Título: Ni mitos, ni lisonjas (de los cuadernos de Arcadio).
Autor: Eloy Reina Sierra.
Lugar: Salones altos del Casino de
Osuna (Sevilla).
Fecha y hora: 11 de octubre de 2013, 20’30.
Presentador: Víctor Espuny Rodríguez.
Señor Presidente del Casino de Osuna, señor Presidente de los Amigos de
los Museos, señora Delegada de Cultura, otros miembros de la Corporación
Municipal, estimado Eloy, señoras y señores; muy buenas noches a todos.
Es para mi un honor y una gran satisfacción personal el estar aquí hoy
para participar en la presentación pública de Ni mitos, ni lisonjas, la última de las obras publicadas de Eloy
Reina Sierra. Como ya dije en otra ocasión, estamos ante un escritor cuyos
trabajos son de conocimiento imprescindible para cualquiera que busque en la
lectura algo más que un entretenimiento intrascendente y sea un enamorado de
Andalucía y, sobre todo, de Osuna. El libro que presentamos hoy viene a
completar una trilogía, la iniciada por A
partir de la luz, publicado en 1989, y continuada por Cuadernos de Arcadio, presentado en estos mismos salones en el mes
de diciembre de 2006. Estos tres libros, de lectura necesaria para cualquier
amante de Osuna, de la poesía y, en general, de la vida, constituyen los tres
firmes pilares en los que se asienta el universo poético de Eloy, pues las tres
obras se encuentran interconectadas, se enriquecen unas a otras y llegan a
formar un todo interrelacionado de alusiones vitales y formas poéticas que,
estoy seguro, algún día será estudiado, analizado y comentado como se merece. A
este edificio creativo, sin embargo, hay que añadir un soporte más, un pilar
básico pero un poco alejado en el tiempo, sin el cual el universo creativo de
nuestro poeta resultaría incompleto. Me refiero, como no, a la revista Arcadio, fundada por Manuel
Rodríguez-Buzón y por el mismo Eloy en la segunda mitad de los años cincuenta,
publicación de gran nivel intelectual en la que, entre otros, colaboraban
asiduamente autores de la talla de Antonio Pedro Rodríguez-Buzón —aquel poeta
de Osuna que fue capaz de emocionar a Sevilla entera con su pregón apasionado—,
de Felipe Cortines Murube —el poeta modernista palaciego, colaborador de Menéndez
Pelayo—, de Manuel Ferrand —redactor jefe del diario ABC, colaborador de La Codorniz y Premio Planeta en 1968—, de
Juan Camúñez —el fino escritor y abogado urasonés— y de Alberto García Ulecia
—el poeta, flamencólogo y profesor de universidad natural de Morón de la Frontera. Entre
todos ellos existió siempre una gran amistad y a la memoria de algunos dedica
Eloy versos memorables. Sirvan, como ejemplo, estos dedicados a García Ulecia,
pertenecientes al poema titulado “Una carta de Alberto”:
“¡Eras tan fino
y tan alegre y tan desenfadado
el aire de tu estilo!...
que sólo tu presencia
hacia cantar al pájaro en su nido,
presintiendo gozoso
salir favorecido
enredado en las ramas
de unos versos sencillos”.
Ciertas facetas de la personalidad de Eloy, la sensibilidad, la
generosidad, el desprendimiento, están presentes en todas y cada una de las
páginas de Ni mitos, ni lisonjas, un
libro en el que está compendiada la experiencia y la sabiduría vital de su
autor, una obra escrita por una persona que, a sus ochenta años, sigue
escribiendo con la misma ilusión y energía que un joven pero con el atractivo
añadido del que viene de vuelta de muchas cosas y puede opinar sobre ellas de
forma racional y desapasionada. Desde este punto de vista, Ni mitos, ni lisonjas debe ser considerada como una obra dictada
por la experiencia que viene acompañada por ese halo de respeto y venerabilidad
que desde siempre, hasta en las culturas más primitivas, ha acompañado la
palabra de la persona mayor, la más sabia y experta.
La obra, prologada de manera excelente por Mariano Zamora Torres e
ilustrada con unas atractivas acuarelas de José María Catret Suay, está
dividida en distintas secciones temáticas. Cada una de ellas, como si del
joyero de una antigua reina se tratase, contiene piezas de gran valor, tanto
que resulta difícil decidir cuál sea la más preciada. Esa labor de selección es
la que yo he realizado, y ha dado como fruto las reflexiones y observaciones
que a continuación les expongo.
La primera sección, titulada “DOSUNA”, toma el título de ese gentilicio
espontáneo relativo a Osuna que todos hemos pronunciado alguna vez. “Yo soy d’Osuna”
decimos, como otros dicen yo soy de Carmona, o de Utrera. Rara vez, la verdad,
decimos que somos ursaonenses o osunenses, pues estos son términos demasiado
elevados para la mayoría de nuestras conversaciones cotidianas. Esta sección,
la primera, está dedicada, pues, a Osuna, a situarnos en el mapa de nuestras
nostalgias y nuestros recuerdos, a recordarnos de donde venimos y por donde nos
movemos cada vez que salimos a la calle. En ella encontramos varios poemas que
sirven a nuestro autor para recordar, y seguir, el impulso restaurador y
conservador de nuestro patrimonio histórico artístico encabezado en su día por
nuestro llorado Manuel Rodríguez-Buzón. Entre ellos, el titulado “Monumento”,
que tiene como fin recordarnos la inexplicable ausencia en Osuna de un
monumento público dedicado a Don Juan Téllez-Girón, hacedor de los conjuntos
monumentales que hoy disfrutamos los habitantes y los visitantes de Osuna,
Morón, Olvera, Archidona, etc. etc. Escribe Eloy:
“Sentado en una jamuga
con doña María a su lado,
yo veo a nuestro fundador,
nunca bien justipreciado,
en un monumento pétreo
en lugar privilegiado,
como muestra del afecto
al que estamos obligados.
Y escrito en el pedestal
lo que es justo y necesario:
AL CUARTO CONDE DE UREÑA,
DON JUAN TÉLLEZ, GRAN CRISTIANO,
FUNDADOR DE CUANTO VEIS
EN ESTA VILLA Y SU ESTADO”.
En esta misma sección se halla un poema titulado “Federico y el duende”,
una composición cincelada en los bellos y elaborados endecasílabos de Eloy que
viene a recordarnos la más que probable realización de una visita de Federico
García Lorca a Osuna y una de sus conferencias más célebres, la titulada “Juego
y teoría del duende”, pronunciada por el escritor granadino por primera vez en
Buenos Aires, en la sede de la Sociedad de Amigos del Arte, el 20 de octubre de
1933. Dicha conferencia, según los estudiosos —en particular José Martínez Hernández—,
contiene una de las más profundas reflexiones sobre la creación artística que
se han dado desde la cultura española y, además, está repleta de intuiciones,
aún no superadas, sobre la esencia del arte español y sobre el origen de la
emoción estética más profunda. En ella, Federico diferencia entre el Ángel y la
Musa, elementos inspiradores de la creación artística externos al artista, y el
Duende, el más real de los personajes irreales, que vive adormecido “en las
últimas habitaciones de la sangre” y que sólo despierta y aflora al exterior en
contadas ocasiones, aquellas en las que el artista realiza sus mejores obras.
El Duende, por definición, realiza obras únicas e irrepetibles, por lo que, en
general, sólo se manifiesta en artes temporales tales como la música, la danza
y la poesía hablada. Sin embargo, en su exposición García Lorca menciona varias
obras materiales producto del arte y la cultura españolas en las que el duende
del artista se manifestó de forma clara, y una de ellas, precisamente, es “la
cripta de la casa ducal de Osuna”, así lo escribe Lorca, una obra relacionada
con la muerte, como suele estarlo el duende, que aflora desde las últimas
potencias del alma, desde las entrañas mismas. Recomiendo encarecidamente tanto
la lectura de la conferencia de Lorca como, por supuesto, la composición de
Eloy, quizá el poema más profundo, inquietante y sugerente del libro que
presentamos hoy y, sin duda, el más valioso, para los historiadores de la
literatura, de los que se han escrito en Osuna en las últimas décadas, y ya
sabemos que Osuna, afortunadamente, es un pueblo de poetas.
La segunda de las secciones del libro de titula “CUADERNO DE APUNTES
DIVERSOS”. Uno de sus poemas más
característicos, titulado “La Turquilla”, viene a mostrarnos cómo, una vez más,
lo popular, lo rural, lo agrario, tiene una fuerte presencia en el universo
poético de Eloy, un escritor muy sensible a la realidad que le rodea. Como
decía Juan de Mairena, aquel profesor de gimnasia que desaconsejaba el esfuerzo
físico y el más célebre de los heterónimos de Antonio Machado, “si vais para
poetas cuidad vuestro folklore, porque la verdadera poesía la hace el pueblo”.
Y eso, precisamente, es lo que hace Eloy en este poema, que se encuentra
salpicado de términos populares que quizá nunca soñaron con aparecer en un
libro de poesía teóricamente culta, aunque no cultista, palabras de bella
sonoridad que nuestro poeta emplea con la mayor propiedad, elevándolas y
dignificándolas. Oigan, si no:
“Los
patos sobrevuelan las lagunas
con
el buche atestado de espiguillas.
Se
asoma una avutarda
al
balcón de una herriza
y
cruzan en bandadas por el cielo
las
grullas señoritas
muy
cerca del majuelo
que
a duras penas crece entre las ricias”.
Esta sección, ”CUADERNO DE APUNTES
DIVERSOS”, se nutre también de poemas en los que Eloy recrea personajes tipo,
que también pueden ser reales, muchos de ellos reconocibles por los lectores,
sobre todo por aquellos que vivieron la Osuna de la posguerra, un época llena
de luces y sombras pero de indudable interés desde el punto de vista
sociológico. Eloy retrata estraperlistas, señoritos y señorones, personajes
impensables hoy día, pero que en aquella época eran perfectamente reales y
aceptados por la sociedad, que incluso les bailaba el agua cuando lo creía
necesario.
La siguiente sección es quizá la más
humana de todas, la más llena de ternura. Lleva por título “EL MUNDO DE MANOLO”
y, como ya habrán adivinado alguno de los oyentes, está dedicada a Manolo
Calvo, aquel señor de caballerescas y señoriales maneras que llenaba de magia y
amabilidad los momentos que vivía. Los que tuvimos la fortuna de conocerlo y
apreciarlo siempre nos consideraremos unos privilegiados, pues era uno de esos
personajes que se dan cada siglo y sólo pueden nacer y desarrollarse en culturas
y sociedades como la nuestra, mediterránea, donde el desprecio por el valor del
tiempo y el aprecio por una buena conversación son capaces de alterar la agenda
del más pintado. Eloy describe magistralmente su personalidad y sus maneras con
estos versos que he escogido:
“¡Cómo
detalla el gesto y el ornato!
¡Cómo
aprovecha el tiempo que malgasta!
¡Cómo
presume de algo
que
pocos saben el valor que alcanza!
Parece
estéril su saber estar,
su
empaque y su prestancia.
Mas
como hicieran Catulo y Pretorio
sabe
mostrar con sátira
los
vicios y virtudes de unos seres
—compadres
prescindibles de una casta—
que
preguntan a veces —ignorantes—
con
decir esas cosas, ¿cuánto gana?”
Bellos y profundos versos, sin duda, que nos alejan del desinterés y el
mercantilismo, los principales enemigos de la poesía.
En relación a esta sección, quiero contarles una anécdota que retrata muy
bien a Manolo. Cuando ya la tenía escrita, Eloy lo invitó un día a su casa para
leérsela. En la versión primera, y con intención de preservar su identidad, Eloy
había escrito Manolo Hidalgo en vez de Manolo Calvo, una secuencia que fonética
y prosódicamente resulta equivalente. Manolo, durante la lectura, estuvo todo
el tiempo callado, muy atento, serio, reconcentrado. Al acabarla se
despidieron, y Eloy se quedó un poco preocupado, pensando que los versos no le
habían gustado nada, pues no había hecho ningún comentario elogioso. La
sensación, sin embargo, desapareció al cabo de un par de días, cuando Manolo,
en medio de una conversación sobre el poema, le preguntó por qué había escrito
Manolo Hidalgo. Cuando Eloy se lo explicó, él, simplemente, le dijo: “¿Y por
qué va a aparecer Manolo Hidalgo en vez de Manolo Calvo?”. Así era Manolo, tan
atento y considerado que le costaba trabajo pedir aun lo que le correspondía de
pleno derecho.
Tampoco está ausente de la obra de Eloy uno de los motores económicos de
Osuna, el cultivo del olivo, ese árbol siempre verde que hace de ciertas
provincias de Andalucía y parte del término de Osuna un bosque continuo en el
que no existen tonos otoñales ni ramas desnudas. No encontrará el lector otra
región de España tan arbolada como Andalucía, ni una población que pueda
rivalizar con Osuna en la calidad de sus aceites. Eloy dedica inspirados versos
al cultivo del árbol y deja también constancia de aquellos pregones del aceite
que trajeron a Osuna a algunos de los mejores literatos de la lengua
castellana, como su admirado José Manuel Caballero Bonald y el Premio Nobel
Mario Vargas Llosa.
Pero no queda ahí el libro de Eloy, pues a lo largo de sus más de ciento
setenta páginas nos sigue regalando con valiosas joyas literarias.
A Jerez dedica un poema, y otro a Sevilla, dejándonos en este último,
titulado “La Campana”, un fiel retrato de la vida del corazón de la ciudad
hispalense en los años cincuenta y sesenta. En él, retrata aquella
irrecuperable época dorada del flamenco, diciendo:
“Los
ancestrales ecos de la tierra
desde
una esquina a la otra se escapaban
tropezando
en los quicios de una historia
metida
en un fandango de palanca.
De
un Madrid de tugurios y mesones
aparecía
Vallejo en el bar Plata.
En
la otra acera, el Pinto y la Pastora,
los
dos pontificaban
con
Antonio Mairena, que escuchaba,
y en
el balcón de la confitería
pronto
abriría su primera cátedra”.
También, en el
mismo poema, nos recuerda Eloy la irrecuperable pérdida que supuso el derribo
del la casa de los Sánchez Dalp y otras vecinas, en la plaza del Duque, y la
justificación bastarda que esgrimían los defensores de aquel atentado estético:
“Un
poco más allá en la otra plaza
había
señales de modernidad.
Derribos
de la noche a la mañana.
Era
el tiempo cumplido, como dicen
los
que engañan al mundo con palabras.
Palacios
neogóticos ¿pastiches?
borrados
de la perspectiva urbana,
pasaron
a ser lonja compulsiva
y
pusieron de moda las rebajas”.
La sección que lleva por título
“HOJAS DE UN DIARIO”, situada casi al final del libro es, quizá, la más
personal de todas, dictada por las reflexiones íntimas, pero expresadas en voz
alta, de un hombre que ha visto en la vida tantas y tantas cosas que ya
distingue perfectamente lo fundamental de lo superfluo, y sabe, de verdad,
aquello por lo que vale la pena vivir y escribir. Desde el punto de vista
formal, es la más libre de todas. El verso blanco, dominado siempre, eso sí,
por un endecasílabo de ritmo pausado y elegante, es el cauce en el que mejor
expresa el autor sus inquietudes más íntimas y por el que fluyen sus sabias y
reflexivas advertencias vitales. Estas páginas del libro parecen lo que en realidad son: un pequeño
tratado de ética en el que Eloy nos lega la sabiduría que la experiencia le ha
dado a lo largo de los años.
“Yo
no cuento [, escribe Eloy,] los días y las horas
sino
por lo que tienen
de
discreción y estudio.
Un
día puede ser
casi
una eternidad,
por
todo lo que tuvo de provecho”.
Y llegamos al final
del libro, como indica el título de la última sección, subtitulada por Eloy con
la palabra “cartas”. Este apartado se compone de poemas con los que el autor,
emocionado, hace balance de lo que lleva vivido y se despide de algunos de sus
colegas. Tal es el caso de la poesía dedicada a Alberto García Ulecia, de la
cual leímos un fragmento al inicio de la presentación, y, también, de la
titulada “Una ausencia más”, carta, en forma poética, dirigida a Rafael
González Rodríguez, natural de Aguadulce pero criado en Osuna, escritor y
periodista, director que fue de El Ideal
Gallego, El Correo de Andalucía y
el diario Ya, fallecido a comienzos
de 2013, y amigo personal de Eloy. Esta última sección nos deja también poemas
en los que el autor condensa parte de su experiencia vital, como los titulados
“Consejo” y “Sin novedad en la vida”, de muy recomendable lectura para entender
el proceso creativo en la poesía y para conocer las claves de una vida larga y
fructífera, como es la de Eloy, un autor que no quiere para Osuna ni mitos ni
lisonjas pues, como escribe en su libro,
“El mito es la moneda que se guarda
de todo lo que queda por decir
después de dicho todo”.
Muchas gracias.