martes, 22 de diciembre de 2015

Boteros 14





La librería del ursaonense Daniel Cruz, sita en Sevilla a cien metros apenas de la casa en la que vivió Rodríguez Marín, está instalada en un espacio diáfano y luminoso. El inicio de la visita, pues, ya es gratificante en sí mismo. El local ocupa una esquina, exactamente la formada por las calles Boteros y Odreros, junto a la mismísima Plaza de la Alfalfa; esa coincidencia puede hacer pensar en analogías entre el trasiego de vinos y de conocimientos, entre la alegría que suponen para el espíritu la bebida y la lectura de un buen libro, pero ese camino, aunque resulte tentador desde el punto de vista literario, lo dejo para otra ocasión. El caso, y por ahí iba yo, es que al estar en una esquina, el local posee una iluminación que ya quisieran muchos, pues la luz le entra por dos hermosas ventanas, cada una de ellas abierta a una calle. Junto a ellas, un sillón comodísimo en el que uno se sienta con el libro de su interés que ya ha elegido, que sabe que va a comprar, pero que quiere empezar a saborear allí mismo, pues el ofrecimiento de aquellos confortables asientos, situados junto a tan generosas ventanas, resulta realmente incitador. Los libros monopolizan una de las paredes del establecimiento, de doble altura y sus buenos cuatro metros; llegan hasta el mismo techo, como esas bibliotecas que encandilan la imaginación de los lectores y en su día encandilaron la del mismísimo Jorge Luis Borges, cuando creó aquella biblioteca infinita que sirvió de inspiración a Umberto Eco en El nombre de la rosa, ese lugar donde los fondos bibliográficos y las sorpresas resultaban inagotables. Líbrenme el azar, o el destino, de esas librerías donde los dependientes no le dejan a uno curiosear tranquilo, las típicas librerías comerciales que forman parte de cadenas de tiendas, donde los empleados van uniformados y están pendientes de ti para ver qué necesitas, vendedores que, aleccionados o no por sus jefes, no se paran a pensar que si uno quiere preguntar dónde está tal libro o tal sección ya lo hará, que si no lo hace es porque desea despistarse, perderse en soledad en el universo de libros, de espíritus de escritores, que tiene a su disposición, atento quizá sólo a percibir el aleteo de un alma o de un pensamiento privilegiado que pugna por salir y ser aprehendido por un lector dispuesto a ello. Al entrar en Boteros te encuentras con Daniel, claro está, que te recibe con ese calor y esa simpatía en el trato que no se aprenden, que se tienen o no se tienen, y él las tiene de sobra, y luego te deja hacer, te deja perderte en el bosque de libros que ha creado. Esa es una de las grandes diferencias que suelen existir entre los libreros de genero nuevo y los libreros de lance, su aparente indiferencia ante la posibilidad de vender, pues los segundos te dan los buenos días y siguen enfrascados en su lectura, de manera que uno duda a veces si son los dueños de la librería u otro cliente lector. Algunos, como la inolvidable Mercedes de la sevillana calle Cerrajería, llevan su indiferencia hasta el punto de perderse en la trastienda para tocar en la guitarra por bulerías. O por alegrías. Y te sientes feliz junto a estos libreros, espíritus libres, arropado por ellos y por sus miles de volúmenes, inmerso quizá ya en la lectura del que has comprado porque no te quieres ir, porque estás allí tan a gusto como podrías estar en tu casa.


En la actualidad, y hasta enero de 2016, la 
librería alberga una exposición de David 
González Jiménez (Piru).



Hoy día, cuando las formas de comunicación y conocimiento son tan frías y están tan manipuladas gracias a la revolución digital, cuando a pesar de la sensación de libertad que pretenden inculcarnos nuestras vidas se encuentran más controladas y teledirigidas que nunca, encontrar un lugar como la librería de Daniel, donde se mantiene el intercambio libre de ideas y pensamientos, donde puedes encontrar tanto los primeros libros de Sánchez Ferlosio o de Albert Camus o de Cortázar como El itinerario del éxtasis de Athanasius Kircher, o un ejemplar de la edición parisina de 1610 de Opuscula varia antehac non edita del Julio César Escalígero, con la particularidad de estar expurgado por el censor —cuyos comentarios y tachaduras resultan perfectamente visibles—, resulta un milagro, como un renacimiento de la cultura profunda al que uno asiste cada que vez que traspasa el umbral de su puerta. La librería de Daniel, y sus semejantes, repartidas por las principales ciudades, constituyen refrescantes oasis en medio de la vulgaridad y de la mediocridad de los tiempos actuales, donde la sociedad, realmente manipulada— qué poco conscientes somos de ello, hay que insistir—, está entregada a un culto irracional a la juventud, la belleza y el aspecto exterior de las personas, y tiene olvidada, como en el desván, la formación del espíritu y del intelecto.
Visite el local de Daniel Cruz, se lo recomiendo con calor, que la vida se nos pasa volando y no podemos dejar escapar las pocas ocasiones que van quedando de disfrutar de lo bueno. Hágalo. Y buena lectura.



jueves, 17 de diciembre de 2015

Pedro Téllez-Girón, príncipe de Anglona (27)



Exterior de la Colegiata de Osuna. 
Francisco Murillo, 1922. 
(Fototeca de la Universidad de Sevilla)


Como decíamos al final del artículo anterior, nuestro protagonista abandona el país al inicio del periodo histórico que los especialistas suelen denominar “Década Ominosa” (1823-1833), diez años durante los cuales el rey Fernando, una vez abolida por segunda vez la Constitución de 1812, vuelve a reinar como monarca absoluto, a la manera del Antiguo Régimen. La recuperación de su poder, recuperación sólo parcial como luego veremos, había sido posible gracias a la intervención de Francia, país recién salido de una revolución muy radical y gobernado ahora por personas que representaban unos intereses a los que no convenía en manera alguna la existencia en el país vecino de una nueva revolución. El ejército galo, obedeciendo las órdenes de Luís XVIII, el cual había acordado con el rey Fernando la intervención armada, invade el país en la primavera de 1823. Al final del verano de ese año ya es dueño de casi todo el territorio nacional y ha conseguido la restauración monárquica; sin embargo, privado el rey español de un ejército propio en el que poder confiar —ya tenía suficientes pruebas de ello—, las tropas francesas serán su respaldo y no volverán a su país hasta 1828.
En La ocupación francesa de España (1823-1828), Gonzalo Butrón Prida da la cifra de 40.742 soldados franceses en noviembre de 1824, 24.552 de los cuales aún permanecían al sur de los Pirineos en septiembre de 1828. Si tenemos en cuenta que la población total en aquellos años era de unos 11 millones de personas, a finales de 1824 había un soldado francés por cada 270 habitantes, cifra media para todo el país que disfraza una presencia mucho mayor del ejército ocupante en poblaciones como Cádiz, donde en 1827 aún había 10.633 militares franceses para una población aproximada de 60.000 personas. Si tenemos en cuenta que el padrón de 1801 arrojaba una cifra de 723 personas de nacionalidad francesa residentes en la ciudad (dato extraído de Ramón Solís, El Cádiz de las Cortes, Madrid, 2000; pág 78), el dato resulta aún más esclarecedor de la alteración de la vida social que tuvo que suponer en muchas poblaciones la presencia de las tropas francesas.
Aunque por el momento no tengamos datos del contingente francés destinado en Osuna en aquellos años, si consideramos la extensión del distrito militar ursaonense en época napoleónica, una circunferencia imperfecta cuyo diámetro oscilaba entre 66 y 86 kilómetros, parece lógico pensar que alcanzaría un número considerable. Las primeras Actas Capitulares de la “Década Ominosa”, (Archivo Municipal de Osuna, Actas Capitulares, sign. 108, sesiones de 11 y 12 de junio de 1823), reflejan la lógica preocupación que provocaban las noticias de la inminente llegada del ejército de ocupación:

“Considerando el Ayuntamiento la proximidad del enemigo, que después de haber entrado en la Capital del Reyno, y establecido una Regencia de él se halla ya en la Mancha con dirección a esta Andalucía, diciéndose también que vienen dos divisiones por Granada y Extremadura, cuyas noticias son de una funesta influencia en los ánimos de estos naturales por faltarle el respeto debido a su autoridad […]: acuérdase que para mañana en la noche, 12 del actual mes, á la oración en punto [toque de campanas que se daba al anochecer], se convoque en la Iglesia llamada de la Compañía una Junta compuesta de las personas visibles del pueblo, y que tengan más influencia en la opinión de estos naturales, para tratar en unión con el Ayuntamiento de todas las medidas y precauciones que hay que tomar para asegurar la tranquilidad pública […]".

Y al día siguiente:

"Acta.- En la villa de Osuna en doce de junio de mil ochocientos veinte y tres, reunidos los Señores Alcaldes y varios individuos del Ayuntamiento en la Iglesia de la Compañía; en unión de los Sres. Rector de esta universidad, el Dr. Don Diego Ramírez, Don José de Torres Linero, Don José Jurado, el R. P. Guardián de San Francisco, Don Juan Domínguez, Don Felipe Cepeda, Don José de Castro y Don Antonio Palacios, convocados en el día de hoy para conferenciar sobre los medios más acertados de conservar la tranquilidad y el orden público en las difíciles circunstancias en que se halla el pueblo, amenazado de una invasión de tropas extranjeras, y partidas auxiliares, habiéndose hecho varias reflexiones sobre este interesante negocio […], [acuérdase:] Que se nombre una Junta compuesta de diez personas de las que tengan más ascendiente e influencia en la opinión pública […], la qual quedará desde ahora suficientemente autorizada para autorizar todas las disposiciones convenientes para la conservación del orden público, aun quando para ello tenga que desempeñar algunas funciones propias de la autoridad económica o gubernativa”.

Las actas municipales reflejan el temor que tenían los ursaonenses a verse de nuevo en manos de los franceses. La ocupación de la localidad por tropas de la misma nacionalidad entre 1810 y 1812 estaba aún muy reciente en el ánimo de sus habitantes, que no querían que se repitiesen los abusos sufridos, sobre todo de índole económica. Ya nos referimos a esta ocupación en los capítulos anteriores, aunque no en profundidad. Los lectores interesados en saber más sobre este episodio de la historia local tienen a su disposición Osuna napoleónica (1810-1812), la excelente obra de Francisco Luis Díaz Torrejón.
No obstante, dejando a un lado una división tajante entre buenos y malos, existen pruebas incontestables de la acción moderadora del elemento francés, pues, contrario como era Luís XVIII a consentir una dura represión, siempre impopular, a cambio de la permanencia de su ejército consiguió del rey Fernando el compromiso de no abusar de su poder y, por cierto, el pago de dos millones de francos mensuales. (Datos, estos últimos, extraídos de M. Artola, La España de Fernando VII, Madrid, 1999; pág, 667 y ss.).
(Continuará).

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Pedro Téllez-Girón, príncipe de Anglona (26)



Francisco de Borja Téllez-Girón,
X duque de Osuna. (Goya, 1816).



Tras el paréntesis en la narración que supuso el número anterior —dedicado a un episodio de la Osuna napoleónica—, vamos a volver al momento donde nos habíamos quedado, el final del Trienio Liberal (1820-1823). Como ya hemos visto, durante estos tres años, Pedro de Alcántara Téllez-Girón, nuestro príncipe de Anglona, ha perdido a Francisco de Borja, su único hermano varón, el duque de Osuna —ahora lo es su sobrino Pedro—, ha ocupado cargos públicos (Consejero de Estado, Director del Museo del Prado) y se ha destacado como defensor de la Constitución pronunciando discursos y presidiendo una Sociedad Patriótica. La vuelta más que probable de la monarquía absoluta gracias al apoyo de las tropas francesas conocidas como los “Cien mil hijos de San Luis”, que habían entrado en Madrid a finales de mayo, no presagiaba nada bueno para su seguridad personal. Su madre, que ya había perdido a su hija mayor (1817) y a un hijo —el duque mencionado—, teme por él y así se refleja en su correspondencia, parte de la cual fue publicada por la condesa de Yebes en 1955 con el título de La Condesa-Duquesa de Benavente: una vida en unas cartas. Recogemos ahora parte del contenido de las páginas 272 y 273 de esta obra.

En carta del 14 de junio de 1823, el administrador de Bailén y de los bienes en Andalucía relata que

“el Exmo. Sr. Príncipe de Anglona, hijo de V. E., salió de aquí [Sevilla] para Sanlúcar de Barrameda con solo el ayuda de cámara el lunes 3 a las 5 de la mañana, y el cochero con los dos caballos el miércoles siguiente y no he sabido como llegó S. E. a aquella ciudad”.

La condesa-duquesa quiere noticias más detalladas e, intranquila, escribe el 24 del mismo mes diciendo que ha leído cartas más claras:

“… debo decirte que no expresas los sujetos visibles que han sido atropellados no sólo en sus intereses, sino en sus personas”.

Pasa casi un mes sin tener noticias del hijo. El 1 de julio vuelve a escribir al administrador mencionado, y le dice:

“debes conocer el interés que tengo en que sepa de mí y yo de él. Creo que mi hijo está en Sanlúcar, pues no tengo antecedentes de lo contrario”.

Hasta la fecha no he podido consultar directamente los legajos que contienen este intercambio epistolar y, por lo tanto, no puedo confirmar que el administrador consiguiera tranquilizar con certezas a esta madre preocupada, preocupación tan natural en cualquier madre del mundo. Lo que sí puedo asegurarles es que a nuestro protagonista le quedaban aún muchos años de vida. Ahora se trataba de cuidarla.

El año de 1823 marca el inicio del segundo exilio masivo de españoles en el siglo XIX. En este caso, el anterior fue el de 1814, la obra de Dolores Rubio, Juan Francisco Fuentes y Antonio Rojas titulada Censo de liberales españoles en el exilio (1823-1833) recoge datos de más de 5.000 exiliados, la gran mayoría de ellos en suelo francés. Pero no todos los exiliados lo fueron en el país vecino. Otros, quizá por contar con más medios, se establecieron en tierras más lejanas y, no sé si casualmente, menos al alcance de los agentes en el extranjero del rey Fernando, cuya policía contaba en 1824 con un superintendente llamado José María de Arjona que no debe confundirse con el ursaonense José Manuel Arjona, Asistente de Sevilla entre 1825 y 1833, cargo en el que sobresalió por las reformas urbanísticas de las cuales nacieron parajes tan agradables como el Paseo de las Delicias o lo que en la actualidad conocemos como “los jardines del Cristina”. Entre los liberales exiliados a otras tierras, tenemos, por ejemplo, a Joaquín Lorenzo Villanueva, autor de Mi viaje a las Cortes, un diario personal de las sesiones de las Cortes de Cádiz  que, a falta del oficial, tiene un gran valor histórico. Establecido en Dublín en 1823, allí vivió hasta su muerte (1837) y fue sepultado con unos honores que difícilmente hubiera recibido en España. En cuanto a Anglona, según lo poco, por no decir poquísimo, que he podido averiguar, el lugar donde residió durante estos años de gobierno fernandino, conocidos como la “Década Ominosa”, fue Italia, país donde ya había pasado una temporada con el ejército entre 1805 y 1807. Así lo afirman en sus obras ya citadas Gutiérrez Núñez y el marqués de Miraflores, los cuales coinciden en afirmar que durante su exilio, son palabras de Miraflores, “permaneció dedicado al estudio de las artes y de la historia, que fueron siempre el objeto incesante de su afición predilecta”. Este autor, por cierto, da la fecha de febrero de 1824 para la salida hacia el exilio de nuestro protagonista, del cual no volverá hasta principios de la década de los treinta.

(Continuará).


jueves, 26 de noviembre de 2015

Algo sobre el Monte Testaccio y el aceite de la Bética


Algo sobre el Monte Testaccio y las exportaciones de
aceite de la Bética en los primeros siglos de nuestra era




                "Cercáronle luego los muchachos; pero él con la vara los detenía, y les rogaba le hablasen apartados, por que no se quebrase: que por ser hombre de vidrio era muy tierno y quebradizo. Los muchachos, que son la más traviesa generación del mundo, a despecho de sus ruegos y voces, le comenzaron a tirar trapos, y aun piedras, por ver si era de vidrio, como él decía; pero él daba tantas voces y hacía tales extremos, que movía a los hombres a que riñesen y castigasen a los muchachos porque no le tirasen.
                Mas un día que le fatigaron mucho se volvió a ellos diciendo:
                —¿Qué me queréis, muchachos, porfiados como moscas, sucios como chinches, atrevidos como pulgas? ¿Soy yo, por ventura, el monte Testacho de Roma, para que me tiréis tantos tiestos y tejas?"

Miguel de Cervantes, El licenciado Vidriera.





      

            Gracias a las excavaciones comenzadas a finales de la década de los ochenta por iniciativa española en el Monte Testaccio de Roma, sabemos mucho más sobre el comercio en el Mediterráneo Occidental durante la época central y más floreciente del Imperio Romano. El equipo que excava el Testaccio —un monte artificial de 50 m de altura y 1.490 m de perímetro, formado por la acumulación de ánforas rotas y situado junto al Tíber, en la esquina suroeste de las Murallas Aurelianas— está formado por miembros del "Centro para el Estudio de la Interdependencia Provincial de la Antigüedad Clásica" (C.E.I.P.A.C.), dependiente del Departamento de Prehistoria, Historia Antigua y Arqueología de la Universidad de Barcelona. Dicho centro, cuyo origen parece estar en los extraordinarios descubrimientos realizados en el Testaccio por los arqueólogos españoles, que demuestran la gran dependencia que tenía la ciudad de Roma del aceite andaluz, tiene, como cualquier asociación, un director o presidente y unos miembros; es lo normal, todos lo sabemos. Lo que no debía ser tan normal es el hecho siguiente: de los veintiocho miembros que componen la asociación sólo uno de ellos trabaja en una institución andaluza, un profesor de la Universidad de Cádiz apellidado Langóstena Barrios. El resto de los miembros pertenece a las universidades de Barcelona, Tarragona, Roma, Sâo Paulo, Southampton, Württenberg, Mainz, etc. Este no significa que el investigador andaluz esté marginado incluso en un proyecto de investigación que toca a su tierra muy directamente, que no se le tenga en cuenta por cuestiones políticas o administrativas, no, nada de eso. No se cuenta con el investigador andaluz porque no está tan preparado como los otros, porque las universidades andaluzas son, junto con las canarias y las extremeñas, las que otorgan los títulos peor considerados de todo el país. Se lo dice un licenciado por la Universidad de Sevilla, que ya le gustaría haberlo sido por la de Madrid o por la de Barcelona, centros que cuentan con unos presupuestos y una cualificación en los cuadros docentes muy por encima de los de Andalucía. Así son las cosas, por desgracia. Pero vamos a dejarnos de reflexiones críticas, que, dicho sea de paso, no vienen mal para que se nos abran de una vez los ojos en relación al atraso que padece Andalucía en el campo de las ciencias, y vamos al tema que nos ocupa: qué aceite consumían los romanos y cómo se ha podido averiguar tanto sobre él.
           


(Imagen tomada de amusingplanet.com)


 Según el señor Remesal Rodríguez, durante más de mil quinientos años el Monte Testaccio fue visto como un basurero de ánforas y no se supo obtener la gran información que guardaban dichos recipientes. Los habitantes de Roma lo miraban, con orgullo, como una muestra del poderío de su ciudad en la Antigüedad, sentimiento que ha facilitado su conservación hasta nuestros días. En la Edad Media se celebraban en él carnavales y ya en la Edad Moderna fue aprovechado para abrir grutas donde guardar el vino, pues su peculiar formación lo había dotado de una temperatura fresca y constante (+/- 17ºC). Este hecho acentuó su carácter festivo y lo convirtió en lugar de romerías y reuniones lúdicas hasta que se urbanizaron sus alrededores, ya en el siglo XIX.


(Imagen tomada de amusingplanet.com)


A finales de ese siglo comienza el estudio arqueológico del monte. Heinrich Dressel, colaborador de Mommsen en su monumental CORPUS INSCRIPTIONUM LATINARUM —éste último colega y amigo de Rodríguez de Berlanga, el traductor de los "Bronces de Osuna"—, viaja a la capital italiana en 1872 para estudiar los útiles domésticos —los Instrumentum domesticum— de la antigua Roma. Él fue el primero en determinar la cronología del monte (siglos I a III d. de C.), el uso que habían recibido las ánforas y su procedencia dominante de la Bética, llegando a determinar una tipología de ellas que aún se estudia: la Dressel 20, la más corriente —de forma globular, unos 70 a 80 cm de altura, 60 cm de anchura, 30 kg de peso en vacío y una capacidad de 70 kg de aceite—, la Dressel 20 parva, la Dressel 23a, la Dressel 23b, etc. Gracias a la forma de los recipientes, su transporte era más fácil, pues se apoyaban unas en otras y tenían gran estabilidad. Dicho transporte se realizaba en barcos que zarpaban entre abril y septiembre de puertos del Guadalquivir, principalmente —y según las excavaciones realizadas hasta la fecha— de Lora del Río y del Municipium Flavium Arvense, la actual Alcalá del Río, dos de los principales centros de fabricación de ánforas Dressel 20, y navegaban cerca de la costa hasta los puertos de Claudio y Trajano, en la desembocadura del Tíber. Su itinerario está sembrado de pecios, restos de barcos hundidos, la mayoría aún por estudiar. Otro de sus destinos era Massalia, la actual Marsella, desde donde seguían viaje por tierra hacia el norte, como se ha podido documentar gracias a las excavaciones realizadas en suelos franceses, alemanes e, incluso, británicos.

(Imagen tomada de scielo.cl)

Gracias a las excavaciones y posteriores estudios de los miembros de la C.E.I.P.A.C, que han venido a completar los trabajos de Dressel, Bruzza, Bonsor, Rodríguez de Almeida y Ponsich, sabemos que nada menos que el 80% del total de los materiales que forman el Monte Testaccio procede de la rotura de ánforas fabricadas en la Bética para transporte de aceite de oliva elaborado en la Andalucía romana, lo que supone, según sus cálculos, la exportación a Roma en los siglos iniciales de nuestra era, como mínimo, de 173.250.000 kg de dicho producto, lo cual, teniendo en cuenta los métodos de cultivo, molienda y transporte de la época, es algo realmente destacable.                
            Me imagino que el lector se preguntará cómo han podido afinar tanto los investigadores. La razón de tanta exactitud está en una característica de los restos anafóricos del Testaccio que aún no les he contado: la existencia en ellos de inscripciones y rótulos de época romana que proporcionan muchísima información. Dichos "letreros" son de cuatro clases. Las marcas impresas —sellos— informan por lo general sobre el propietario del aceite, aunque a veces también lo hacen sobre el productor de dicho aceite y el horno donde se había fabricado el ánfora; los grafitos, incisiones llamadas ante cocturam por haber sido hechas antes de que la arcilla estuviese cocida, proporcionan datos sobre el lote al que pertenece el ánfora y, a veces, indican el año e incluso el día de fabricación del ánfora; las inscripciones pintadas, o tituli picti, informan sobre la tara, el nombre del mercader y el peso neto; y, por último, en caracteres cursivos, los datos de la hacienda imperial: nombre del lugar de control, año consular, peso exacto y nombre del controlador. Con toda esta información, los investigadores han podido determinar, entre otras muchas cosas, el área de producción del aceite: la zona comprendida entre las actuales poblaciones de Córdoba, Sevilla y Écija.
            
(Imagen tomada de amusingplanet.com)


Y aquí habría que hacer una reflexión parecida a la incluida en el párrafo primero. Tampoco en el campo del refinado y del comercio internacional del aceite estamos por ahora los andaluces al nivel de otros pueblos, sobre todo del italiano. La materia prima, la aceituna, se encuentra en Andalucía, pero los mejores técnicos —tanto en estudios y estrategias de mercado como en procesos de refinado— se encuentran en Italia, país que domina el mercado internacional del aceite de oliva desde la época de Augusto. Si a esa circunstancia unimos su mayor habilidad para negociar y mover los hilos en las instituciones internacionales, nos podemos explicar mejor la mala situación en la que se va a encontrar nuestro producto si prospera la reforma propugnada por Franz Fischler, cuya señora —según me han informado— es italiana. Los hombres mueren, las ciudades cambian, la técnica avanza pero, en esencia, el mundo sigue siendo exactamente el mismo.   

Víctor Espuny Rodríguez




Bibliografía.

a) Fuentes disponibles y consultadas.

AA. VV:, Historia de la vida privada. Imperio romano y antigüedad tardía, Madrid, 1992.
-, El hombre romano, Madrid, 1991.
-, Gran Atlas de Arqueología, Barcelona, 1896.
BLÁZQUEZ MARTÍNEZ, José María, "El Monte Testaccio, archivo del comercio de Roma", en Revista de Arqueología, nº 107, págs. 29 a 35.
CERVANTES SAAVEDRA, Miguel de, Novela del licenciado Vidriera, ed. de Juan Bautista Avalle-Arce, Madrid, 1987.
GARNSEY, Peter y SALLER, Richard, El Imperio Romano. Economía, sociedad y cultura, Barcelona, 1990.
GÓMEZ-IGLESIAS CASAL, Ángel, Aspectos jurídicos de la actividad comercial en Roma y los "tituli picti", en Revista de Estudios Histórico-Jurídicos, XXXII. (Valparaíso, Chile, 2010; pp. 59-82). Consultada en http://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0716-54552010000100002#footnote-17735-1.(Noviembre de 2015)
http://www.ub.es/CEIPAC/ceipac.html (Marzo de 1998).
http://www.ub.es/CEIPAC/MOSTRA/expo.htm (Marzo de 1998).
ROSENBLUM, Mort, La aceituna. Vida y tradiciones de un noble fruto, Barcelona, 1997.

b) Fuentes menos disponibles y no consultadas.

BERNI MILLET, Piero, Las ánforas de aceite de la Bética y su presencia en la Cataluña romana, Barcelona, 1998.
BLÁZQUEZ MARTÍNEZ, José María, REMESAL RODRÍGUEZ, José y RODRÍGUEZ ALMEIDA, Emilio, Excavaciones arqueológicas en el Monte Testaccio (Roma). Memoria campaña 1989, Madrid, 1994.
FUNARI, Pedro Paulo A., Dressel 20 Inscriptions from Britain and the Consumption of Spanish Olive Oil, Oxford, 1996.
REMESAL RODRÍGUEZ, José, Heeresversorgung und die wirtschaftlichen Beziehungen zwischen der Baetica und Germanien. Materialen zu einem Corpus der in Deutschland veröffentlichten Stempel auf Amphoren der Form Dressel 20, Stuttgart, 1997.
-, La annona militaris y la exportación de aceite bético a Germania, Madrid, 1986.


(Este artículo fue redactado en la primavera de 1998. Apareció en el número 12 de la revista La Fuente Nueva. La bibliografía no ha sido actualizada salvo para referenciar algunas imágenes). 

martes, 17 de noviembre de 2015

Pedro Téllez-Girón, príncipe de Anglona (25)




Vista aérea de Osuna. Cortesía de Bermúdez



Volvemos a abandonar de nuevo el relato lineal de los hechos, en este caso para dar a conocer un texto que creemos de interés. Se trata de una versión francesa del segundo intento de liberar Osuna de la ocupación napoleónica, acción en la que pudo participar Anglona, al menos lo hizo la unidad que mandaba, y que tuvo lugar en el mes de julio de 1812. En cierta forma el texto complementa otro ya conocido que puede leerse a partir de la página 448 de Osuna napoleónica (1810-1812), (Sevilla, 2001), una de las excepcionales obras sobre esta época de Francisco Luís Díaz Torrejón. El valor de la versión que presentamos reside en expresar el punto de vista francés, poco imparcial, inexacto en muchos datos, pero cotejable desde ahora con el relato de Díaz Torrejón, más próximo a la realidad histórica por haber sido escrito tras la consulta de archivos franceses y españoles. Además, el lector podrá reconocer muchos de los escenarios mencionados e imaginar mejor este episodio ursaonés de la Guerra de la Independencia. El texto original puede localizarse vía Internet en la Biblioteca Nacional de Francia (bnf.fr), pero he creído conveniente copiarlo aquí y acompañarlo de una traducción. 

                                                                   
          
Portada renacentista de la Colegiata. Foto: 
maravillasdeespana.blogspot.com.es


« Attaque et combat d’Ossuna.
Vers la fin de juillet, Ballesteros entreprit une nouvelle expédition. Instruit par les habitants du pays de Ronda, de tous les mouvements des Français et de la force de détachements qui occupaient les divers points des environs, il apprit que la ville d’Ossuna, située dans la province de Séville, et distante de deux fortes journées de marche de Ronda, était faiblement gardée, le colonel d’état-major Beauvais, qui commandait dans cette partie, venait de détacher en colonne mobile la moitié d’un faible bataillon de ligne. Ses forces ne se composaient que de ce bataillon et de 60 chevaux de dragons; iI avait à garder un district de douze à quinze lieues de circonference, et il ne restait plus que deux compagnies d’infanterie dans Ossuna, dont la population, assez mal disposée en faveur des Français, s’élevaient à 6,000 habitants.
Dans la soirée du 24 juillet, le général espagnol partit du village de Canete [sic], avec une colonne de 3,000 hommes, dont 300 de cavalerie, et arriva le 25, à deux heures du matin, sous les murs d’Ossuna, qui n’a pour enceinte que les clôtures des jardins de ses dernières maisons. Malgré la faiblesse des postes établis aux issues de la ville et qui ne pouvaient résister à une attaque sérieuse, Ballesteros, dans la crainte de donner l’alarme au peu de troupes qui étaient dans l’intérieur, ne voulut pas se hasarder à les forcer. Ses troupes, favorisées par les habitants des maisons dont les murs de jardin formaient l’enceinte de la ville, s’introduisirent en silence dans ces jardins, et y attendirent que le jour commençât à poindre pour se répandre dans Ossuna et enlever les Français dans leurs logements. En effet, à deux heures et demie, les Espagnols débouchèrent par un grand nombre de rues à la fois; deux compagnies de grenadiers espagnols s’avancèrent vers le quartier du colonel Beauvais, logé dans une maison dont les derrières donnaient sur la place d’armes, presque en face d’un couvent qui servait de caserne à sa troupe. La sentinelle placée à la porte fit feu sur cette colonne et donna l’éveil à la garde, qui, à la vue du grand nombre de ses adversaires, se barricada dans l’intérieur. L’alarme s’étant bientôt répandue, les officiers logés chez les habitants se rendirent à la caserne. Le colonel Beauvais, après avoir donné, par une fenêtre élevée, des ordres aux deux compagnies de ligne déjà sous les armes pour défendre les issues de la place, se mit a la tête des cinq soldats de garde chez lui, fit ouvrir la porte de la maison, se fit jour a travers les masses d’ennemis qui l’assiégeaient, en tua deux de sa main, et gagna la place, dont ses compagnies étaient restées en possession. Leur brave commandant avait été blessé, sans gravité, d’une balle dans le bras et d’un coup de baïonnette à la cuisse.
Peu à peu les colonnes ennemies, arrivant vers la place, en fermèrent tous les débouchés, à l’exception d’un seul , qui conduisait à un bâtiment situé sur une hauteur près des murs de la ville, et qu’on avait précédemment retranché à la hâte, afin de servir de réduit à la garnison dans le cas d’une agression sérieuse; trente hommes gardaient ce poste, qui était muni de vivres pour quinze jours. La fusillade était engagée à l’entrée des rues qui donnent sur la place, et le réduit allait être coupé de sa communication, lorsque le colonel français forma en colonne serrée les 110 hommes qui composaient toute sa troupe, prit la direction du réduit et y arriva sans perdre un seul bomme. Les postes que l’ennemi avait négligés aux entrées de la ville, s’étaient également retirés sur le même point par l’extérieur. Le colonel Beauvais se battit jusqu’à six heures du soir, repoussant toutes les attaques dirigées contre sa position, et recueillit plusieurs petits détachements venant des environs d’Ossuna, et, entre autres, une reconnaissance envoyée pendant la nuit dans la direction de Canete, mais dont les Espagnols avaient évité la rencontré. Les Espagnols avaient fait mettre en batterie un petit obusier et une pièce de canon de montagne, qui tirèrent constamment sans faire aucun dommage notable au réduit, et qui ne blessérent qu’un seul homme. Les Français, dont le feu de mousqueterie plongeait la ville et découvrait toute la place d’armes, firent beaucoup de mal à l’ennemi.
Après avoir pillé tous les établissements des Français dans Ossuna, Ballesteros, informé qu’une forte colonne s’avançait de la frontière de Grenade à sa poursuite, se retira précipitamment par le chemin qui l’avait amené. Il laissait dans Ossuna une soixantaine de soldats tués, ou trop grièvement blessés pour pouvoir le suivre, et il emmenait environ 50 prisonniers. A sept heures du soir, l’ennemi avait évacué la ville et tous les postes étaient réoccupés par les Français. Le colonel Beauvais fit harceler l’arrière-garde espagnole par une compagnie qui lui prit encore quelques homnes. Ballesteros se hâta de regagner le camp de Saint-Roch”.

(France militaire : histoire des armées françaises de terre et de mer de 1792 à 1837; Paris, 1838; tomo 5º, págs. 24 y 25).   



Vista parcial de la Osuna monumental
(Fotografía del autor del artículo)


Ataque y combate de Osuna.
A finales de julio Ballesteros emprendió una nueva expedición. Informado por los habitantes de la comarca de Ronda de todos los movimientos de los franceses y de la importancia de los destacamentos que ocupaban los distintos puntos de los alrededores, supo que la villa de Osuna, situada en la provincia de Sevilla y a dos días de dura marcha de Ronda, estaba débilmente defendida, pues el coronel del estado mayor Beauvais acababa de enviar destacada en columna móvil la mitad de un batallón de línea poco numeroso. Sus fuerzas se componían sólo de ese batallón y de 60 dragones a caballo, y tenía a su cargo la vigilancia de un distrito cuya circunferencia oscilaba entre doce y quince leguas [66 y 83 kilómetros]. En ese momento sólo habían quedado dos compañías de infantería en Osuna, cuya población, muy poco favorable a los franceses, era de 6.000 habitantes.
Había ya anochecido el 24 de julio [de 1812] cuando el general español salió de Cañete [la Real] al frente de una columna de 2700 hombres de infantería y 300 jinetes. A las dos de la madrugada estaba al pie de los muros de Osuna, recinto defendido sólo por los cercados de los huertos pertenecientes a sus últimas casas. A pesar de la debilidad de los puestos establecidos en las salidas, que no hubieran podido resistir un ataque serio, Ballesteros, temeroso de alertar a la escasa tropa que había en el interior, no quiso correr el riesgo que suponía enfrentarse a ella. Ayudados por los habitantes de las casas cuyos huertos constituían el cercado de la población, se introdujeron silenciosamente en ellos y esperaron que empezara a despuntar el día para esparcirse por el pueblo y sorprender a los franceses en sus alojamientos. Sobre las dos y media los españoles se desparramaron al mismo tiempo por numerosas calles. Dos compañías de granaderos españoles se adelantaron en dirección al barrio del coronel Beauvais, alojado en una casa cuya parte trasera daba a la plaza de armas, casi enfrente de un convento que servía de cuartel a su tropa. El soldado que hacía guardia en la puerta hizo fuego sobre la columna y dio la alarma pero a la vista del gran número de los adversarios tuvo que parapetarse en el interior. La alarma se extendió con rapidez y los oficiales alojados en domicilios particulares se dirigieron al cuartel. El coronel Beauvais, tras haber dado orden desde una de las ventanas de los pisos altos de defender las entradas de la plaza a las dos compañías de línea ya armadas, se puso al frente de los cinco soldados de guardia en su casa, mandó abrir las puertas, se abrió paso a través de las masas de enemigos que la asediaban y, tras haber matado a dos de ellos, llegó a la plaza, que había quedado en posesión de sus compañías. Su bravo comandante había sido herido, aunque no de gravedad, de bala en un brazo y de un golpe de bayoneta en una pierna.
Poco a poco, las columnas enemigas fueron llegando a la plaza y cerraron todas las salidas excepto una, que conducía a un edificio situado sobre un punto elevado cercano a los muros de la población que con anterioridad había sido acondicionado, aunque de manera apresurada, como un reducto defensivo para la guarnición en caso de una agresión seria. Este lugar fortificado estaba defendido por treinta hombres y provisto de víveres para quince días. Había intercambio de disparos en todas las salidas de la plaza y estaba a punto de cortarse la comunicación con el reducto cuando el coronel francés formó en columna cerrada los 110 hombres que componían toda su tropa y tomó el camino del improvisado fortín, a donde llegó sin baja alguna. También se refugiaron allí los vigilantes de las entradas que el enemigo no atacó en su momento, los cuales llegaron al reducto por el exterior. 
El coronel Beauvais estuvo batiéndose hasta las seis de la tarde, rechazando todos los ataques dirigidos contra su posición, y acogiendo a algunos pequeños destacamentos provenientes de los alrededores de Osuna, entre ellos uno de reconocimiento enviado la noche anterior en la dirección de Cañete y que fue evitado por los españoles. Estos habían hecho poner en batería un cañón de pequeño calibre y una pieza de cañón de montaña, que disparaban constantemente sin causar ningún daño de consideración al reducto y sólo hirieron a un hombre. Los franceses, cuyo fuego de mosquetería acribillaba el pueblo entero y dominaba toda la plaza de armas, hicieron mucho mal al enemigo.
Tras haber saqueado todos los alojamientos de los franceses en Osuna, Ballesteros, habiendo sido informado de la salida en su persecución de una columna numerosa desde la frontera de Granada, se retiró de manera precipitada por el camino que había traído. Dejaba en Osuna unos 60 soldados muertos, o heridos de demasiada gravedad para seguirle, y se llevaba alrededor de 50 prisioneros. Sobre las siete de la tarde el enemigo había evacuado la villa y los franceses habían recuperado todas sus posiciones. El coronel Beauvais hizo hostigar la retaguardia española por una compañía que hizo nuevos prisioneros. Ballesteros se apresuró a volver al campo de San Roque.


La cuesta de San Antón


Las inexactitudes que contiene el texto son numerosas. Para empezar, y según puede leerse en la obra de Díaz Torrejón ya mencionada, fruto de un arduo trabajo de investigación y de amena e interesante lectura, no fue el general Ballesteros quien mandaba las tropas que llegaron a Osuna aquel día de julio de 1812 sino un subordinado suyo, el coronel Felipe Berenguer. También llama la atención el número de habitantes que el texto le supone a la localidad ursaonense en aquellos momentos, que debía ser mucho más elevado, aproximadamente catorce mil. En cualquier caso, espero que la lectura de esta versión francesa sirva a los conocedores del monumental pueblo de Osuna para poder imaginar bien las acciones de ese día, pues no hay más que suponerse en la Plaza Mayor para ver a Charles Beauvais de Préau, gobernador militar de Osuna en aquellos momentos, dando órdenes desde una de las ventanas de la Casa de los Cepeda a los soldados que hacían la guardia del Convento de San Francisco, en ese momento cuartel de la tropa francesa, y luego al mismo Beauvais atravesando la plaza a la carrera protegido por sus hombres y esquivando como podía los disparos y los bayonetazos de los soldados españoles. La narración permite suponer también que la calle que quedó libre y por la que huyeron los franceses hacia la zona alta pudo ser muy bien la Cuesta de San Antón. También, y con sentimiento por el daño que el tiroteo debió causar en la portada renacentista de la Colegiata, podemos ver a los franceses parapetados en el andén que rodea el templo y a los españoles disparándoles con sus pequeños cañones desde la plaza. Hechos luctuosos que forman parte de la historia ursaonense. En cualquier caso, y para tener una versión más objetiva y equilibrada de aquellos acontecimientos, recomiendo encarecidamente la lectura de la obra de Francisco Luis Díaz Torrejón.
Nada como conocer las barbaridades de los hombres para no volver a repetirlas. Fomente la lectura: la sociedad del mañana se lo agradecerá.



(Continuará).