jueves, 22 de octubre de 2015

Pedro Téllez-Girón, príncipe de Anglona (23)



La marquesa de Alcañices



En este artículo vamos a abandonar el relato lineal de la vida de Anglona para avanzar unos cuantos años, veintitrés para ser exactos, licencia que nos permite comentar de manera adecuada la ilustración que lo encabeza; más adelante volveremos a la narración en el punto que la dejamos.
Nos encontramos a mediados de agosto de 1844. Nuestro príncipe de Anglona está a punto de cumplir cincuenta y ocho años. Para la época, y teniendo en cuenta la vida un tanto azarosa e incluso llena de privaciones que había llevado en algunos momentos, su edad es la de una persona ya en la vejez; de hecho, vivirá sólo seis años más. En ese momento, el titular de la Casa de Osuna es su sobrino Pedro de Alcántara Téllez Girón y Beaufort, XI duque de Osuna. Lleva el nombre de su tío el Príncipe y de su abuelo paterno, el IX duque de Osuna, y ha cumplido ya treinta y cuatro años. Aún no ha contraído matrimonio, ni siquiera está prometido. En sus círculos íntimos es sabido el amor no correspondido que siente hacia una prima hermana suya, una hija de Joaquina Téllez-Girón y Alonso Pimentel y de José Gabriel de Silva-Bazán y Waldstein, marqués de Santa Cruz. Se llama Inés y fue retratada por Garrois en 1821, a la edad de 15 años, precisamente en la miniatura que encabeza el artículo. A decir de los escritores que la conocieron, en 1844 su belleza seguía inalterada, por lo que podemos imaginarla perfectamente a esa época. El amor del Duque por ella, que ha sido siempre platónico, ahora, además, es imposible por una fatalidad: Inés ya es una señora casada, la mujer de Nicolás de Ossorio y Zayas, marqués de Alcañices. Pero el romanticismo está de moda, y el duque de Osuna es romántico por naturaleza, no como una pose o de manera afectada o falsa. Zorrilla acaba de estrenar Don Juan Tenorio en marzo de ese mismo año y su principal personaje femenino se llama precisamente Inés.
Como cuenta Antonio Marichalar en su famosa obra titulada Riesgo y ventura del duque de Osuna, ese caluroso día de mediados de agosto el Duque no se siente muy bien y, una vez en El Capricho, adonde ha llegado desde Madrid, ordena que no se le moleste, que no está para nadie. Invadido por la melancolía, pasea solo por su más querida posesión, un lugar de gran valor afectivo por haber sido muy feliz en ella en compañía de su abuela, la madre de Anglona. De repente, oye a lo lejos el tintineo producido por un coche de caballos que identifica claramente como el de su prima Inés quien, en contra de su previsión más optimista, había ido a visitarlo. Comprende que se le ha dicho que el Duque no recibe y, desesperado, comienza una inútil carrera tras el coche bajo el sofocante calor de aquel día del mes de agosto. El polvo que levanta el carruaje le impide ver y ser visto, el ruido que producen arneses, ruedas, cascabeles y caballos ahoga sus gritos y, finalmente, exhausto, agotada su naturaleza, cae fulminado por un derrame cerebral. Trasladado a su casa palacio de la calle de Leganitos, morirá unos días después. Hereda el título su hermano Mariano, el famoso Duque amante del despilfarro. Ya ven, en definitiva, si la mujer cuyo retrato acompaña el artículo es importante para la historia de Osuna, y aun de España. Nada más lejos de mi intención que considerarla responsable del ascenso de Mariano: no podemos culpar a la rosa de ser tan bella ni de despertar las pasiones que despierta. Pedro, el XI Duque, fue un hombre alto y apuesto a juzgar por el retrato suyo pintado en 1833 por Valentín Calderera y conservado en el Museo del Romanticismo de Madrid —con una cartela, por cierto, inexacta, que lo identifica como Mariano—, y una persona, según sus contemporáneos, amante de la cultura, sensible a la música y muy dotada para el ejercicio de las artes. Lástima que muriera tan joven y sin descendencia. La cartela reza como sigue:

“Valentín Carderera y Solano, Mariano Téllez Girón, XII Duque de Osuna.
Óleo sobre lienzo. ca. 1833”

Mariano no sería duque hasta la muerte de su hermano, hasta 1844. En cualquier caso, la atribución de la identidad del retratado a uno de los dos hermanos continúa en el aire. Este es el retrato al que nos referimos.


Imagen tomada de ceres.mcu.es


Mariano llegó a estar casi comprometido con otra prima, una hija de la marquesa de Camarasa, la mayor de las hermanas de Anglona, compromiso que, a juzgar por la lectura de El duque de Osuna embajador en Rusia, de Federico Oliván (Madrid, 1949, págs. 14 y 15), había acabado por romper el futuro Duque en 1841. No me resisto a copiar aquí el contenido de la última carta que le escribiera su desilusionada pero realista prima:

“Por la estafeta pasada recibí, Mariano, una carta tuya, la cual me llenó de pena, aunque no de admiración, pues siempre estaba prevenida para sufrir este mal porte que has tenido conmigo. Una sola gloria tengo, y es el no haber merecido nunca que el fin de nuestras relaciones fuera éste. Pero, en fin, ya no hay remedio. Todo, todo se ha acabado. Procuraré olvidarte como tú me has olvidado a mí. Y sólo tengo ya que decirte en esta última carta que te escribo, que deseo seas más feliz que tu prima Ángela”.

Para finalizar el artículo, voy a tomar prestadas las palabras que Mesonero Romanos dedica en la página 303 de su obra El antiguo Madrid (Madrid, 1861) a la residencia ducal de la calle Leganitos, donde falleció el XI Duque:

“Esta casa de gran suntuosidad, aunque muy deteriorada, ha tenido en nuestros tiempos varios usos, tales como fábricas y talleres, teatros caseros, y otros, además de estar ocupada en gran parte por la magnífica biblioteca del señor Duque propietario, hasta que últimamente fue trasladada á la del Infantado en las Vistillas”.

Estaba situada en la parte más alta de esta céntrica calle madrileña, en su extremo opuesto a la Plaza de España. Si pasean por la ciudad, no busquen la casa: fue demolida hace años y de ella sólo queda el aroma de la Historia.
(Continuará).






martes, 6 de octubre de 2015

Pedro Téllez-Girón, príncipe de Anglona (22)


(Ejemplar de la Biblioteca de la 
Universidad de Sevilla. 
Sign.: A.Guichot 0521)



El artículo anterior estuvo dedicado a la actividad de Pedro Téllez-Girón como director del Museo del Prado, el segundo de la historia de esta institución. Hoy vamos a acercarnos un poco a su actuación política durante el mismo periodo (1820-1823), muy comprometida con el sector moderado del partido liberal.
La dirección del Museo del Prado, denominado entonces Real Museo de Pintura y Escultura, era un cargo casi inocuo desde el punto de vista político, un cometido que podía comprometer poco su situación personal llegado el caso de una restauración de la monarquía absoluta, algo que acabó siendo una realidad en el verano de 1823. Sin embargo, Anglona llamaría también la atención por sus actividades proconstitucionales. Prueba de ello son dos textos que figuran en el catálogo colectivo del Patrimonio Bibliográfico Español:

Discurso pronunciado por el Príncipe de Anglona presidente de la Sociedad Constitucional, celebrando el aniversario del restablecimiento de la Constitución política de esta Monarquía en el día 19 de marzo de 1922 / por el Principe de Anglona. Madrid, Imprenta de don León Amarita, Carrera de S. Francisco, 1, 1822.
Este discurso aparece en algunos lugares como publicado en Madrid en 1825, algo que resulta difícil de creer. La publicación de un texto en defensa de la Constitución en el mismo Madrid, o en cualquier lugar de España, y en plena Década Ominosa no se explicaría a no ser que tanto el impresor como el autor tuvieran tendencia suicidas, y creo que este no era el caso. Si alguno de los lectores siente en su interior el llamado de la vocación investigadora, tan necesario, y vive cerca de las instituciones donde se encuentran las bibliotecas que conservan ejemplares de este discurso, todas en Madrid  —la Biblioteca Nacional de España, la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas y la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación—, puede comprobar por sí mismo si existe algún error en la fecha de 1825, pero todo apunta a que sí.

Discurso pronunciado en la Sociedad Constitucional por su Presidente el Príncipe de Anglona el dia 15 de julio de 1822, en que se celebró el aniversario del Juramento de la CONSTITUCIÓN hecho por S.M. en las Cortes en 9 de julio de 1820 / por el Principe de Anglona, Madrid, Imprenta de don León Amarita, Plazuela de Santiago, 1822).
            Este es el segundo de los textos aludidos.

Aún no he podido conseguir los discursos, pero puede asegurarse que no serían del agrado de los partidarios del absolutismo. Sólo así se explica el exilio de Anglona tras la invasión francesa de 1823. De no haberse exiliado, podría habérsele aplicado la sanción prevista por el Real Decreto de 9 de octubre de 1824 que no era otra que la pena de muerte para todo aquel que, simplemente, hubiera gritado “¡Viva la Constitución!”, sin “poder esgrimir atenuantes como la embriaguez” (Manuel Tuñón de Lara, La España del siglo XIX, Madrid, 2000; vol. I, pág. 91). La “Sociedad Constitucional” a la que aluden los títulos de los discursos debe tratarse de una mencionada por Marcelino Menédez y Pelayo en su Historia de los Heterodoxos Españoles (Madrid, 1987; vol. II, págs. 755 y 756), donde puede leerse:

“Para mayor desconcierto, y como si nadie acertara por entonces a gobernar sino por el tortuoso camino de las sombras y del misterio, hasta a los liberales moderados y enemigos de la anarquía, a los que meditaban una reforma de la Constitución, a los Martínez de la Rosa, Toreno, Felíu y Cano Manuel, se atribuyó el haber formado, bajo la presidencia del príncipe de Anglona, una sociedad semisecreta, que se llamó de Los Amigos de la Constitución.”

Celebraban las reuniones en el conocido Café de la Cruz de Malta, escenario por aquellos días de reuniones y discursos que contribuyeron a cambiar la historia de nuestro país, algo parecido a lo ocurrido en el célebre Café de la Fontana de Oro, popularizado por la novela de Galdós. Ya hablaremos de ello en próximas entregas.
(Continuará).