. Por tradición heredada de su padre, el X duque de Osuna pertenecía a la facción contraria a Manuel Godoy, de la cual su padre había sido cabeza visible tras la firma en 1794 de un tratado de alianza con la joven República Francesa, “partido” llamado indistintamente “inglés” o “italiano” por haber sido fomentado desde Londres y Roma, circunstancia, esa toma de postura, que contribuía al buen entendimiento entre el titular de la Casa de Osuna y el Rey.
La restitución oficial de las propiedades de la familia tuvo que contribuir a la recuperación de una posición económica puesta en entredicho durante los años de ocupación francesa, en el transcurso de los cuales algunas fincas, como la Alameda de Osuna —tan querida por la madre de Anglona—, sufrieron desperfectos y robos, sobre todo en sus bienes muebles. De hecho, años después, los empleados cualificados de María Josefa aún batallaban por recuperar objetos artísticos que se había llevado el ejército francés, como podemos leer en el legajo ya citado de Documentos del archivo de Rodríguez Marín del A.M.O., exactamente en las unidades documentales referenciadas como 540-13 y 540-14, cuyos resúmenes respectivos rezan como sigue:
“12 cartas de Ángel Mª Tadey, a la condesa duquesa de Benavente, sobre los destrozos cometidos en la Alameda por los franceses, objetos que desparecieron y que se iban recuperando” 
y
“Varias cartas de Dionisio Trisios, abogado, sobre reclamaciones hechas para conseguir la devolución de los objetos robados”. 
(Continuará).

martes, 5 de mayo de 2015

Pedro Téllez-Girón, príncipe de Anglona (7)



Mapa francés de 1760
(Procedencia: corazonleon.blogspot.com.es)


A estas alturas de su vida, en 1814, Anglona tiene veintiocho años y acaba de obtener el grado de Teniente General, ascenso que se ha ganado a pulso en los seis años que ha durado la guerra contra las tropas napoleónicas. A diferencia de su hermano Francisco de Borja, duque de Osuna desde 1807, durante estos años Anglona pasó penalidades y vio peligrar su vida en multitud de ocasiones pero, al menos, todo lo pasado fue reconocido de manera oficial: las tropas de las que formaba parte, y que acabó mandando en sustitución de duque del Parque, se hicieron merecedoras de una condecoración especial, la llamada “Cruz de Distinción del Tercer Ejército”, creada por Fernando VII el 31 de marzo de 1815. Esta condecoración, que, por su forma y motivación, se asimila a las muchas que se crearon para premiar a los militares que lucharon contra las tropas napoleónicas, posee la particularidad de contener una orla en la cual pueden leerse las palabras “VENCEDOR DEL ESTRECHO AL PIRINEO”, frase muy acertada. De hecho, y según datos extraídos de diversas fuentes —el expediente personal de Anglona que se guarda en la “Sección Célebres” del Archivo General Militar de Segovia, la biografía ya mencionada escrita por el marqués de Miraflores y otras obras que no voy a detallar ahora pero podrán consultarse en la bibliografía final—, en el periodo comprendido entre mayo de 1808 y abril de 1814 Anglona había participado en acciones de guerra, al menos, en los siguientes lugares —aparecen por orden cronológico y localizadas en las provincias actuales, división administrativa creada con posterioridad a los hechos narrados, en 1833—: Utrera (Sevilla), Andújar (Jaén), Bailén (Jaén), Madrid (tras la huida de los franceses), Tudelilla (La Rioja), Calahorra (La Rioja), Uclés (Cuenca), Mora (Toledo), Ciudad Real, Talavera (Toledo), Tamames (Salamanca), San Fernando (Cádiz), Cádiz, Chiclana (Cádiz), Álora (Málaga), Campillos (Málaga), Bornos (Cádiz), Málaga, Osuna (Sevilla; segunda y definitiva entrada de las fuerzas antinapoleónicas), Tarifa (Cádiz), Granada, Antequera (Málaga), La Campana (Sevilla), Jaén, Carcagente (el actual Carcaixent, Valencia), Valencia, Tarragona, Tortosa (Tarragona), Pamplona, Irún (Guipúzcoa) y Bayona (ya en suelo francés). Como ya sabemos, en esta ciudad —donde se había redactado el “Estatuto de Bayona” (julio de 1808), que nombraba a José Napoleón “Rey de las Españas y de las Indias”—, se firma en el mes de abril de 1814 el armisticio que da fin a las hostilidades entre los dos bandos; según mis datos, Anglona se encuentra en la ciudad en ese momento.
            Del itinerario seguido por nuestro protagonista se deduce que durante los seis años se estuvo moviendo al ritmo que lo hacían los franceses, pues tras la derrota que sufrieron en Bailén, donde Anglona tomó parte activa y finalmente fue elegido para custodiar al vencido general Dupont, las tropas napoleónicas abandonaron Madrid y retrocedieron hasta la línea del Ebro, camino que sigue el hermano del duque de Osuna. Luego, en el mes de noviembre de 1809, los franceses vencen en la Batalla de Ocaña (Toledo) y bajan hacia el sur hasta dominar casi todo el territorio del país exceptuada la ciudad de Cádiz, que se convirtió a partir de febrero de 1810 en el refugio de los miembros de la nobleza española que no ocupaban plaza en el ejército. Precisamente, en esa ciudad y en ese año, aquel de los seis en el que se registran menos batallas, Anglona contrae matrimonio. Como curiosidad, y para que veamos que Mariano Téllez-Girón, “el manirroto”, tenía a quién salir, durante la estancia en Cádiz de la madre de Anglona y de sus hijos, y a pesar de que los franceses habían confiscado todas las rentas y propiedades ducales en territorio español, el número de sirvientes de la familia era de treinta y cuatro, lo que supone, incluyendo la familia política —las tres hijas y el duque estaban ya casados—, más de tres por persona. Quien quiera conocer más sobre el carácter derrochador de la condesa-duquesa de Benavente, madre de Anglona y, por lo tanto, abuela de Mariano, puede leer el capítulo V de la conocida biografía de Mariano Téllez Girón que escribió Antonio Marichalar, Riesgo y ventura del duque de Osuna; parece que esa afición a tirar el dinero tenía origen familiar, en un mal ejemplo de conducta, en la existencia de un modelo éticamente reprobable durante los años de la infancia. De todas formas, del uso de la ostentación y del despilfarro económico como manera de marcar diferencias sociales habría mucho que hablar, pues, aunque hoy nos pueda parecer mentira, en épocas anteriores de la historia este estilo de vida podía contribuir a dignificar a las personas, a prestigiarlas ante los demás. Así pues, no es de extrañar, por otra parte, que individuos como Mariano Téllez-Girón estuviesen rodeados siempre de personas que intentaban vivir a su costa, y seguro que muchos de ellos lo conseguían, creándose de esta manera un flujo inverso de la riqueza, basado en una especie de justicia social indirecta y protagonizado por personas cuyas vidas merecen, ciertamente, una recreación literaria. En general, la historia de la casa de Osuna durante los siglos XVIII y XIX presenta grandes atractivos para los escritores de novela, aunque por el momento pocos los hayan sabido aprovechar. Existen excepciones, como Almudena de Arteaga: su obra Capricho, publicada en 2012, novela el periodo de la vida de la madre de Anglona comprendido entre 1796 y 1814. Ojalá esta humilde serie de artículos sirva para que algún escritor con tiempo y talento suficientes se embarque en la empresa de escribir un nuevo libro con esta temática. Sería una gran satisfacción personal.
En el próximo número intentaremos adentrarnos en la época que los historiadores llaman el Sexenio Absolutista, que supuso la anulación de todos los logros de la Constitución de 1812.
(Continuará)